domingo, 27 de enero de 2019

Zabala, Paco Aguado y Villalpando, en el Ciclo del Taurino de Alfaro

La evolución histórica del toreo y la presentación del libro ‘Crónicas Volcánicas’ definen el XI Ciclo de Conferencias del club taurino alfareño 

El Club Taurino de Alfaro ha organizado su XI Ciclo de Conferencias con dos citas de primer nivel en las que estarán dos de las principales referencias del periodismo taurino contemporáneo: Zabala de la Serna, cronista de ‘El Mundo’ y Paco Aguado, crítico taurino de la Agencia EFE, que ofrecerá una charla ‘mano a mano’ con Luis Miguel Villalpando, banderillero y apoderado de Diego Urdiales. Entre los dos  realizarán un repaso a la historia del arte del toreo y sus avances estilísticos a lo largo de los años en una conferencia titulada ‘La corrida de la historia’. La ponencia estará, además, ilustrada por diferentes imágenes de faenas históricas, desde la época de principios del siglo XX con Joselito ‘El Gallo’, hasta José Tomás. Paco Aguado es autor de dos libros imprescindibles: ‘El Rey de los Toreros’ o ‘Por qué Morante’.
La segunda cita la protagonizará Vicente Zabala de la Serna el uno de marzo. Zabala presentará en Alfaro su libro ‘Crónicas Volcánicas’, una obra que recoge una amplia selección de los mejores momentos de su trayectoria periodística con crónicas como ‘Curro Romero dibujó el toreo a paso de procesión’ (1996), con la que arranca la publicación o ‘El poder de Ponce a toda máquina’ (2009), o ‘Marcial ya no es el más grande’ (2012). La publicación incluye también crónicas sobre los fracasos, fiascos y tragedias que forman parte imprescindible de la fiesta brava como las despedidas de la rejoneadora Conchita Cintrón o toreros como Manzanares y ganaderos como Victorino Victorino Martín, los perfiles de Manolete, César Rincón, José Luis Lozano o las entrevistas con Curro Romero, Manuel Benítez, ‘El Cordobés’, Paco Camino, Ángel Teruel o ‘El Viti’, entre otras grandes figuras.
El Club Taurino de Alfaro, además, se encuentra esperando la fecha para poder organizar la entrega de sus premios anuales, que este año recayeron en los triunfadores de su feria, el rejoneador Diego Ventura y el diestro Diego Urdiales. Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

- Viernes, 15 de febrero. Conferencia ‘La corrida de la historia’. Mano a mano entre el periodista y escritor Paco Aguado (Agencia EFE) y Luis Miguel Villalpando (banderillero y apoderado de Diego Urdiales).
- Viernes, 1 de marzo. Presentación del libro ‘Crónicas volcánicas’, por su autor, el periodista Zabala de la Serna. Introducción a cargo de Isidro del Pino.
- Lugar y hora. Salón de actos del Palacio Abacial, a partir de las 20.30 horas.

sábado, 26 de enero de 2019

ROCÍO O LA NECESIDAD DE SU CANTE

Tiene Rocío Márquez en su garganta un manantial por donde brota la belleza. Hay un compás recóndito y profundo en el latido de una voz que eleva el flamenco a unas cotas de elegancia y naturalidad en las que parece que el cante nace sin esfuerzo, con una delicadeza de manos sin angustia, con borbotones de emoción que se desbordan pero mansamente para que le cuando a ella le da la gana romperse en un grito rotundo, caracolero, a veces interminable y asombroso por el magnetismo de su poderío. Enorme y fragante el concierto de la cantaora onubense que volvía a Logroño rodeada por el clamor de los éxitos que la acompañan y en el que volvió a demostrar que el escenario es el territorio de su plenitud, de su intimidad como cantaora enciclopédica (lo sabe todo y todo lo transita), pero también de ese punto bélico que es capaz de plasmar cuando se rompe su cante por los tercios más asombrosos y complejos. Su flamenco es como un río al que le nacen brazos de todos los colores; ramas que coquetean con el aire ensimismado de Enrique Morente, de Don Antonio Chacón, del cuplé de la Bernarda y la Fernanda. O esa Caña con el telón telúrico de Los Mellis y la inspiración de la sonanta de un Manuel Herrera gigantesco en esa siguiriya alucinante de una Rocío un punto metafísica en la concepción del cante clásico con una brizna de vanguardia y riesgo. Nos hizo volar Rocío, sus caracoles, la petenera del ‘quisiera yo renegar’, los tientos o esa conjunción de melismas que supuso la habanera con su tango-guajira, tan de Marchena y sus cantes americanos que fueron desde España hasta el nuevo mundo para volver a la península con el azúcar candé de nuestro siempre admirado Chano Lobato. Concierto de cantaora grande, de voz repleta de lunas y de recovecos aromáticos que hace que escucharla sea un ejercicio que deja impregnado cada poro de la piel de la necesidad cierta de descontar las horas para volver a escucharla. o Esta crítica la he publicado en Diario La Rioja

viernes, 25 de enero de 2019

Urdiales entra en Fallas con Castella y Cayetano en la corrida de Jandilla del 17 de marzo

Diego Urdiales acaba de cerrar su contratación para una de las primeras ferias grandes de la temporada. El torero de Arnedo, a través de su apoderado Luis Miguel Villalpando, ha firmado la corrida del domingo 17 de marzo en un cartel de los de postín con la presencia de Sebastián Castella y Cayetano como compañeros de terna ante la ganadería de Jandilla. Desde hace unos días, los portales de Internet y algún medio de comunicación de ámbito nacional especulaban con la contratación del riojano en una de las corridas que se situaban fuera del ‘núcleo duro’ de los carteles falleros, pero después de los triunfos de Bilbao, y especialmente Madrid (faena que ha sido nombrada como la mejor de toda la temporada) parecía muy difícil que el diestro arnedano no se acomodara en las corridas de máximo prestigio de cada una de las ferias. Urdiales regresará a Valencia y desde ya mismo su mentor trabaja en otro de los retos de principio de año: la gestión de las bazas del riojano para entrar en Sevilla en otro de los carteles más rematados del abono de la feria de Abril.

Premio de Telemadrid
El torero riojano, además, recibió esta semana en la capital de España el premio de ‘Telemadrid’ al ‘Mejor torero de la temporada’ de manos del director general del ente televisivo autonómico José Pablo López: «Fue una de las tardes más bonitas que he vivido en mi carrera. Quizás por la contundencia de todo: del triunfo y de todas las emociones que vi y que sentí. El toreo es un arte, un sentimiento y ver a la gente llorar cuando un torero se emociona toreando es lo más maravilloso que te puede pasar en esta profesión», declaró el diestro riojano, que también mantuvo un encuentro con los alumnos de la escuela taurina. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

jueves, 24 de enero de 2019

Rocío Márquez o el instinto creativo

La cantaora abre e los Jueves Flamencos con el toque de Manuel Herrera y el compás inimitable de Los Mellis de Huelva

Rocío Márquez, que abre esta noche (20.30 horas) la XXIII edición de los Jueves Flamencos del Teatro Bretón, tiene el sabor en los labios de ‘Visto en el jueves’, su próximo e inminente disco que aparecerá el próximo uno de marzo: «Se llama así porque se trata de un mercadillo que ponen en la calle Feria, aquí en Sevilla, donde venden cosas de segunda mano. Todos los cantes y canciones que aparecen en la obra están rescatados de vinilos que yo compraba allí. Además, cuenta con unos arreglos bastante especiales y a través de él regreso a un formato más tradicional, con guitarra, percusión y voz; con Canito, que es un tocaor que me gusta mucho porque tiene una personalidad que le hace llevarse las cosas por su camino de una forma muy especial». Rocío viene de triunfar en el Festival Flamenco de Nimes (Francia), donde presentó su sorprendente ‘Diálogos de viejos y nuevos sones’, o lo que es lo mismo, su encuentro con la música barroca de la mano de Fahmi Alqhai: «Necesito esa actividad; necesito no parar; tanto es así que ya le estoy dando vueltas en un cuaderno en el que apunto todas las ideas al siguiente disco que saldrá después del que aparecerá en marzo. Me vuelvo loca por encontrar historias y sensaciones que me motiven», explica. Rocío Márquez debutó en Logroño de la mano de Íñigo Ruiz en una actuación en la Gota de Leche, además de sendos conciertos más en la Casa de Andalucía y en Fuenmayor. Se presentó en los Jueves Flamencos con una memorable actuación con la guitarra de Manuel Herrera (el mismo tocaor con el que actúa noche) en 2014 en el Salón de Columnas y regresó al ciclo al Teatro Bretón en 2016 con Miguel Ángel Cortés y Los Mellis. A pesar de su juventud, Rocío cuenta con cuatro discos de estudio, ha culminado una tesis doctoral sobre la técnica vocal en el flamenco y está considerada como una de las voces más importantes del cante contemporáneo tanto por su enorme capacidad como por los desafíos que se ha trazado merced a su instinto creativo.

Evolución
«Me siento una afortunada y doy gracias a la vida por la suerte que tengo. Pero también me doy cuenta de que todas las cosas que me han ido sucediendo han llegado poco a poco. Me subí por vez primera a un escenario con nueve años y ya tuve la sensación de que ojalá me sintiera en la vida siempre con las sensaciones que encontraba subida allí. Pero aquello era como un sueño que poco a poco se ha ido materializando; por el camino ha habido concursos, peñas y mucho trabajo. Hubo momentos que fueron puntos de inflexión y que marcaron mi trayectoria: la Lámpara Minera o el Giraldillo a la Innovación... La naturalidad con la que ha ido viniendo todo es lo que me ha hecho sentirlo como algo nada artificial y a la vez disfrutar una barbaridad cada paso que he ido dando, desde un disco a un concierto».
La prensa siempre ha reconocido su trabajo y sus apuestas más rompedoras como los discos ‘El Niño’ y ‘Firmamento’; sin embargo Rocío explica que «con la crítica flamenca me costó un poco ser yo misma por miedo a perder esa aprobación. Era como decir que después del camino que había andado a lo mejor se me echaban encima por ciertas propuestas. Pero quizás el equilibrio me lo da también el hecho de que puedo estar en una peña un día cantando por los palos más tradicionales y después en un concierto con Fahmi Alqhai o haciendo los temas de ‘Firmamento’. A lo que realmente tengo miedo a la sensación de que cante como si le diese a ‘play’ en un disco; eso me da pavor y lo evito siempre».
Rocío ha ido evolucionando en su cante de la misma forma que también ha ido cambiando su estética: «He llevado volantes pero en un momento dado dejé de llevarlos y no pasa nada. Es un ejercicio de autenticidad y creo que el orden surge desde el interior de una misma hacia afuera; es la coherencia».
Marchena, Don Antonio Chacón y Enrique Morente son fuentes de inspiración constantes para Rocío Márquez, aunque suma dos voces más: «La Niña de los Peines, una artista poliédrica en sus formas vocales y porque es un referente femenino, y también Antonio Mairena. Es curioso, Marchena valoraba tanto la creación que la anteponía a cualquier otra vertiente; y Mairena era todo lo contrario. Mairena creó mucho más de lo que se dice que creó; decía que se lo había escuchado a alguien y él luego como que lo subió al frontispicio de sus cánones. Pensando en esto siempre están presentes esas dos corrientes: la tradición y la innovación o a vanguardia. Además, siempre van de la mano; se necesitan y en el fondo son complementarias», sostiene.
La cantaora onubense habla de una anécdota que le fascina: «Demófilo escribió que Silverio se había cargado la pureza del cante al introducir el flamenco en los cafés cantantes; es decir al profesionalizarlo. Es dilema ha estado siempre presente en el cante, como el concurso de Granada organizado por Falla. Y creo que es inevitable porque existe un vínculo tan estrecho con la tradición que todavía acentúa más esa dualidad delflamenco. La pregunta es qué flamenco tendríamos ahora si en su momento no entrara en el ámbito de los cantaores profesionales», se interroga Rocío.

Manuel Herrera y Los Mellis, al toque y a un compás de ensueño 
Rocío Márquez actuará esta noche con la compañía de tres músicos extraordinarios. Al toque, el sevillano Manuel Herrera, un maestro de la guitarra para cantar, tal y como demuestra el hecho de que haya acompañado a artistas de la talla de José Menese, José de la Tomasa, El Polaco, Luis el Zambo, Chano Lobato, Chocolate o Fosforito, El compás lo pondrán ‘Los Mellis’, que también estuvieron con Rocío en 2016. Son dos gemelos onubenses que desde que pisaron los escenarios apadrinados por Arcángel se han convertido en rostros imprescindibles del flamenco por su forma de sentir, vivir y soñar el compás. Dicen de ellos que «trazan exquisitas melodías y armonías imposibles empastando con una afinación magistral el eco de sus voces». o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

domingo, 20 de enero de 2019

VOZ PRECIOSA Y ESPERANZA GRANDE

Ángeles Toledano dibujó un concierto bello y concreto en la antesala de los XXIII Jueves Flamencos que se celebró en Bodegas Ontañón el jueves en una preciosa sala de un templo dedicado a la memoria de Miguel Ángel Sáinz, con varias de sus obras más singulares en sus muros, como esa ‘Epifanía en Monteagudo’, con las cárcavas desoladas y las tierras heladas y paupérrimas de los eneros heladores de La Rioja Baja. Sonido precioso, aunque un punto metálico, y llenazo en un ambiente que reclamaba para sí el efecto de los buenos presagios. Nos espera un ciclo lleno de esperanzas, de cantaores consagrados y de voces nuevas que buscan un lugar al sol en el universo del cante. Y una de ellas es la de Ángeles Toledano, una joven de 23 años que continúa inmersa en su formación y que cuenta con los dedos de las manos sus actuaciones en el territorio de la profesionalidad. Y cuando aparece una voz tan joven, una cantaora tan diligente y estudiosa, siempre temo al academicismo lógico de los años de estudio, de la concentración y de los esfuerzos para conocer al dedillo la urdimbre de cada cante, el compás preciso, los cambios, la sonoridad de cada tercio… En fin, todas las complejidades técnicas que alumbran el flamenco y lo convierten, cuando se estudia, en una suerte de laberinto por donde ha de discurrir la voz para cantar con arreglo a los cánones, con sus melismas, con sus entradas, con toda la alquimia necesaria para rehogarse en la perfección. Ángeles está dotada de una voz preciosa, cálida y nítida con la que se pasea por los cantes con extrema elegancia, pero también con ese punto lógico de frialdad de quien está más pendiente de la corrección que del sentimiento. Se abrió de capote por cantiñas gaditanas y dobló el mapa del cante para continuar por la Taranta. Ambas de gran factura pero cuando más me gustó fue al llegar a los tangos, –extremeños y gitanos–, con la voz rompiéndose en ese aire de La Caíta que tanto me enloquece. Ángeles se quitó el vestido de la perfección para cantar con el estómago, por momentos sí, pero bellos y hondos como se merece el cante. Meció una soleá cantaora pero me gustó mucho por la media granaína de Don Antonio Chacón ‘Engarzá en oro y marfil’, una belleza auténtica por su delicadeza y musicalidad. Fue, quizá, la pieza que más me emocionó de Ángeles, con un tocaor al lado que dibujó varias entradas novísimas como la que hizo en las alegrías del principio del concierto. La despedida tuvo dos partes. Unas bulerías ‘camarónicas’, firmadas al final con unas letras increíbles de la Leyenda del Tiempo y dos sorbitos por fandangos. A mí se me hizo corto. Y eso es bueno. Nos quedamos con ganas de más; y eso que nos saciamos de cante y vino en un lugar único donde el jueves se dieron la mano los taninos y los polifenoles con el asombroso misterio del arte flamenco. 

o XXIII JUEVES FLAMENCOS Cante: Ángeles Toledano. Toque: Ángel Flores. Lugar: Bodegas Ontañón. Localidades agotadas. Concierto de presentación del ciclo. (Fuera de abono). 17 de enero de 2019. / Esta crónica la he publicado en Diario LA RIOJA

MORIRME

Sé que cada día estoy más cerca de morirme y me atormenta la certidumbre que me acompaña de saber a ciencia cierta que he vivido ya más –bastante más– de lo que me queda por vivir. Pienso en la muerte a cada paso que doy, en la incógnita de todas las incógnitas y atisbo que la muerte verdadera no llega cuando desfallece nuestro corazón sino cuando desaparece el portador de nuestro último recuerdo, de la postrera brizna de nuestro pensamiento, de la huella final de la que tras de sí ya no quedará nada. Por eso morimos dos veces y la última de ellas es inexorable y definitiva porque supone la desaparición de cualquier último rastro de nuestro paso por la existencia. En estas disquisiciones andaba Unamuno cuando escribió su oda a Salamanca: ‘Cuando yo me muera / guarda, dorada Salamanca mía, / tú mi recuerdo’. Unamuno sabía a ciencia cierta que moriría pero quería aliarse con la inmortalidad para evitar la segunda de las muertes, que era en realidad la que más le corroía, la que describió en su Cristo de Velázquez: ‘Por ti la muerte se ha hecho nuestra madre / por ti la muerte es el amparo dulce / que azucara amargores de la vida’. Como relataba otro vasco extraordinario, José Miguel de Azaola, Unamuno «no quería morirse del todo». Nadie lo quiere, ni vagamente el pensamiento suicida coquetea con el último umbral de nuestra morada. Confío pues en el último arrepentimiento antes de sobrepasar la puerta donde aguarda el mítico cancebero que a todos nos espera por igual, sin importarle los poemas que hayamos escrito o las mujeres que nos amaron. Todo se disolverá cuando el último recuerdo cierre los ojos y se confunda con el infinito. ‘El sueño va sobre el tiempo / flotando como un velero / nadie puede abrir semillas / en el corazón del sueño’, que cantaban Federico y Camarón. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

sábado, 19 de enero de 2019

Hemingway, la búsqueda de la verdad y su obsesión taurina


El seis de julio se cumplen cincuenta años de la inauguración de la escultura dedicada al premio nobel frente a la plaza de toros
Cuando llegó a Pamplona en 1923, Hemingway vivía en París y compartía existencia y agonías con escritores como John Dos Pasos, Gertrude Stein o Scott Fitzgeral
Pablo García-Mancha. Pamplona (*)
El próximo seis de julio se cumplen cincuenta años desde que el Ayuntamiento de Pamplona erigiera el busto que dedicó a Ernest Hemingway por ser “amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas que supo describir y propagar”. La escultura, realizada en bronce y granito de Guadarrama, -obra del barcelonés Luis Sanguino-, fue moldeada en Nueva York y trasladada a Pamplona en avión. Como el propio escritor, llegó desde Norteamérica para quedarse para siempre en San Fermín al lado de su plaza de toros, uno de los lugares en los que Hemingway encontró y vivió en una indisimulada felicidad ya que el toreo era una de sus pasiones esenciales, más allá de la escritura, más allá de la vida, del sexo y de la muerte; en Pamplona halló lo que buscaba desde que salió de Oak Park. Y en la corrida encontró su verdad.
En 1953, en su primer viaje a Pamplona tras la Guerra Civil, fue cuando Hemingway inició la que fue su relación más intensa con un torero: Antonio Ordóñez, hijo de Cayetano
Immanuel Kant, en su ensayo 'Lo bello y lo sublime', eligió el enfrentamiento entre el hombre y el toro para caracterizar al pueblo español dentro de la categoría de lo sublime, ya que consideraba la tauromaquia como una “extravagancia que desbordaba el límite de lo natural”. Kant, obviamente, nunca había contemplado una corrida de toros, pero la fascinación que ejercía el hecho taurino sobre filósofos, pintores y escritores extranjeros no fue ni mucho menos una rareza que aguijoneó exclusivamente el alma de Ernest Hemingway, sino que mucho antes de que el autor del ‘Viejo y el mar’ descubriera la España de entreguerras ya existía una curiosa tradición de asombro literario por el toreo en toda suerte de intelectuales foráneos. Posiblemente, esta tendencia surgió con toda su fuerza con los viajeros románticos que llegaron a la península después de la Guerra de la Independencia porque tal y como explica el poeta y ensayista sevillano Jacobo Cortines, “España empezaba a ser descubierta y considerada como la más romántica de las naciones, y en los toros vieron estos personajes idealistas la plasmación de sus sueños: todo un mundo de sensualidad, belleza y primitivismo”. En realidad hubo muchos autores que precedieron a Hemingway en su pasión por las corridas: Teófilo Gautier, Bizet, Delacroix, Manet, Waldo Frank o Henry de Montherlant, que en su novela 'Les bestiaires' (1926) profundizó en la relación entre la tauromaquia y la voluptuosidad a través de sus experiencias personales.
Julian Pitt-Rivers, antropólogo de la Sorbona, en una conferencia pronunciada en el Coloquio Homenaje a Ernest Hemingway en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo el 24 de julio de 1986, explicaba las razones más profundas de la afición taurina del escritor norteamericano: Cuando la novelista de Pennsylvania Gertrude Stein, famosa entre otras muchas cosas por su amistad con Picasso, le recomendó la corrida como espectáculo contestó que no pensaba que le fuera a gustar a causa de los caballos (era una época anterior a la introducción del peto en la suerte de varas). Pero bastó un solo festejo para que se convirtiera en un aficionado entusiasta. “Fue la gran pasión de su vida y escribió más y mejor sobre la tauromaquia que sobre sus otras pasiones más o menos confesables: el boxeo y la pesca en alta mar. Bautizó a su primer hijo con el nombre de Nicanor por Nicanor Villalta, un matador aragonés cuyo valor apreciaba especialmente”.
Pitt-Rivers ahondó en su conferencia en las razones filosóficas que le atrajeron del hecho taurino: “Eran los mismos temas, ya avanzados en sus escritos sobre la guerra en Italia, los que le atrajeron de la corrida de toros: la violencia, la sangre, la muerte... y el valor. El ideal de la virilidad y la tragedia que siempre ha sido su compañero. Hemingway entendía bien que la corrida no tiene nada que ver con el deporte; muy al contrario, se trata de un rito, una representación de valores fundamentales; es parecida a una tragedia griega clásica donde todo está previsto por el destino del que nadie se escapa, pero con una diferencia radical: que la muerte en la corrida es muerte de verdad. El toro tiene que morir y, si coge fatalmente al matador, éste también puede morir, pero de verdad. En este caso no vuelve al escenario después de bajar el telón para recibir los aplausos de un público al que se ha conmovido por su interpretación de la muerte. Hemingway está siempre buscando la verdad, fuera de los artificios y afectaciones. Y en la corrida encontró esa verdad”.
De hecho, se puede colegir que su interpretación de la corrida tiene un clarísimo sesgo estético y moral. “No es sencillamente un adorno a su fanfarronería. Le conmovía el arte y el alarde de la hombría, la celebración del valor que siempre acompañaba a la fiesta brava. Reconoció enseguida que era un rito, una representación dramática, una tragedia y que la adquisición del honor era el tema del sacrificio taurino. Y también el hecho de que aparezcan unas connotaciones eróticas muy claras en un mundo exclusivamente reservado para los hombres”.
La relación de Hemingway con España empezó en el verano de 1923, cuando viajó desde París y descubrió su pasión por la fiesta taurina. Fue su primera visita a Pamplona. Ernest Hemingway indagaba en diferentes cuestiones para finalizar una serie de doce reportajes breves y uno de ellos fue el que publicó en el ‘The Toronto Star Weekly’ el 23 de octubre de 1923 con el tema de la tauromaquia: “Es una supervivencia de la época del circo romano, pero es necesario explicar una cuestión: la tauromaquia no es un deporte, nunca lo fue, sino una tragedia: la gran tragedia de la muerte del toro que se representa en tres actos”. Pero también escribió cosas delirantes: “En Pamplona, donde tienen seis días de toros cada año, desde el 1126 de la era cristiana, y donde los toros corren por las calles de la ciudad a las seis de la mañana, con la mitad de la población corriendo delante de ellos”. Y otras más descriptivas como su encuentro con la plaza de toros: “Nos fuimos entre la gente, y llegamos ante la plaza. La bandera española, roja y gualda, ondeaba en la brisa de la mañana. Una vez dentro subimos a la parte alta, y nos situamos en las balconadas que dan a la ciudad. El palco cuesta una peseta. Las localidades más bajas son gratis. Había allí fácilmente unas veinte mil personas...”.
Hemingway vivía en París y compartía existencia y agonías con escritores y artistas como John Dos Pasos, Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, James Joyce, Ford Madox Ford y Ezra Pound, algunos de ellos miembros de lo que se llamaría después la generación perdida de la literatura norteamericana de entreguerras. A su primer viaje siguieron varios más a lo largo de los años veinte y principios de los treinta, periodo en el que el joven Hemingway también publicó sus primeras obras, algunas de ellas ambientadas en España. Estos primeros relatos tuvieron una buena recepción en Estados Unidos y en países como Italia, Francia, Alemania, Noruega o Suecia, que ya empezaron a publicar sus narraciones y a analizar su arte literario a partir de mediados de los años veinte. Y como explica Lisa A. Twomey, su éxito no tuvo reflejo en la crítica española: “Es muy probable que la pasión que el autor sentía por la fiesta taurina le distanciara del mundo literario de la España de entonces, especialmente después de la declaración de la República en 1931”, subraya.
En ‘Fiesta’, Hemingway explica cómo entiende el toreo y lo muestra básicamente a través de los ojos de su protagonista: Jake Barnes. La obra contiene multitud de ejemplos y en cada una de las tres corridas de toros que relata define los tiempos en los que se divide la lidia, el devenir de los diestros en cada una de las suertes: capote, banderillas, muleta y espada, e incluso qué papel queda reservado para el aficionado. Esta introducción al arte de los toros existente en ‘Fiesta’ la perfeccionará después con ‘Muerte en la tarde’. En ‘Fiesta’, Jake hace todo lo posible para que sus amigos comprendan los ejes esenciales de la corrida y cómo era el toreo en 1926. Y es que Hemingway a esas alturas ya era un aficionado conocedor de los entresijos del arte del Cúchares. En 1923 quedó tan deslumbrado ante el desgarro de Nicanor Villalta que decidió llamar Nicanor a uno de sus hijos. José Luis Castillo-Puche, corresponsal del periódico ‘Informaciones’ en Nueva York y amigo personal del escritor, lo explicaba maravillosamente: “Ernesto le decía: será muy bueno para nuestro hijo. Los toros tienen una influencia vigorizante sobre los niños no nacidos todavía. El torero entonces de moda era Nicanor Villalta, y fue tal el entusiasmo de Ernest y su esposa que decidieron que su hijo se llamaría igual que el matador aragonés. Efectivamente, cuando ‘Bumby’ nació le pusieron los nombres de John Nicanor”.
En sus siguientes visitas a España, el escritor trabó amistad con varios diestros. En la primera etapa de sus estancias fueron Cayetano Ordoñez ‘Niño de la Palma’ –cuya influencia resultó decisiva– y después el genial gitano Joaquín Rodríguez ‘Cagancho’. ‘Niño de la Palma’, bisabuelo del actual Cayetano, era el personaje de Pedro Romero en ‘Fiesta’, de la que cayó rendida Lady Brett, que en realidad se llamaba Lady Duff y que junto a John Dos Passos acompañaron a Hemingway en aquel viaje a Pamplona. Pedro Romero era un símbolo erótico y así lo describe Ernest Hemingway: “Hice que Lady Brett observara cómo Romero incitaba al toro, cómo hacía los quites con el capote para alejarlo de un caballo caído, cómo lo conducía con la muleta y le hacía pasar con suavidad y volverse armónicamente, sin perder nunca el dominio del cornúpeta. Romero jamás hacía un movimiento brusco o extraño, sino que conservaba siempre la pureza del toreo natural”.
Sin embargo, en 1932, la descripción que hace de ‘Niño de la Palma’ en ‘Muerte en la tarde’ –considerada una de sus mejores obras– se había transformado de manera radical: “Si vais a ver al ‘Niño de la Palma’ es posible que veáis la cobardía en su forma menos atractiva: un trasero gordo, un cráneo calvo por el empleo de cosméticos y un aspecto de precoz senilidad. De todos los toreros jóvenes que se elevaron en los últimos años que siguieron a la primera retirada de Belmonte, fue el ‘Niño de la Palma’ el que despertó las esperanzas más falsas y el que provocó la mayor desilusión. Le vi en la mayor parte de las corridas en que tomó parte y en sus mejores momentos. Al final de temporada recibió una cornada grave y dolorosa en el muslo, cerca de la arteria femoral. Aquello fue el fin. Al año siguiente sus actuaciones fueron una serie de desastres. Apenas podía mirar al toro. Su terror, cuando había que entrar a matar, era penoso de ver, y se pasó toda la temporada asesinando a los toros del modo que menos peligro supusiera para él, corriendo de través en su línea de embestida, metiéndoles la espada en el cuello, hundiéndosela en los pulmones o en cualquier sitio que pudiera encontrar sin necesidad de adelantar su cuerpo entre los cuernos. Fue la temporada más vergonzosa que ningún torero había dado jamás hasta aquel año”.
Destrozando a Cayetano, en realidad Hemingway mataba su propio pasado y se asesinaba a sí mismo también. Era una obsesión, Hemingway profesaba un profundo odio a su padre y cuando se suicidó, acción que él imitaría, llegó a escribir que su progenitor había actuado así “porque era un cobarde que no se supo divertir y que se había casado con una zorra”.
Pero fue en 1953, en su primer viaje a Pamplona tras la Guerra Civil, cuando Hemingway inició la que fue su relación más intensa con un torero: Antonio Ordóñez, hijo de Cayetano, hijo de aquel ‘Niño de la Palma’ al que admiró en su viril juventud y destruyó en su “infame madurez”. Como describe Castillo-Puche, Hemingway conoció a la gran figura de la fiesta en los cincuenta, a Antonio Ordóñez, “en quien se reencarna, superado, al mejor ‘Niño de la Palma’ de su juventud. Con el joven Ordóñez vuelven para Ernest Hemingway sus años jóvenes de plenitud y empuje. El tiempo se ha abolido, o mejor, todo aparece nimbado por un nuevo halo de valor y belleza”. De hecho, el Hemingway que visitó Pamplona siguiendo los pasos del hijo de Cayetano ya había cazado el oso gris en las tierras de Canadá, probado el azúcar de Cuba, pescado el pez espada en el Caribe e incluso se había asomado a Kenia desde las nieves del Kilimanjaro. Y cuando se conocieron en Pamplona, Antonio Ordóñez le preguntó.
–Dígame, ¿soy tan bueno como mi padre?

–Eres mejor que tu padre –le contestó Hemingway– y sabes lo bueno que él era…
A estas alturas, –como relataba el biógrafo de Ordóñez, el tudelano Antonio Abad Ojuel–, entre el torero y el escritor ya se había establecido una “pintoresca sociedad repleta de connotaciones paterno-filiales. Antonio le llamaba papá Ernesto y pactó con él una fantástica asociación en la que uno se ocupaba de la literatura y el otro de los toros”.


Destrozando a Cayetano Ordóñez, Hemingway también mataba su propio pasado y se asesinaba a sí mismo también

Escribe Montero Glez, autor de novelas como ‘Sed de champán’, que “Hemingway aprovechaba la fugacidad para clasificar el toreo como arte menor, la fugacidad le impide ser arte mayor, dejó escrito. Y en ‘Muerte en la tarde’, nos habla de toda la sucesión de movimientos y procesos que producen la emoción. No cerrar los ojos en el momento del impacto, cuando un tren va a arrollar a un niño, ése es el ejemplo de realidad desnuda. Sin embargo, no cerrar los ojos ante el atropello, tampoco sirve de mucho pues el relato terminará en su momento extremo, esto es, en el momento que hay antes de ser aplastado. Por lo mismo Hemingway ponía ejemplo de un ahorcamiento o un fusilamiento y decía que si Goya hubiese cerrado los ojos en el momento culminante, su cuadro no hubiera sido posible”. Existía entre Hemingway y el toreo una admiración difusa y extraña que se desarrolló hasta límites desconocidos en el verano de 1959, cuando la revista Life le envió a España para seguir periodísticamente el mano a mano taurino entre Antonio Ordóñez y su cuñado Luis Miguel Dominguín, origen de ‘Un verano sangriento’, otra de las obras literarias relacionadas con los toros del autor de ‘El Viejo y el mar’.  Y claro, uno de aquellos duelos se iba a desarrollar en el coso de Pamplona, por lo que estaba abocado a volver a San Fermín.
Ya no era simplemente un escritor popular llamado Ernest Hemingway; no, en esta ocasión, Pamplona recibía la visita de todo un Premio Nobel de la Literatura, que iba a escribir de aquel encontronazo entre ambos diestros. Hemingway caminó por sus lugares del culto de la mano de Mary Welsh, su cuarta esposa, y Juanito Quintana, su inseparable cicerón pamplonés. Era su última visita a San Fermín y posiblemente el viejo escritor era perfectamente consciente de que el tiempo empezaba a escapársele de las manos. Volvió a alquilar la habitación número 217 del Hotel La Perla y el Ayuntamiento le rindió un pequeño homenaje en reconocimiento por todo lo que había hecho para popularizar por el orbe aquellas fiestas que tanto amaba.
El enfrentamiento prácticamente convenido entre los dos diestros se convirtió en la mente de Ernest en una especie de duelo fatal, algo trágico que podía terminar con la muerte de uno de los toreros, o quizás con la de los dos, y especialmente con la muerte del propio escritor. El año 1959 fue el último de Hemingway en San Fermín; dicen que 'Life' le pagaba un dólar por cada palabra que escribía y aquel relato que se publicó con el título de 'Un verano sangriento' tenía un nombre demasiado comercial para ser verdad. La realidad es que estaba increíblemente distante de una de sus obras más extraordinarias, la para muchos desconocida 'La capital del mundo', un cuento delicioso en el que hablaba de Madrid y de toros: “En Madrid es donde uno aprende a comprender las cosas. Madrid mata a España”.
(*) Este artículo apareció publicado en DIARIO DE NAVARRA, en el suplemento especial de San Fermín de Julio de 2018

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