Las cartas del miedo

EL CORAJE NARRATIVO, A PROPÓSITO DE ‘LAS CARTAS DEL MIEDO’, DE CARLOS ABELLA

Acabo de terminar 'Las cartas del miedo', de Carlos Abella, y la verdad es que he disfrutado con su lectura como hacía mucho tiempo que no lo hacía con una novela, ya que mucho más allá de cualquier pretendido u oportunista ejercicio de estilo, esta obra acerca al lector a varios momentos convulsos y decisivos de la historia de España con una soberbia maestría en la composición de tiempos y ritmos, de personajes y escenarios que confluyen en torno a un joven periodista madrileño que en los días previos a la muerte del general Franco asiste al asesinato de un exiliado republicano de la Guerra Civil. España en su precipicio con cuarenta años de diferencia pero quizás tamizada por la visión de esa tercera vía o generación perdida de españoles que creían -y quizás crean- que la convivencia y el respeto por las minorías es lo que realmente engrandece a los pueblos. La novela tiene diferentes hilos conductores que se entremezclan con verdadero ingenio para lograr los efectos que provoca en el lector una narración que destila maestría: existe una brillante trama de novela negra que, lejos de penetrar en los floridos oropeles de las investigaciones criminales y científicas tan en boga, nos traslada a un Madrid de los setenta oscuro y melancólico repleto de personajes ambiguos, de garitos, de bares angostos y de polizontes que nunca se sabe exactamente por dónde van a salir ni a qué orden atienden. Esta parte de 'Las cartas del miedo' es una novela de género, sin duda, pero sólo es la disculpa del narrador para construir otros microuniversos que unidos entre sí son capaces de configurar el resultado global de la historia: la figura del periodista que todo lo quiere saber atrae como un imán los acontecimientos del pasado mientras madura su vida a través de dos relaciones amorosas inacabadas (y en algún caso voluptuosas) que increíblemente entreveran los últimos días del inquilino del Pardo con el mundillo periodístico de la capital de España. Hay una sensación de que a la vez que todo se acaba todo está por empezar y que de hecho está comenzando a través de los diversos cenáculos a los que podemos asistir haciendo, ahora sí, un impresionante ejercicio de memoria histórica. Carlos Abella consigue introducir al lector en lugares tan diferentes como la redacción de un periódico de Madrid, un club de jazz donde inopinadamente aparece Tete Montoliú o en la cama para yacer literalmente con una de las mujeres a las que ama y desea el periodista protagonista de la novela. La obra tiene ritmo cinematográfico pero no supone una acumulación de imágenes o de vericuetos, por eso su lectura atrapa desde el primer momento, desde las escaleras de la plaza de Las Ventas que llevan hasta la avenida de los toreros hasta las escalerillas del último avión.
Y si todo esto fuera poco, Abella es capaz de dibujar su día a día a través de la frugalidad de sus almuerzos o el gourmet que atesora en su corazón para ilustrarnos con un impresionante recorrido gastronómico y enológico, literario, cinematográfico y musical. Tengo para mí que existe una parte innegablemente autobiográfica en la novela que va mucho más en consonancia con el espíritu libre y liberal de un autor que ha destapado un coraje narrativo inusual en estos tiempos melifluos de literatura de aeropuerto y estación de tren que tanto nos lastima.

Las cartas del miedo
Autor: Carlos Abella
Precio: 20.00 €
ISBN: 978-84-939443-2-2
Núm. pags.: 362
Edita: Eutelequia

© Pablo García-Mancha
Pablo G. Mancha (Logroño, 1968) es periodista y escritor. Trabaja para diversos medios de comunicación.

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