lunes, 31 de octubre de 2005

María Toledo, una maravilla


El flamenco en La Rioja vuelve a estar de enhorabuena y esta vez gracias a una magnífica iniciativa protagonizada por Bodegas Riojanas, que ha organizado –con el asesoramiento de Antonio Benamargo– un precioso ciclo de cante y toque en su acogedor auditorio de Cenicero. La organización fue magnífica, el sonido perfecto y el concierto de María Toledo, una maravilla de flamencura, un placer para los sentidos y un despliegue de buen hacer en el escenario. Y es que María Toledo lleva un camino fulgurante para convertirse en poco tiempo en una de las voces flamencas de referencia. Porque todo lo que canta María lo hace con un desparpajo alucinante, con un sabor añejo y un embeleso en cada tercio que con ella, el cante crepita y sabe a nuevo, a auténtico.
Además, María se sabe acompañar con un maestro de la guitarra –Paco Cortés– que es capaz de llevar el cante con delicada parsimonia para brillar siempre con una estupenda discreción, lo justo y no arrebatar ni un milímetro de protagonismo a una cantaora que hace transitar su voz por los palos más complejos del arte jondo con una facilidad asombrosa, con una sencillez impropia de una joven universitaria que acompasa su quejío con la carrera de Derecho y con un saber estar sobre los escenarios inaudito. En la última edición de los Jueves Flamencos, María Toledo tocó el cielo; el pasado jueves se paseó por las alturas en más de un momento, como en la malagueña o la soleá, la siguiriya rotunda, el martinete inicial y en esas alegrías en la que se pone gitana, absorbe la garganta y es capaz de romper el cante para volverlo a rehacer después con un eco que en ella es auténtica fragancia. María Toledo cautivó y el público quedó maravillado por su cante, el entorno y el sabroso vino de la despedida.

Tres noches flamencas de Bodegas Riojanas
Primer Concierto.
Jueves 27 de octubre de 2005. Auditorio de Bodegas Riojanas en Cenicero. Lleno
Cante: María Toledo.
Toque: Paco Cortés.

sábado, 29 de octubre de 2005

Un torero del más allá

No sé en el ciberespacio, pero en la tierra hoy es sábado y yo me he vuelto un poco loco. Me he despertado sudoroso y aturdido porque esta noche he tenido un sueño: reaparecía José Tomás. He ido al ordenador y he buscado lo que escribí de él cuando estuvo en Logroño en el lejano 1999. Sigo soñando:

José Tomás anduvo con dudas y medianías en la primera de feria. Parecía un diestro abúlico y atorado; un hombre sin ganas. Pero dejó de lado su versión humana y terrenal y se convirtió en un torero del más allá, capaz de transportar al aficionado al paraíso de la tauromaquia. Salió por la puerta de chiqueros un animal de cuerna veleta y astifina, casi con el colmillo retorcido, al que encima colocaron la divisa en la cepa del pitón. Aquello debió de molestarle mucho porque su fiero temperamento de casta le hizo venirse arriba con los del castoreño, que le zurraron a modo y con la salida tapada, como casi todas las tardes. Encampanado esperaba al peonaje cortando en los embroques. Salió José Tomás y con la muleta empezó aguantando uno de esos terroríficos parones. Si quieto estaba el toro, más quieto se quedó el torero. Tragaron saliva él y toda la plaza al unísono y resolvió con un derechazo mandón como un cartel. Puso sitio entre su anatomía y la del descarado cornúpeta y acto seguido comenzó a brotar el toreo. El animal se continuaba colando y el de Galapagar se echó la pañosa a la izquierda para que rugieran los tendidos tras cada uno de sus naturales, algunos inverosímiles, con la cargazón y el viaje del toro absolutamente consumados en una belleza formal que casi parecía un ejercicio de estilo. Citó por dos veces con la derecha para cambiar la muleta de mano. En la primera casi viaja hasta el reloj, en la segunda obligó tanto la embestida que el animal, que parecía a muchos el del “tío picardías”, se había convertido en un toro noble y con recorrido, cosas del toreo cuando se practica con pureza. Sucedió sencillamente que Tomás se colocaba al citar en el centro de la suerte presentando la muleta por derecho. Se lo traía toreado y embebido una y otra vez, dejaba la muleta colocada y volvía a cargar la suerte para deleite de la santa afición ligando siempre y sin perder ni un paso entre cada lance. Después, las manoletinas y el mitin con la espada. José Tomás había bajado definitivamente a la tierra y toda la plaza era consciente. En el que cerró corrida no se fue al más allá, aunque la mayoría seguía aplaudiendo la faena como si tal cosa. Aquí Tomás se puso pesado, reiterativo y al hilo del pitón. No era posible subir y bajar dos veces en el mismo día. En todo caso se quedó en el limbo.

miércoles, 26 de octubre de 2005

Mi abuelo, Villasuso y la necedad de confundir valor y precio


No tengo la menor idea sobre si el abuelo de Carlos Ruiz Villasuso le llevaba a los toros cuando este periodista era barbilampiño y tierno en sus mocedades. La verdad es que no tengo ni idea ni me importa lo más mínimo. El caso es que este informador fue invitado por el Club Taurino Logroñés para pregonar las pasadas ferias de San Mateo y me cuentan que en dicho pregón dijo que ya había llegado la hora de que los aficionados a los toros no dijéramos nunca más que nuestra pasión taurina había sido alentada por alguno de nuestros abuelos. Quizás al barbilampiño periodista le parecía que la modernidad taurómaca pasaba por que no fueran los abuelos los impulsores de la emoción por la tauromaquia. El susodicho Villasuso, que en tantas ocasiones había denostado a la afición de Logroño a la que ha acusado una y otra vez de querer sólo toros grandes y de tener en la presidencia a funcionarios carentes de ¿sensibilidad? taurina, confunde –una vez más– el valor y el precio (me huele que sabe más de precios que de valores) y reivindica una fiesta moderna, tipo fútbol, con toreros mediáticos y aficionados que no van a los toros de la mano de sus abuelos. Y digo yo, mi abuelo me enseñó a ver los toros, a amar el toro, a reírme de lo que provoca hilaridad en el ruedo o a sentir la emoción cuando surge, por ejemplo, la torería. Y mi abuelo, que me enseñó tantas cosas –como el genio de 'El Niño de la Palma' o el valor de Gaona, con los que compartió mesa pero no mantel– qué hubiera pensado si hubiera escuchado a Ruiz Villasuso. No lo sé, pero quizás le hubiera colocado a guisa de Don Tancredo en medio de Cayetano y el 'Indio Grande' a ver si seguía denostando el saber de los mayores...

martes, 25 de octubre de 2005

El sexto sentido, la extremaunción y el antiperiodismo de Pedro Javier Cáceres en la Cope


Pedro Javier Cáceres ha dicho en la Cope que la feria de Logroño está para que le den la extremaunción porque apenas se han cortado orejas y la gente se ha aburrido mucho. La verdad es que Pero Javier Cáceres ha demostrado una gran perspicacia y que está dotado de un sexto sentido ya que no estuvo ni un solo día en la plaza de 'La Ribera'. Uno se imagina a Pedro Javier Cáceres conectado a la realidad taurina logroñesa a través de la imaginación o de un soplo divino, del cronista deportivo que hizo de corresponsal de urgencia o a través de su instinto periodístico. Es verdad que en San Mateo se cortaron pocas orejas, pero salió el toro, no el medio toro de las ferias que él acostumbra a cantar como históricas y divertidas y claro, cuando sale el toro a las ferias hay que darles las extremaunciones 'a divinis'. Es lamentable que los periodistias hablen de oído, descalifiquen porque no les han contratado para dar las charlas habituales o sencillamente, no acompasen sus criterios a la realidad. Yo, cuando me dicen que Pedro Javier Cáceres predica en la Cope sobre la extremaunción de una feria en la que sale el toro de verdad, me acuedo de aquellas palabras de Joaquín Vidal: "El periodista se debe a los lectores y tiene la obligación de ejercer con honestidad absoluta la libertad de expresión, ha de estar preparado para la tarea, informando sobre la materia que trata, ser veraz y comportarse con modestia. Una vez dicho (y comprobado) lo que tiene que decir, con asunción inequívoca de lo publicado, deja de ser protagonista de nada. Y hasta la próxima".

lunes, 24 de octubre de 2005

Una teoría algo menos que descabellada


En el toreo, como en la vida, ejercer la libertad y la crítica es una pasión tan dulce como complicada, tan apasionante como, a veces, desalentadora. Parece que los valores eternos de la tauromaquia han pasado a la más oscuras bodegas de la memoria, a esos lugares donde el desaliento campa por sus anchas, con la misma desvergüenza que los mal llamados veedores pisotean las ganaderías para que por encargo de las figuras y de muchos que no lo son, cercenen de raíz los pitones de los toros. No existe mayor vileza ni tropelía contra un ser vivo que aniquilar su integridad y no digamos nada de lo que este atentado significa para un toro bravo. Durante las innumerables ferias que se han celebrado se han cortado orejas y rabos por doquier, se han dado –sin que nadie lo remedie– cientos de miles de derechazos alevosos, de esos en los que se ofrece la muleta perpendicular con la anatomía del torero contorsionada hasta la desesperación y en la que los lances en vez de ser rematados hacia adentro y por abajo, van hacia fuera. La suerte de varas –eje fundamental por donde ha de crujir la lidia– no sirve para ahormar al toro; más bien todo lo contrario. Si el animal sale con poder –cosa extraña pero posible– los de castoreño, bien aleccionados por su jefe de filas, le darán estopa. Si sale flojo, picarán trasero y caído para que se mueva todavía menos. Esa es la realidad de un espectáculo grandioso que no tiene parangón y que dos generaciones de taurinos si escrúpulos están desvirtuando hasta llegar a extremos en los que un apoderado de una figura deambula diciendo por los callejones que a los toros se les afeita por una razón: “Porque los toreros son personas humanas que necesitan de unas mínimas condiciones de seguridad para poder desarrollar su arte con garantías” (sic). Esta frase la pronunció el mentor de una figura del toreo que el año pasado toreó en Alfaro el mismo día de la corrida y se quedó tan ancho. Ahora bien, el que suscribe, que la oyó para su desesperación, ni le causó sorpresa por el fondo ni por la forma en la que se pronunció. La razón de esta teoría algo menos que descabellada se sustenta sobre varios estribos y contrafuertes pero sobresale uno por encima de todos: al apoderado de dicha figura, al igual que lo que sucede con la mayoría de la gente del toro, les da absolutamente igual el toreo, no les importa un bledo porque su afición es de pega y sólo sirve para comer bien en buenos restaurantes y si se puede sin pagar un duro. Del toreo sólo les sirve lo que les da pingües beneficios. No tienen el menor recato en ir diciendo por ahí lo siguiente: “Miren ustedes, aquí estamos nosotros, lo que manejamos el cotarro: ganaderos insolventes, matadores mediocres, empresarios incompetentes, periodistas que cantan nuestras virtudes por un plato de lentejas y estamos aquí para llevárnoslo crudo a costa de ustedes”. De un lado la masa informe de público que abarrota los tendidos (aunque este año parece que con menos asistencia que en mucho tiempo atrás) y que como carece de criterio le da absolutamente igual todo; sólo quiere orejas, orejas, orejas y que se les vea bien en su localidad. De otro lado están los aficionados, un grupo cada vez más marginal que ni pincha ni corta pero a los que se les llevan los demonios cuando ven que en la mayoría de las plazas ni uno solo de los toros que salen por la puerta de toriles está limpio de pitones. Y todo porque un maldito veedor, a sueldo de una figura del toreo, o de un mediocre o de sencillamente un desalmado, se habrá paseado por los cerrados de una ganadería para decirle al escofinero de turno: “Tócalo bien, que no quede ná”. Así que la teoría es muy sencilla: a la mayoría de los taurinos no les gustan los toros, ni les interesa nada de esta fiesta, sólo viven de aforismos y de definiciones y ellos son, sin duda alguna, los mayores enemigos para su supervivencia, por encima de los ridículos decretos del Parlamento de Cataluña que prohíben a los menores de edad entrar a las plazas. Ellos son los enemigos de la fiesta, la fiesta que a pesar de todo es grandeza, como decía el añorado Joaquín Vidal.

domingo, 23 de octubre de 2005

Una plaza de toros para el siglo XXI


El próximo viernes la ciudad va a vivir un acontecimiento histórico: la inauguración de su nueva plaza de toros. Un moderno edificio salido de los planos de los arquitectos vascos Javier Labad y Diego Garteiz que, con un presupuesto superior a los 2.000 millones de pesetas, ha financiado la empresa Martínez Flamarique, conocida popularmente como ‘Chopera’.
La construcción de este nuevo inmueble está íntimamente ligada con la desaparición del coso de La Manzanera, que desde el año pasado era propiedad de ‘Chopera’ tras adquirirla al Consejo de Administración de la plaza de toros. La empresa Martínez Flamarique después firmó un convenio con el Ayuntamiento logroñés con el fin de recalificar el solar donde todavía se asienta la plaza de La Manzanera y así financiar parte de la construcción de la nueva plaza.
La nueva plaza de toros de ‘La Ribera’ será una de las más modernas del mundo, cuenta con un aforo de 11.121 espectadores que ocuparán sus localidades con absoluta comodidad, ya que cada uno de ellos contará con su correspondiente asiento individual.
Uno de los aspectos más destacables de esta obra arquitectónica es la extraordinaria visibilidad del ruedo desde cualquier parte de la plaza. El perímetro de la candente es de 45, 2 metros, con lo que se consigue que los espectadores más alejados de la lidia puedan contemplarla con una sorprendente sensación de cercanía. La plaza, que hunde su base casi cinco metros en el suelo, cuenta con todos los servicios de este tipo de recintos, y lejos de resultar una obra fría, se antoja que con su concepción moderna pero salpicada de ladrillo ‘caravista’ y de una galería perimetral que comunica el interior del coso con el exterior. Además, ello la reforzará desde el punto de vista de su calidad arquitectónica y de su vocación más social.
Labad y Garteiz diferencian mucho el coso de Illumbe, en San Sebastián, con el nuevo de Logroño: “Aunque su concepción es muy similar, éste le gana en muchos aspectos. Digamos que de aquél han partido muchas ideas que en éste han sido superadas y mejoradas ampliamente”.
El nuevo coso taurino logroñés se verá rematado con una cúpula móvil que se abrirá o cerrará en sólo 10 minutos. Esta parte de la obra es la única que no será finalizada en su totalidad hasta después de San Mateo.
Una de las novedades más destacables de las muchas con las que cuenta este nuevo recinto es, sin duda, la ubicación de unos burladeros (de 12 a 15) con acceso para el público. Estos burladeros, con ocho localidades cada uno, se asomarán al callejón pero tendrán vedado su acceso a éste y configurarán, desde el viernes, una forma distinta de ver la corrida, hasta ahora sólo al alcance de los profesionales, taurinos y autoridades.
La plaza cuenta con diez tendidos: cinco de sombra, dos de sol y sombra y tres de sol. Además, está perfectamente dotada con seis bares en la parte alta y otros dos a nivel del ruedo.
La sensibilidad de la empresa promotora con las tradiciones mateas se ha visto reflejada en la construcción de una grada para el apartado. Este pequeño tendido, de unos 150 espectadores, se ubica debajo de los graderíos de la propia plaza y en la zona que configurará el patio de arrastre y el espacio por el que se desembarcarán las corridas de toros.
Uno de los detalles que hablan de la modernidad de la plaza es la báscula electrónica, que ya está instalada. El toro pasará por ella, será pesado unas diez veces mientras pasa de la cambreta al corral y mediante una serie de operaciones matemáticas, se obtendrá la media y con ella el peso exacto de cada res. El albero definitivo del coso será traído ex profeso desde Alcalá de Guadaira en unos 16 camiones. Aunque este año, como la plaza no estará cubierto, será colocado uno provisional procedente de Miranda de Ebro, similar al que cuenta La Monumental de Pamplona.
Javier Labad y Diego Garteiz señalan que otro de los detalles más importantes de este nuevo recinto será la ausencia casi total de viento, “incluso con la cubierta abierta del todo”.

Foto: Fernando Díaz
Artículo publicado en La Rioja el domingo 16 de septiembre de 2001, cinco días antes de inaugurarse la nueva plaza de toros de Logroño

sábado, 22 de octubre de 2005

El ambigú es cariño


El ambigú es una historia de cariño que se remonta entre las generaciones que han disfrutado de los toros en nuestra ciudad. Nadie duda de que fue uno de los puntos claves del coso de La Manzanera y el centro neurálgico de los mentideros taurinos de los sanmateos, sobre todo por las mañanas y tras el apartado, cuando las tertulias afloran, entre sabrosos pinchos y deliciosos caldos riojanos, para hacer y deshacer cábalas sobre este torero o aquel picador que hace la carioca...
Su propio nombre –ambigú– lo hace de por sí atractivo, como si estuviera cargado de viejas referencias coloniales, al igual que las tiendas de ultramarinos y las estampas en blanco y negro de una España de posguerra que se afanaba en sacar la cabeza de la tristeza.

– !Gaseoooosas y cerveeezas, a una veinticinco, tengo!

“Aquellos eran otros tiempos y otras ilusiones”, dice Jesús Fernández, hijo de Jesús “El Cojo”, fundador del ambigú, hermano del fallecido “Kulín”, que lo llevó hasta su muerte y tío de “Miguelín”, actual continuador de esta dinastía y enorme aficionado, que como si fuera una auténtica estirpe de lidiadores, ama y se entrega en cuerpo y alma con este espacio de sosiego y comunicación en el trasiego de la plaza, cuando allí siempre hierven las prisas para coger el correspondiente escaño en el tendido o el afán “por salir en las fotos de la página de Gastón”.
Y buceando en la etimología, se observa que ambigú viene de ambiguo: “Lugar donde se sirven comidas frías y calientes”. Pero como casi siempre, es María Moliner la que nos acerca a la referencia más certera: “Local para tomar refacción ligera en estaciones de ferrocarriles y otros sitios”. “Y qué mejor sitio para reconstituirse en pleno ajetreo festivo que la plaza de toros”, apunta Jesús Fernández cuando toma la palabra para acercar la historia de tan entrañable lugar: “Hace más de 40 años mi padre, Jesús “El Cojo”, que tenía muy mal genio pero que era muy buena persona, y gracias al Consejo de Administración de la plaza, puso en marcha el ambigú. Claro en aquellos tiempos no había barra, ni refrigeradores, era algo mucho más humilde que ahora y se servían gaseosas y cervezas. Además había unos doce vendedores por los tendidos y en la meseta de toriles también se vendían más refrigerios”.

– !Gaseoooosas y cerveeezas, a una veinticinco, tengo!

Y Jesús “El Cojo” se puso de acuerdo con Pablo Martínez, “Chopera”, padre de Manuel y abuelo de Óscar y Pablo, y gracias a los pactos de caballeros que firmaban todos los años, establecieron un acuerdo que se ha trasladado de generación en generación como un tesoro de convivencia.
Pero como dice el hijo del “Cojo”, Jesús, la verdadera aglutinadora era su madre, Consuelo, una cocinera extraordinaria que marcó el punto de inflexión: “Gracias a sus guisos se labró el ambigú una excelente nómina de amigos como Pepe Maguregui, Marcos Rezola y tantos otros logroñeses de aquellas épocas”.
Por la “biblioteca”, que así se denomina a una especie de comedor con aires de rebotica sito en las trasera del bar, han pasado todos o casi todos los taurinos que en la fiesta han sido, como “El Pipo”, que no pagaba nunca...
Saltamos una generación y llegó Miguel Fernández, “que como era muy grande le llamaban Herculín y al final y para abreviar, se quedó en “Culín”.
Miguel estaba unido por edad a Manolo Chopera. Los dos cogieron el testigo de sus progenitores y continuaron la colaboración hasta la muerte, hace pocos años de Miguel. Es ahora su hijo, “Miguelín”, el que continúa con el ambigú, además de llevar la plaza de toros de Bilbao y los bares de Las Gaunas.
Jesús, el tío de Miguel, repasa con sosiego todas las imágenes que le revolotean por la memoria: “Me acuerdo mucho cuando salió la Coca-Cola; aquello fue una verdadera revolución, nadie sabía lo que era y pensaban que estaban bebiendo zarzaparrillas... Con ella se pasó de los baldes de agua a los frigoríficos. En aquellos tiempos hay que darse cuenta que hasta el hielo era un verdadero lujo al alcance de muy pocos...”

– !Gaseoooosas y cerveeezas, a una veinticinco, tengo!

Pero también conviene dejar las cosas claras: “Que a nadie se le ocurra pensar otra cosa. La bebida más taurina es el vino de Rioja, de eso no hay duda”, avisa.
Sobre la cocina del ambigú, “¡Ojo, que esto no es una casa de comidas!, –avisa Jesús– lo que prima es la exquisita cocina riojana hecha de manera tradicional con los mejores productos. En el ambigú comen los miembros de la empresa de la plaza. Eso sí, los pinchos del apartado son para todo el mundo, como los sanmateos, como las medias verónicas de Antoñete.

Publicado en La Rioja en septiembre de 1998

viernes, 21 de octubre de 2005

Miguel Ángel Sáinz, el hombre que miraba despacio

La dimensión artística de Miguel Ángel Sáinz no puede desligarse de su forma de entender la vida, una vida que se le escapó en noviembre del 2002, cuando se encontraba en uno de sus momentos creativos más prolíficos y deslumbrantes, aunque estos adjetivos no hubieran hecho más que sonrojarle, porque Miguel Ángel Sáinz era un hombre que se desligaba casi sistemáticamente de aquello que no estuviera relacionado con su mundo creativo y su esfera personal: la vanidad no hacía mella en una escala de valores marcada por su afán religioso, por una fe en Jesús de Nazaret que no podía apartar de su talante artístico. Por eso en la esencia de su obra no había lugar ni para la improvisación ni para la prisa, todo lo que surgía de sus manos creativas estaba marcado por un perfeccionismo que trasladaba de la mente a su obra con precisión matemática. El bodeguero de Quel, Gabriel Pérez, propietario de Bodegas Ontañón, tiene a gala ser una de las personas más cercanas a este artista, que se entregó en cuerpo y alma para el diseño de la bodega museo de Logroño «Miguel Ángel era una persona especial», recuerda. «Lo conocí cuando yo era alcalde de Quel y le pedí su colaboración para decorar nuestro pueblo. De aquella unión profesional surgió una amistad que nos cambió la vida a los dos. Años después nos embarcamos en la realización de la bodega de Logroño, en la que Miguel Ángel aportó toda su creatividad, todas sus creencias y su esfuerzo. Había un objetivo: el vino y su cultura, marcada sobre todas las cosas por los dos aspectos centrales que marcaban su voluntad, su religiosidad (unido al profundo conocimiento que tenía de la Mitología y del arte egipcio) y su recogimiento interior». «Todo ello lo trasladó aquí, y a pesar de la riqueza artística que me ofreció» –relata con un punto de emoción Gabriel Pérez– «lo que más me ha llenado ha sido su amistad, su trato y algo tan hermoso como es compartir las emociones sin ambages». Y añade: «Él me buscaba porque necesitaba alguien con quien hablar para que le trasladara a una esfera diferente de su esencia artística, y yo me refugiaba en él porque me liberaba de la vorágine que dictaban los números, los vaivenes de la empresa y ese laberinto que suponen los negocios. Éramos, cada uno de los dos para el otro, una válvula de escape mutua». Miguel Ángel Sáinz era un hombre aferrado a sus creencias marcadas por una religiosidad alejada de la prosopopeya, casi con un sentimiento de eremita que plasmaba muchas veces en sus obras. En Ontañón se encuentra su obra ‘Epifanía en Monteagudo’, el cuadro preferido por el artista a decir de su esposa, Maite Balmaseda. La obra representa a los Tres Magos de Oriente despojados de cualquier oropel o abalorio, tan solo unas túnicas cubren unas anatomías poderosas pero algo decrépitas y un viñedo invernal marca a las faldas de la poderosa montaña las tres miradas de los magos. Miguel Ángel Sáinz no paraba de crear: «Era una obsesión para él, siempre tenía algo entre las manos y se mostraba muy exigente en el trato hacia su obra. Sé que en ese sentido no permitía ninguna ingerencia del exterior», relata Gabriel Pérez en su despacho de la bodega, con una luz matizada que se cuela casi con pereza a través de una de las vidrieras del artista riojano.

o Artículo publicado en el Diario La Rioja el 9 de junio de 2004, cuando se le concedió a Miguel Ángel Sáinz a título póstumo la Medalla de Oro de La Rioja.

miércoles, 19 de octubre de 2005

José Antonio Iturri: ha muerto un periodista de los que ya no se estilan


Acabo de recibir como una losa la noticia de la muerte de José Antonio Iturri, un periodista de los que ya no se estilan. Tuve la suerte de conocerlo a principio de la década de los noventa en la redacción del desaparecido 'Navarra Hoy', de Pamplona. Recuerdo de forma indeleble su generosidad para todos los novatos que llegamos al periódico, la manera en la que nos enseñaba a enfocar las informaciones, ese quitar lo que sobra donde sobraba y apurar al máximo la economía en el lenguaje informativo. Y es que José Antonio Iturri sabía de criterios y de veracidades como muy pocos, por eso –por su sabiduría– era capaz de pulsar como nadie el pálpito de su ciudad, mejor dicho, el alma de sus convecinos.
Pero más allá de la técnica, de la objetividad y del propio periodismo, la figura de Iturri desprendía un aire cabal de ese sentido tan raro en la vida que atañe a la maestría: maestría en el escribir y en sus sentimientos, en el trato, en el cariño y en la responsabilidad; maestría con Campari en la barra del Don Carlos mientras me acercaba a su oído para librar sus reflexiones del estruendo de aquellos sanfermines inolvidables que tuve la suerte de compartir con él, a la vez que discernía las razones sindicales de unos banderilleros que pasaban por allí.
En aquel 'Navarra Hoy' agonizante, la figura de Iturri era como un punto de encuentro de todos los periodistas que habitaban aquella convulsa redacción: los de la SAL, los contratados, los de prácticas y los caídos por casualidad.
Recuerdo conversaciones sobre la vida en su Renault 21 –con Radio 5 dando la tabarra– mientras me acercaba a una plaza de Barañain. Recuerdo el calor de sus historias y la forma en la que en aquella Pamplona de sueños se interesaba por las cosas que merodeaban por mi cabeza de meritorio riojano, porque Iturri me pronunciaba riojano con acento griego y siempre que podía alababa las patatas con chorizo, el vino de Haro y la mano de Titín. Lo recuerdo con Txampi, mano a mano, quitándole la idea de que él fue el primer detenido de la Democracia en Navarra. Le recordaré para siempre cuando me dijo que en los toros, con Polite, hacíamos literatura.
En fin, José Antonio Iturri fue uno de esos contados periodistas –sus nombres caben en el envés de un billete de las villavesas– que me hicieron amar esta profesión y para mí, ser periodista siempre será como ser un poco José Antonio Iturri, un maestro de los que ya no se estilan. Y como dejó escrito en el último 'Navarra Hoy', un abrazo "estés donde estés".

Foto: Diario de Noticias
www.noticiasdenavarra.com

El afeitado es cosa de ‘personas humanas’

Hace unos días, el apoderado de un torero de fama daba la siguiente explicación sobre las razones del afeitado: «Se afeita a los toros porque son personas humanas» (los toreros, se entiende). Y se quedó tan ancho. El interlocutor le espetó que desde su punto de vista, los toreros desde luego que son personas humanas, como la mayoría de la personas. Pero que como tales, podían decidir que si no tenían valor para ser toreros además de personas humanas, pues que lo lógico es que se quedaran sólo con la condición que les dio la naturaleza. Entonces, el apoderado del torero-persona-humana de fama decidió mirar a otro sitio. Uno cree que miró a ese reglamento que permite el afeitado o quizás a esos otros apoderados tan humanitarios que pululan por las plazas y que cuando pisan una ganadería lo hacen con un solo argumento: «Señor ganadero, mire, «Flamenquito de Usera» (es un decir), mi torero, además de tal, es una persona de humana condición y bajo ningún concepto está en condiciones de estoquear su corrida a no ser que le quite lo que hay que quitar». Así que el ganadero que se deja afeitar –por lo que demuestra estar ahíto de escrúpulos– pasa por el aro y le permite al apoderado hacer lo que haya que hacer o más todavía. En éstas, el empresario traga porque el tal «Flamenquito de Usera» podría ser una gran figura y sin figuras en los carteles, las taquillas suelen ser un churro. Así que ya se sabe, si se desean ver corridas de toros en puntas, habrá que prescindir de las «personas humanas».

martes, 18 de octubre de 2005

La opinión y la información en el periodismo taurino


La información taurina es una de las especialidades periodísticas más antiguas de la profesión informativa en España. Curiosamente, en ninguna de las múltiples facultades que han crecido como hongos llenando la cola del paro de miles de licenciados sin posibilidad alguna de ejercer su profesión dedican ni un minuto de su acervo académico para hablar de esta especialidad.
Lo más seguro es que los decanos no hayan pisado una redacción en su vida y mucho menos una plaza de toros. Por eso, a la información taurina se llega por vocación, por casualidad o para figurar, aunque no se sepa ni una palabra ni de toros ni de periodismo.
Si en el periodismo existen géneros, en la información taurina, en la mayoría de los casos realizada por aficionados sin formación periodística, se entremezcla la opinión con la información de una manera intolerable. El ‘yo’ está hipergeneralizado y salvando alguna extraordinaria excepción, la calidad de la expresión (hablada o escrita) es nefasta, por no decir cosas peores.
En los últimos años se han sumado a los medios tradicionales (radios y periódicos) dos fenómenos nuevos y curiosos: internet, donde abunda la noticia pero escasea la reflexión de calidad, ya que algo pensado para verlo con un ‘click’, difícilmente se presta a una lectura relajada y reflexiva. El otro fenómeno es la aparición de las televisiones locales, donde impera la tertulia y en el que los aficionados de a pie ven a sus críticos cercanos opinar sobre corridas que ellos también han visto. Y es aquí, precisamente en las televisiones locales, donde reina un mayor ámbito de libertad de expresión y donde se produce el ‘feed back’, tan deseado por los teóricos de la comunicación.
Se supone que los lectores, sean aficionados o no, se acercan a los medios de comunicación con el deseo de que se les informe, no de que se les adoctrine de una forma barata, tan barata que a veces es peor que la mera propaganda. La información ha de ser un concepto que para el profesional no puede tener vuelta de hoja: se ha de describir la noticia ciñéndose lo máximo posible a la realidad, sin vertir comentario alguno.
Veamos tres ejemplos y tres circunstancias que acontecerán cuando se dé por segura la reaparición de José Tomás.
a) Título: José Tomás anuncia que reaparecerá el próximo año.
Subtítulo: Pepe Pérez será el nuevo apoderado del diestro, que hará su primer paseíllo el Domingo de Resurrección en Sevilla.
En este caso, el periodista da tres noticias: la reaparición, el apoderado, la plaza y la fecha. Aquí no hay ninguna opinión, ya que se trata de informar.
Otro ejemplo:
a) Título: José Tomás vuelve
Subtítulo: El de Galapagar da por finalizado su año sabático y cambia de apoderado
Aquí se da menos información y además de forma incompleta, pero no hay opinión.
El último ejemplo:
a) Título: Ya lo decía yo
Subtítulo: José Tomás abandona el fútbol sala y volverá para engañarnos a todos toreando toros de Domecq afeitados.
Aquí sólo hay opinión, la noticia y la realidad en general le trae al pairo a esta clase de periodistas, que sólo atienden a la realidad cuando creen que ésta se comparece con sus opiniones, de las que piensan que es lo único que le interesa a sus lectores. Fulano ha dicho esto y como lo ha dicho fulano será así.
En realidad a dicho fulano le da igual que José Tomás reaparezca porque lo único que le interesa del diestro de Galapagar es su toque en el fútbol sala. Antes, Fulano quizá lo acusó de homosexualidad y de no saber torear. Ahora, de que viene a llevárselo crudo a costa de la cartera de los aficionados, que como todo el mundo sabe van a la plaza con grilletes a ver cómo «José Tomás hace el ridículo con toros afeitados».
Quizás todo esto sea una exageración de la realidad, pero el medio no puede ser el mensaje, el medio ha de ser la forma de trasladar la realidad a los lectores, sin más alaracas que la credibilidad y la decencia personal de cada periodista. La crítica es otra cosa, pero es la misma, ya que sin decencia ni se puede escribir honradamente ni se puede dar una calada a un puro sin que se nos caiga la cara de vergüenza.

lunes, 17 de octubre de 2005

La Manzanera se retiró


El 21 de septiembre de 1915 José Gómez Gallito y Juan Belmonte cobraron 7.500 pesetas cada uno por matar una corrida del duque de Veragua –valorada en 10.000 pesetas– e inaugurar el coso de La Manzanera, construido en 104 días y pionero en la utilización del cemento armado. La actual plaza de toros de Logroño salió de la cabeza de Fermín Álamo, un prolijo arquitecto riojano que la dotó de un estilo mudéjar inconfundible. 85 años después, como un torero ajado, se retira y cerrará sus puertas al final de la Feria de San Mateo para dar paso en unos meses a un nuevo recinto taurino cubierto, hermano gemelo del denominado Illumbe de San Sebastián y con capacidad para 11.000 espectadores. Logroño, que tiene fama por su hosca afición a decir de algunas figuras, verá así su última feria en este coqueto coso que la intemperie y el absoluto descuido han convertido en una vasija desconchada a la que sólo se la pinta y acicala lo estrictamente necesario para celebrar cada feria.
Hasta hace unos meses, el inmueble era propiedad de una sociedad mayoritariamente riojana. La familia “Chopera”, que gestiona artísticamente la plaza desde hace 51 años, la compró y firmó un convenio con el Ayuntamiento de Logroño con el fin de recalificar el solar de La Manzanera para construir viviendas en el mismo, y así financiar el nuevo recinto, valorado en más de 2.000 millones de pesetas y diseñado por los arquitectos Diego Garteiz y Javier Labad. Los terrenos que ocupará la nueva plaza son colindantes con el río Ebro y han sido cedidos por el consistorio logroñés. La inauguración está prevista en septiembre de 2001 y ya se especula con la contratación para el evento de una corrida de Victorino Martín, tan del gusto de la afición logroñesa y que lleva cinco años sin lidiar en La Rioja.
No han sido muchas las voces que se han oído en la ciudad cuestionando el derrumbe de La Manzanera, teniendo en cuenta que la obra de Fermín Álamo resulta clave para entender el entramado arquitectónico la ciudad. El Colegio de Arquitectos de La Rioja se ha mantenido en un segundo plano y sólo se ha escuchado alguna voz discordante en las refriegas políticas de los plenos del Ayuntamiento, en los que se ha cuestionado más la solución urbanística dada para los terrenos actuales y la situación de la futura plaza que la oportunidad de su demolición.

Foto: Fernando Díaz
Publicado en El País el 21 de septiembre de 2000

sábado, 15 de octubre de 2005

El toreo no es una entelequia


Imaginémonos un toro hermoso como una catedral, con su nervioso corpachón saliéndose por los cuatro costados, pegando el rabo chicotazos, con la mirada fija en una poderosa muleta. Lo citan por derecho, de forma cadenciosa, bella, ensimismada. Y justo ahí, cuando el diestro adelanta el engaño para el cite, en el momento en que se unen la embestida y la muleta, cuando el belfo se sobrecoge y el matador templa el lance, surge toda la belleza del embroque. El torero, si tiene el suficiente valor, gana terreno al toro adelantando la pierna contraria y, una vez enviado el viaje de la res tras la cadera, con un suave giro de cintura, se vuelve a quedar colocado en perfecta rectitud con el fin acometer el siguiente muletazo.
Ha hecho lo que Domingo Ortega definió como cargar la suerte y el toro ha descrito con su recorrido un imaginario signo de interrogación con el lidiador situado en el eje geométrico de tan preciso y emocionante dibujo. Esto es el toreo, a pesar de que muchos se inventen fascinantes retruécanos para argumentar que la piedra angular de la tauromaquia es una falsedad invocada por inmarcesibles críticos taurinos o por aficionados ilusos que, en el fondo, desconocen cuanto describen. No. El toreo no es una entelequia, es un ejercicio de valor inmenso que muy pocos diestros están capacitados para ejecutar con semejante pureza.
Por eso, cuando surge el toreo, así sentido, tamizado por la personalidad de cada diestro y conjugado según la condición y los pies del morlaco en cuestión, todo resulta inundado por un desgarrador aroma, por una fuerza vital que hace de la fiesta de los toros un espectáculo incomparable donde tienen tanta importancia detalles tan aparentemente livianos como el juego de muñecas, los leves y sutiles toques con la muleta o la elección de unos terrenos determinados.
Porque aquí, las matemáticas no tienen más sentido que dividir la lidia en tercios. A partir de ahí, llega el turno del valor y de la inspiración, ya que no es posible hacer el toreo si el lidiador no posee ese resorte metafísico que le impulse a colocarse en un lugar tan comprometido donde irremisiblemente brota la emoción.
Decían de Juan Belmonte que se dieran prisa en ir a verlo porque, si seguía toreando así y entrometiéndose en los terrenos del toro, pronto sería descuajeringado. Se equivocaron. Tuvo que ser precisamente "Joselito", el maestro de maestros, el lidiador más sabio y eficaz de la historia del toreo, el que vio segada su vida en una aciaga tarde talaverana. Porque, como antes se decía, el toreo no es como las matemáticas, ni tampoco una entelequia.
Belmonte supuso la mayor revolución técnica de la fiesta de los toros porque se olvidó de sus piernas para la lidia y se colocó en mitad de las vías del tren (en esos terrenos casi imposibles). Así, cuando pasaba el "expreso", lo lanceaba sin moverse un ápice: primero lo descarrilaba cargándole la suerte y después, llevado con la muleta, dejaba al toro dispuesto para el obligado de pecho. Y Belmonte, sin moverse, volvía a quedarse cruzado con la res. Sería por eso que José Bergamín le cantó: "La tarde que mataron / al Espartero / Belmonte, que era un niño / se quedó quieto. / Tan quieto que el torero / que en él había / cuando veía a un toro / no se movía".

viernes, 14 de octubre de 2005

Madrid me mata


Desde que era un niño la plaza de Las Ventas ha ejercido en mi universo espiritual una fascinación deslumbrante. Mi abuelo, que me contaba muchas mentiras piadosas del mundo de los toros, me decía que tenía unos corrales tan modernos que sus puertas se abrían accionando un botón, sin ninguna cuerda engorrosa, y por el magnífico efecto del aire comprimido. Me aseguraba, incluso, que en Madrid casi todo era perfecto, que los toros nunca se caían y que los presidentes se sabían el reglamento y eran aficionados de los buenos, tipos que soñaban con toros encastados y en puntas a los que Paula, es un decir, les sometía toreándolos de frente y al natural como en aquella tarde onírica del otoño de 1987, cuando un toro de Martínez Benavides, el ganadero rico de Posadas que legó todos sus bienes a los pobres de su pueblo, propició aquella faena del gitano de Jerez y a la postre, una de las crónicas más bellas de Joaquín Vidal.
Pero en mis últimas visitas a Las Ventas he visto un edificio decadente, casi una alegoría de una imponente vasija que alberga un espectáculo anodino y gris. En provincias (al menos desde la mía, que es La Rioja y que además es Comunidad Autónoma) esperamos cada año San Isidro como un maná: ¿Saldrá este año lanzado de verdad un torero? ¿triunfarán nuevas ganaderías? ¿volverá el encaste santacoloma? ¿será su público una referencia real para medir el espectáculo? No lo sé. A veces veo a Las Ventas como un singular manicomio donde cada idea funciona con la liturgia de una facción. Si se ve por la tele, además del palco de C+, la sensación de la plaza es vaga: gente guay en la sombra, banqueros, políticos, adinerados varios, mujeres de tronío, bellezones de revista y a lo lejos (pero muy a lo lejos, casi al otro lado de la M-30) el siete, ese espacio repleto de ‘integristas’ que sólo quieren bajar de su machito a los que van de figuras. Es curioso, pero uno escucha las radios –sean de la tendencia que sean– o las teles –idem de idem– y sólo coinciden en denostar al siete, por su falta de afición (¿?), porque están en contra de todo y porque además, son unos maleducados que protestan a los presidentes por no devolver a los corrales a los toros cuando se dan de morro contra el ruedo o se pegan costaladas a los pies de los caballos de picar, esos inefables caballos ciegos, sordos y seguramente drogados que parecen una estatua y que se echan encima de los astados moribundos con una doma de alta escuela ¡manda bemoles!
Me produce hilaridad, por ejemplo, la forma en la que el presidente de la pajarita saluda a los espadas al final del paseíllo, porque detrás de esas formas huecas y engoladas subyace el mismo personaje que se veía en la tele apremiar en el callejón a los toreros el día de los Miuras de este último San Isidro para que hicieran señas y aspavientos al presidente de turno y que así continuara la corrida. Por cierto, este señor vino a Logroño a presidir hace dos años la Feria de San Mateo y tuvo que salir un día escoltado por la policía para poder abandonar la plaza.
Da la sensación de que Las Ventas se ha convertido en una especie de Pasarela Cibeles de la tauromaquia, con una nueva empresa que parece la misma que la vieja y que la revieja, con similar escasa afición y que ha hecho que en verano la plaza más importante del mundo sea un año más un desierto total, aunque hayan puesto sillas sobre el cemento para que se siente el viento, pienso yo. ¿Dónde está la afición de Madrid? ¿Queda afición en Madrid?
Me llama la atención que en Las Ventas no vayan por sistema las más prestigiosas ganaderías con sus lotes de mejor nota y es alucinante que las figuras –¿hay figuras en la tauromaquia actual?– pasen por aquí como de soslayo. De hecho, hay matadores de lo alto del escalafón que no han dado ni una vuelta al ruedo en Las Ventas y ganaderías claves en ferias de postín que hace décadas que Florito no las huele. ¿Por qué Cebada Gago no lidia nunca en Madrid? ¿Será por dinero?
Tengo la impresión de que Madrid sólo es San Isidro con sus mil corridas apelotonadas en las que no hay tiempo para la reflexión, acaso para el cabreo, en un desfile de festejos sin interés al que se abonan año tras año ganaderías desprestigiadas y toreros mediocres que sobreviven como muchos políticos nefastos en el lodo de los malos resultados, en el barro de la turbamulta.
Desde provincias –al menos en la mía, repito– también se ve que a las autoridades de la Consejería de turno, la plaza de Madrid no les importa ni un bledo: sólo interesa el botín de San Isidro, el clavel reventón ése de las tardes inapelables y que le saquen a uno en la tele, con un puro, hablando por el móvil o ramoneando un güisqui mientras tal o cual se las ve con un ‘domé’. Mala cosa es la sensación que llega desde Madrid a las provincias. Mala cosa que la que debiera ser la primera plaza del mundo sea un circo mundial en invierno y un excelente escenario de ópera al aire libre en verano. Mala cosa que en las caras de las fotos de los ladrillos no se masque el miedo de la responsabilidad, la sensación cautiva de desamparo que hay que tener en esta plaza, y que cuando la miramos los de provincias, al menos en mi caso, nos mate por su escaso aliento taurino. Madrid me mata y por eso, cuando voy a Las Ventas, me refugio en el siete, en esa cueva de malos aficionados que sueñan con toros encastados y con el Paula, es un decir, toreando de frente y al natural un sobrero de Martínez Benavides, un señor rico de Posadas que legó todos sus bienes a los pobres de su pueblo.

Artículo publicado en La Voz de la Afición, de la Asociación 'El Toro'. Otoño 2005

miércoles, 12 de octubre de 2005

«No me tomo la creación como una inquietud constante; sería angustioso»


Entrevista con Enrique Morente

– ¿Qué ha cambiado en la propuesta musical de Morente desde aquel ‘Omega’ que estrenó en Logroño a ‘El Pequeño Reloj’?
– En ‘Omega’ había una mirada a Nueva York, a un mundo en el quete podías encontrar, como me pasó a mí, una avenida entera llena de gente alcohólica medio derrumbada. Había textos de Lorca, músicas de Leonard Cohen... Ahora me he fijado en el concepto del tiempo y he trazado una pequeña historia de la forma en la que la guitarra ha acompañado al cante flamenco, por eso aparecen los sonidos de tocaores como Ramón Montoya, Manolo de Huelva, Sabicas. Pero lo hermoso es que cuando estaba buscando textos para el tema, me encontré con un poema de León Felipe.
– ¿Sigue sintiendo inquietud antes de salir al escenario?
– Siempre hay una preocupación, una responsabilidad. Además, me gusta la filosofía de este festival, el afán que tiene de buscar siempre lo nuevo pero con calidad. Recuerdo con cariño el estreno de ‘Omega’ y la buena suerte que me dio después de haberlo presentado en público en este marco.
– El flamenco no suele frecuentar escenarios como un palacio de los deportes ¿Es diferente el planteamiento a cantar en un teatro?
– Es otra historia; en principio ni mejor ni peor. Quizás para una voz sola y una guitarra puede ser más adecuado un espacio más recogido. Pero si el sonido está bien logrado, el público está en predisposición de escuchar y el que canta sale a darlo todo, tiene que funcionar casi a la fuerza.
– ¿Se puede llegar a conmover?
– A lo mejor se conmueve con distinta emoción, pero puede ser igualmente atractivo.
– El próximo jueves actúa en Logroño Chano Lobato, que dijo que le admiraba a usted como uno de los principales creadores del flamenco.
– Chano Lobato en grandísimo. Es más, yo diría que es el cantaor que más admiro de hoy en día. Es genial, es el decano y hace un flamenco inimitable; es la representación viva de las escuelas de los cantaores más importantes de la historia.
– Chano empezó de la mano de Pepe Blanco...
– Me hubiera gustado mucho conocerle porque todas las referencias que tengo sobre él me indican que era un cantante al que le gustaba mucho el flamenco. Es de esos artistas y personajes con los que alguna vez he soñado compartir una conversación.
– Desde el inicio de su carrera usted ha coqueteado con infinidad de estilos, desde el flamenco de Don Antonio Chacón a la música clásica de ‘Allegro Soleá’, sin olvidar el rock y el jazz. Da la sensación de una continúa búsqueda ¿Es posible vivir con esa inquietud?
– La verdad es que no me lo tomo así, porque sino sería realmente angustioso decidirse a dar un nuevo paso. Ahora tengo una serie de proyectos que quiero ir sacando poco a poco, pero sin prisas, de alguna manera, dejándome llevar. Y no por el afán de ser novedoso por obligación o por rutina, sino por ser capaz de hacer lo que a uno le interesa.
– ¿Cuáles son esos proyectos?
– Hice un disco de Picasso para el estreno del Museo de Málaga, pero no se ha editado. Es una especie de suite de unos quince minutos y una malagueña. Pero la idea continuaba con siete temas más. Tengo un proyecto que se está haciendo en la Alhambra, con Ute Lemper, Pat Metheny, Cheb Khaled, Pepe Habichuela o Tomatito y Cañizares. Pero además, está rondando por ahí un ‘Quijote’, pero me estoy intentando negar por lo del cuarto centenario y todo lo que eso lleva consigo. Además, no quiero que me tachen de oportunista.
– ¿Cómo le llegan a usted las letras?
– Me las tengo que encontrar. En caso contrario no soy capaz de cantarlas. Me mandan muchas, muy buenas, pero me han de sorprender.
– ¿De dónde parte la creación?
– Quizás de un chasquido interior, de algo que te duela por dentro. También puede surgir de la alegría, pero en mi caso no, que yo soy muy trágico... (sonrisas).
– Pues los más trágicos dicen que el flamenco se muere, que ya no se canta como hay que cantar...
– Nada de eso, el flamenco está muy vivo y hay buenísimos cantaores jóvenes. Lo que sucede es que no es un arte que se pueda dejar en un museo. En las cosas vivas lo que manda es la naturaleza y nadie sabe hacia dónde van a ir los tiros en los próximos años. Todo se verá.
– ¿Qué le parece el Príncipe de Asturias a Paco de Lucia? ¿Es bueno para el flamenco?
– Era su momento. No hay que estar siempre llorando sobre eso. Me alegro que se lo hayan dado porque es un músico genial e irrepetible.
– ¿Por qué no ha trabajado nunca con él?
– Lo admiro y lo quiero como amigo, pero tenemos dos sonidos diferentes e incomparables y el mío es otro estilo. En la diversidad de las expresiones está la grandeza de un arte como el flamenco. Pero yo siempre admiraré a Paco.

Publicada en La Rioja en enero de 2005
Foto: Fernando Díaz

El valor de los toreros

Hay dos cosas fundamentales para que un torero sea tal, además de la de la humana condición, aspecto éste que se da por descontado en la mayoría de las ocasiones. Una de ellas es el valor; la otra, la afición. Contaba Juan Belmonte que cuando se inició por los vericuetos de la tauromaquia no sentía el más mínimo interés por el arte de los toros. Es más, que las reglas le traían sin cuidado y que la técnica le era tan ajena como la lecturas de El Capital. Cuenta el Pasmo que andando el tiempo, después de compartir muchas tardes con Joselito, empezó a aficionarse, a leer sobre el toro, paladear los encastes. Cuando viejo, Belmonte amaba el toreo como nuca antes lo había hecho. Pero ya no estaba a su lado el Príncipe de los toreros y sus años apenas le dejaban ponerse delante de ninguna eralilla cárdena que tanto gustaba tentar a lomos de la Sierra Carbonera. Pero Belmonte tenía valor, un valor inconsciente que asombró a una España que no podía creer los terrenos que pisaba. Se quedaba quieto, ojo, no toreaba en redondo. Sus primeras faenas se basaban en pases regulares y cambiados. Esto es, mostraba la muleta al natural y los despedía después, sin girar los pies, con pases de pecho a media altura. Después, con el paso del tiempo y por el influjo de Joselito, Belmonte hizo el toreo en redondo por ambos pitones. Pero ése no era el Belmonte clásico, el Belmonte de Gregorio Corrochano. Lo cierto es que Belmonte encontró en el toreo el punto de fuga para abandonar la vida que le esperaba como peón caminero o quincallero a la sombra de su padre. Su única arma, la desesperación y un valor escalofriante.
Creo que el valor es la piedra angular del torero; si no hay valor es imposible torear. Lo que sucede es que al valor se puede llegar de muchas maneras, incluso de manera inconsciente. Voy a tratarme de explicar.
Valor poético: Rafael de Paula es un torero medroso, frágil y capaz de echarse de cabeza al callejón. Sin embargo, en el momento menos esperado, cuando la situación parece materialmente imposible, surge un arrebato –inconsciente, intuitivo, inhumano también– se encuentra con aquel toro de Benavides y tras ser volteado desgrana la faena milagrosa. Fue como un sueño o una alucinación colectiva a pesar de que todos la vimos. Pero qué pasaba por la cabeza de Rafael en esos momentos. Yo creo que se dejó llevar, que aquello no se lo dictaba la cabeza, no se lo podía dictar algo reflexivo. Pero era el toreo. Sin embargo, lo que sabía Paula –un momento antes y un momento después, pero no cuando toreaba– es que en cualquier momento podía ser empitonado. De ahí su magia, de ahí su valor inconsciente, irreflexivo....
Valor heroico: Otro tipo de valor. Pongo el ejemplo de José Tomás en su estado puro, tal y como lo vi en Logroño en 1999: Salió José Tomás y con la muleta empezó aguantando uno de esos terroríficos parones. Si quieto estaba el toro, más quieto se quedó el torero. Tragaron saliva él y toda la plaza al unísono y resolvió con un derechazo mandón como un cartel. Puso sitio entre su anatomía y la del descarado cornúpeta y acto seguido comenzó a brotar el toreo. El animal se continuaba colando y el de Galapagar se echó la pañosa a la izquierda para que rugieran los tendidos tras cada uno de sus naturales, algunos inverosímiles, con la cargazón y el viaje del toro absolutamente consumados en una belleza formal que casi parecía un ejercicio de estilo. Citó por dos veces con la derecha para cambiar la muleta de mano. En la primera casi viaja hasta el reloj, en la segunda obligó tanto la embestida que el animal se había convertido en un toro noble y con recorrido, cosas del toreo cuando se practica con pureza. Sucedió sencillamente que Tomás se colocaba al citar en el centro de la suerte presentando la muleta por derecho. Se lo traía toreado y embebido una y otra vez, dejaba el toro colocado y volvía a cargar la suerte para deleite de la santa afición ligando siempre y sin perder ni un paso entre cada lance. Pasé miedo en la plaza porque le veía cogido una y otra vez. Y el tío allí, quieto como un poste y sin mirarse. Aquello era de un estoicismo arrebatador. Pero a diferencia de Rafael de Paula, José Tomás sí era consciente, (antes, mientras y después) de que aquello le podía costar la vida. Por eso y a pesar de eso, este tipo de valor es al que más importancia le doy. Un torero que me alucina ahora es Sebastián Castella, que da la sensación de que disfruta con el valor, con su superación a través del riesgo.
Valor cartesiano: ¿Tiene valor Enrique Ponce?. Hay muchos que apostarían su pierna a que no. Bueno, hace unos años en Logroño –procuro hablar de lo que veo– se enfrentó a un marrajo de Adelaida Rodríguez. Y dio una lección. Tiró de todo su repertorio técnico para administrar los terrenos del toro, sus distancias; fue consintiendo a un mulo que de principio se negaba a embestir, quedándose siempre debajo de la barriga, y sin tocarle ni una sola vez la muleta, fue capaz de dar dos muy buenas tandas de naturales. A pesar de todo, le pitaron una y otra vez gritándole pico, pico, pico....
No metió pico y se cruzó. Le he visto pocas veces en una tesitura similar, cierto, pero no voy a negar lo que he visto, a pesar de que pueda parecer que valorar a Ponce no sea de aficionado 'pata negra'. Pero ésta es otra historia. A lo que voy. Ponce no tiene el valor de José Tomás, desde luego. Él basa su valor en un conocimiento exhaustivo del toreo, de lo que necesita el toro en cada momento, o el torero. Digamos que es el valor cartesiano, el científico.
Valor desesperado: Hay toreros como Fernando Robleño que en los momentos claves de la temporada –léase alguna tarde madrileña- salen sin freno, como llevados por una desesperación. Eso le da motor para unas cuantas tardes concretas, pero para poco más y luego, cuando llega el momento de hacer temporada, la mayoría de las tardes resultan incapaces de apretar el acelerador.
Falso valor: Es el de muchos toreros que aparentan o no tenerlo, pero que la mayoría de las veces salen íntimamente derrotados a los ruedos. Este tipo de toreros –que son mayoría– pueden aparentar valor, e incluso tenerlo al principio, pero se les acaba pronto (Finito, Puerto, Rivera Ordóñez y un largo etcétera).

domingo, 9 de octubre de 2005

Chano Lobato estuvo en Logroño

El arte de Chano Lobato no se puede aguantar; es inconmensurable, es tan fascinante como grandes los embustes de Ignacio Espeleta, del que acostumbra a relatar Chano que se encontró en el fondo de la bahía de Cádiz un faro fenicio que todavía aguantaba encendido desde los albores de la antigüedá. Y eso que sólo estaba pescando caballas... y no enseñando Cádiz a ningún guiri, ni explicando a nadie que la Virgen de la catedral no tenía niño jesús porque lo había mandado a hacer un recadillo a los muelles...
Chano Lobato volvió el jueves a Logroño; se reencontraba con una afición –la suya– que lo venera como a casi nadie y se dio una vuelta de algo más de dos horas por esos cantes que lo hacen inimitable y por las mil y una historias que tiene a bien compartir con el ancho mundo, porque Chano tiene en su mente guardadas vivencias de todos los continentes; cada uno recorrido cantando flamenco, pasando fatigas y alegrías, peleandose con las llaves de los hoteles de Hollywood o cabalgando entre los terremotos del Japón, la nieve de Canadá –que cuando se pone pesada le llega a uno más arriba de la cintura–, los bifes de Buenos Aires o sin ir más lejos, los conejos de Rute, que uno se llama Gregorio y le da a Chano recuerdos todas las navidades.
Y va Chano y lo cuenta con la misma gracia que quien se sube a un autobús para ir desde Triana hasta Nervión compartiendo viaje con abuelos achacosos y con un chófer que parece que está loco: «Es que se empeña en matar a cinco jubilados en cada frenazo».
Así suena el surrealismo mágico de Chano Lobato (Cádiz, 1927) que se vanagloria de su madre –por ventura todavía viva– porque juega a la lotería primitiva con el afán de quitarle de cantar. Pero a Chano no lo quita de cantar nadie porque canta como nadie y digo yo, que no puede haber nadie en su sano juicio que pueda prescindir de escucharle, como le escuchó el patio del Salón de Columnas el jueves, bien cuando cantaba como los mismos ángeles, y no es un exageración, o cuando hacía chascarrillos con la caída de ojos del Chato de la Isla, un cantaor que tenía un termo que se lo llevaba una de sus hermanas con té, como los indios, porque al Chato de la Isla –que ya tiene una edad, tú me comprendes– le han prohibido el alcohol. Pero Chano sabe que el termo no tiene té, sino güisqui, que Chano lo pronuncia así porque le da la gana, por eso dice Yon Güaine y Fred Astaire, dos artistas que no pudo ver porque cuando pasó con el tren por el Cañón del Colorado se había hecho de noche y la lata aquella que había comprado el Chaqueta no tenía pollo/chiken, y eso que el Chaqueta sabía inglés porque tenía una novia que trabajaba en Gibraltar y le había enseñado lo de la pronunciación.
Y así, con estas cuitas, se entretuvo el maestro entre cante y cante, porque como se ha dicho antes, Chano Lobato cantó como nadie canta ya, como en esa siguiriya bélica y racial en la que además de pasear la garganta por varias tonalidades, se plantó en medio del universo y nos hizo crepitar con su desolado sentimiento. Como en la soleá, donde Fernando Moreno –que también se arrancó por chascarillos– dejó una entrada y varios fraseos sensacionales. Y es que Fernando sabe como pocos estar a la altura del maestro, siempre atento a sus requiebros, con un compás acorde a la genialidad de un cantaor que embriagó en la bulería y los tangos pero que se dejó el alma en la guajira, la del cafe bebido y ese papelón al que llaman diario.
Y así, dos horas de cante de cante y cuentos, de tanguillos de Cádiz, de rumores de Pericón, del Cojo Peroche, de Rosario la Mejorana y de ese imaginario inagotable de un hombre de los que ya van quedando pocos.

Foto: Fernando Díaz

Los toros toristas, (je, je, je...)

A los taurinos les chifla la propaganda. Sale un torero y enseguida ponen un cartel: «Este acaba con el cuadro», «Linares nos lo quitó y ahora nos lo devuelve», «Horcajillos de la Sierra lo ha parido para el arte puro». Sale un toro –bueno, eso es más difícil– y de pronto le ponen cien kilos de más, unos cuernos superlativos y el apellido de torista. Nada hay más redundante que un toro torista, sin duda, un gran apellido que los taurinos ponen a las ganaderías que no embisten y que algunos lelos se creen que sí embisten, aunque peguen bocados. Para el que esto firma un toro es bravo o manso, encastado, fiero, noble o como sea, pero no es torista ni torerista. Lo mejor que tienen los toros toristas para los taurinos –sobre todo para los que dirigen la plaza de Madrid– es que son baratos y que los compran de saldo. Además, estos toros se las ven siempre frente a diestros modestos a los que no les suelen dar ni la más mínima opción. Con ellos se han enterrado tantas ilusiones como aficiones han roto. Yo lo digo bien alto: me gusta el encaste Parladé y he visto corridas extraordinarias de ganaderías de origen Domecq como Zalduendo, Fuente Ymbro, Jandilla, Torrestrella, Cebada Gago o algunas otras. Lo que no me gusta y detesto es la masificación de estas ganaderías, o mejor dicho, de sucedáneos de estos hierros comprados por nuevos ricos que sólo quieren fardar de toros, de hierro y de divisa, que seguro que confunden con la vitola de los puros que se arrean. En fin, que lo de hoy, los de Basltasar Ibán no son toros toristas, son miembros de una ganadería legendaria que ha dejado para la historia un ramillete espectacular de toros bravos, como aquel ‘Bastonito’, que no era torista, ni mucho menos.

José Tomás, reaparece ya

Si quitamos la coma que separa el sujeto del verbo en el título de este artículo me da un soponcio. Pero, coño, hay coma, sigue la coma, nos persigue la coma. Y lo que no se sabe es hasta cuándo va a durar la coma que resume la petición inequívoca de muchos aficionados para que este extraño tipo de Galapagar deje de jugar al fútbol sala y le dé por enroscarse la montera y volvernos a acojonar como sólamente acojonan los toreros de verdad. Porque un torero de verdad acojona, ¿o no?. Es más, yo creo que para que un torero lo sea de verdad tiene que ser capaz de ponernos a los aficionados un nudo en la garganta, un corazón desasosegado y ése no-sé-qué que hace que esta fiesta, este rito sea sin duda alguna algo incomparable que carece de explicación. Dicen que José Tomás antes de las corridas de Madrid se iba a unos billares a explayarse. Qué cosa. El caso es que después, por la tarde, con ese valor suyo tan indescriptible se vivía un acontecimiento tremebundo. Toreaba con tanta verdad que el adjetivo valeroso se quedaba escueto y minimizado. A veces he pensado que José Tomás despreciaba su propia vida. Ahora estoy convencido de lo contrario, porque este torero bulle en el interior de un hombre vitalista y sencillo, acorralado por los periodistas, porque lo que tenía que decir lo decía armado de capote y muleta. Ahora calla. Vive la vida. Respira. Pasea. Probablemente amará. Como cualquiera. Como usted. Como yo. No sé si algún día volverá a sentir el Fulgor del Círculo (gracias Javier Villán). Pero el caso es que yo, como cualquiera, como usted, necesito que José Tomás reaparezca ya. Cuanto antes.

Críticos taurinos

Crítico taurino. Expresión paradójica: o se es crítico o se es taurino. Así definían hace unos años, concretamente en 1998, Fernando G. Taboada y Ángel Guillén a los periodistas (sic) taurinos en su alucinante ‘Diccionario Neotaurómaco’. Sí, amigo aficionado, aquél que publicó El País acompañando las siempre magníficas crónicas de Joaquín Vidal. Y es que el maestro ya estaba harto de que los principios, valores y códigos que han sustentado desde siempre a la tauromaquia fueran sistemáticamente pisoteados por una masa crítica de taurinos mediocres, de serviles prohombres acostumbrados a la reverencia vil, a la palmada en la espalda y en dar sistemático esquinazo a algo tan grandioso como es colocarse con una tela colorá frente a un toro, hacer así, arrebujase y parar el tiempo, a la vez que se detienen los corazones sobre el albero, como Rafael de Paula o José Tomás, con esa parsimonia suya tan indefinible, tan sutil y abrasadora que hace del rito algo majestuoso por inexplicable, algo consustancialmente mágico que estos mendrugos están empeñados en hacer desaparecer. Uno llega a la conclusión de que carecen de afición, que sólo les importa la notoriedad y el breve éxito social que implica el pase del callejón, el saludo de la figura de turno y si se me apura, una confesión de un apoderado borracho incendiando la madrugada o suicidando un teléfono móvil en un vaso de güisqui escocés, que de todo hay.
Miren, si alguien me pregunta si la tauromaquia es algo cruel le diría que sí. La crueldad es la base misma de la existencia del hombre y de la naturaleza que nos rodea. ¿Es acaso cruel un león del Serenguetti cuando se zampa a un ñu? ¿Es cruel la perra vida de los millones de microscópicos espermatozoides que se pierden cada día en infinitas carreras hacia la nada? ¿Es cruel levantar a los niños por la mañana (tan pronto que ni es de día) para que les enseñen en los colegios la verdadera esencia de los triángulos isósceles, de los escalenos y la tabla periódica de los elementos?
Probablemente todo esto sea verdaderamente cruel y tan cruel como matar a un toro en la plaza para solazarse con el espectáculo que se deriva. Y eso es lo que se ve desde fuera. Un toro entra vivo y sale muerto. Un torero le burla, otro le ‘pincha’ y otro desde un caballo lo pica. El tipo del caballo, suponiendo que sea un tipo, por lo general no tiene compasión porque ya se sabe que el tipo del caballo tiene un jefe y al jefe, lo digo por propia experiencia, lo mejor es tenerlo contento. No vaya a ser que… Y después, cuando el toro ya tiene el alma bien partida, sale el torero, y cuida de que no se le caiga cien veces al suelo, lo intenta desplazar a media altura y cuando lleva como unos doce minutos y medio de faena, lo fulmina de un sartenazo, bajonazo, espadazo y le dan las dos orejas del toro. Y en éstas, hay unos señores por los callejones, armados de teléfonos móviles de última generación, con rayos infrarrojos y cámara digital, que escriben unas maravillosas crónicas: ‘Finito de Usera’ aborda el toreo, he llegado a leer. Estos críticos taurinos dicen que los toros están sueltos de pechos y que tienen una condición bondadosa aunque ‘adolecen’ del defecto de reponer, aunque su toreabilidad haya sido exprimida una y otra vez por ‘Trinconete de Badajoz’, por ambos pitones y sometiendo en todo momento a un animal bronco pero de buen corazón. Hay que joderse, los toros de ahora tienen buen corazón y seguro que si un periodista le arrea con la grabadora y le pregunta si están a favor de la discriminación positiva, los toros de ahora se van por las ramas porque en el fondo son unos toros inseguros. El descastamiento ha llegado a unos niveles intolerables dice un amigo mío de Madrid que está empeñado en asegurar que los taurinos han ganado de forma inmisericorde la partida. Y encima ahora tienen peirperviu, o como se diga. Pero los críticos taurinos –hay que ver lo bien que suena la paradoja– no se enteraron cuando César Rincón en Madrid le dio por cruzar el río con los bolsillos llenos de porvenir sólo porque amaba el toreo y quería reivindicar su clara vocación de figura. Pero lo dicho, no se enteraron. Sólo saben decir lo duro que es el siete con toreros como Manzanares junior. A pesar de sus esfuerzos, sus ganas y de vérselas con dos toros infumables. Son así y así continuarán mientras sablean a los pobres de espíritu que les encienden los puros con el fuego de la desesperación.

sábado, 8 de octubre de 2005

Entrevista a Manuel 'Chopera', cuando celebró sus 50 años como empresario de Logroño

– ¿Cómo comenzó su familia a gestionar artísticamente la plaza de toros de Logroño?
– La sociedad que se encargaba de organizar las corridas y festejos taurinos que se celebraban en Logroño debía de tener problemas económicos y en la temporada de 1949 decidieron llamar a mi padre, Pablo Martínez Elizondo, para que se hiciera cargo de su gestión, dado que organizaba corridas en varias ciudades de nuestro entorno.
– Entonces, la tradición empresarial de su familia viene de largo...
– Sí. Mi padre, que era de Tolosa, empezó a hacer sus primeros pinitos arrendádole la plaza al que era empresario de San Sebastián en aquellos años –Pagés– para dar corridas fuera de temporada. Además, tenía el servicio de caballos de picar de Pamplona, Bilbao y San Sebastián. Después de la Guerra Civil comenzó a organizar corridas en Vitoria, Bayona y Mont de Marsan.
– ¿Cuándo comenzó usted a gestionar directamente el coso?
– Bueno, mi padre quería que estudiase una carrera, y durante todos aquellos años yo tuve poca relación directa con el negocio taurino. Cuando terminé la carrera de Químicas empecé a conocer la profesión. Yo diría que fue al final de la década de los cincuenta el momento en que entré de lleno en este trabajo.
– ¿Y cómo era el público de Logroño en aquellos años?
– Quizás era una gente con menos exigencias toristas que en estos tiempos. Creo que ha sido la última época de esta plaza la más difícil que hemos tenido como empresarios.
– ¿Es el torismo una moda de los últimos años en la Manzanera?
– No, desde que la cogimos nosotros era torista, lo que sucede es que desde los años ochenta subió la exigencia en cuanto a presentación. Ahora bien, el comportamiento del público en general no ha cambiado sustancialmente.
– ¿Quizás han cambiado más lo toreros?
– Bastante más. A los matadores de ahora les cuesta muchísimo anunciarse en una plaza como ésta, con el toro que sale en Logroño y en las fechas en las que se celebran las corridas. Antes, no sé la razón, esto no pasaba.
– ¿Y de aquellos toreros tendrá muchos grabados por sus faenas en Logroño?
– Me es muy difícil nombrar alguno, ahí están los Ordóñez, Camino y tantos otros. Pero sí recuerdo una faena de Luis Miguel Dominguín en una tarde que llovía a mares.
– ¿Habrá vivido momentos difíciles en Logroño?
– He pasado muy malas tardes en Logroño, y siempre han estado relacionadas con lo que más me ha preocupado de los toros, la falta de fuerzas. Me duele y me pone nerviosísimo que un toro claudique y se vaya al suelo. Lo más duro como empresario es que el toro se caiga.
– ¿Qué es lo que define a la casa Chopera como empresa?
– La seriedad, sin duda. Tanto en la organización del espectáculo como en su propia defensa para que no haya fraude.
– Usted con su aspecto físico, su altura, su voz profunda y con todo el poder que tiene impone mucho respeto en el mundo taurino, ¿Es usted tan serio?
– Bueno, yo soy serio cuando hay que serlo. Pero tengo muchos amigos y me encanta disfrutar y reirme con ellos. Creo que he sido justo con las personas y puedo decir que tengo muy buenas relaciones con muchos profesionales. En cuanto a la seriedad empresarial es una virtud que recogí de mi padre y que se la he legado a mis hijos.
– ¿No cree que los empresarios taurinos de hoy en día son más mercantilistas?
– Es verdad que antes había más bohemía; ahora todo está mucho más sistematizado. Por ejemplo, se decía que con dar la mano se llegaba a un acuerdo, que era sagrado y que se respetaba. Ahora eso es igual. Antes también había sinvergüenzas y honrados.
– ¿Y el toro, don Manuel, ha cambiado mucho?
– Ha evolucionado y se ha conseguido más nobleza para que las faenas sean perfeccionistas. Sin embargo, el toro ha perdido mucho carácter. El toro de mi época tenía más movilidad, aunque algunas veces se caía.
– Y vaya baraja de matadores.
– Fíjese, Ordóñez, Jaime Ostos, Girón, y me olvido de tantos...
– ¿Es difícil que el toro vuelva por donde solía?
– Muy complicado, aunque me consta el esfuerzo que están realizando muchos ganaderos.
– ¿Cómo definiría al aficionado de Logroño?
– Exigente.
– ¿Y al toro de Logroño?
– Ejemplares con trapío, que no sacados fuera de tipo.
– ¿Cómo ha sido su relación con los presidentes?
– Digamos que normal.
– ¿Y con los veterinarios?
– A veces han surgido discrepancias duras, muy duras. Pero el trato siempre ha sido cordial.
– Desde los tiempos de César Jalón “Clarito”, en La Rioja ha habido muchos críticos taurinos. ¿Qué tal se ha llevado con ellos?
– Je, je... Me han parecido todos muy bien, yo ya me entiendo.
– ¿Qué le parece lo de su homenaje?
– Un poco fuerte. Agradezco el detalle a todo el mundo por el cariño que me dan.
– ¿Va a hacer algo especial para la feria con motivo de los 50 años?
– Ya veremos a ver. No lo sé porque no hemos tratado el tema y queda tiempo hasta septiembre.

Publicada en marzo de 1999

viernes, 7 de octubre de 2005

La cumbre de los maestros


Rugió estremecedora la voz de Alonso Núñez, Rancapino, en una siguiriya donde afloraron los sonidos negros del flamenco; los que no se pueden escuchar a diario porque casi son una travesía metafísica donde la hondura y el dolor van de la mano desde el principio hasta el último compás. Estuvo sembrao este Rancapino que pareció venir a Logroño con la voz lastimada y que se fue del escenario tras haber cuajado uno de los cantes más hirientes de la panoplia flamenca.
Tuvo la genuina virtud de sobreponerse al dolor de una garganta que no le respondía como quería. Aún así, la arañó para sonsacar con el estómago, con las mandíbulas y con todas sus articulaciones ese grito donde reposa el acontecer más hermético del duende, el que no tiene ni explicación ni vuelta de hoja, el que se ciñe a algo mucho más insondable que cualquier razón para atravesar hasta el fondo todos los andamiajes del alma humana.
Pero si la siguiriya del chiclanero tuvo sublime enjundia, todo lo que hizo Juan Ramírez, Chano Lobato, estuvo preñado de ese no sé qué que tan sólo poseen los genios verdaderos del arte. Cuánta sabiduría desplegó en los cantes que nos fue regalando en esta noche mágica. Desde la soleá robusta, recia e iluminada de su presentación hasta los tanguillos de Cádiz, en los que se desmelenó por derecho.
Chano Lobato es un flamenco especial, único, genial e irrepetible. Él fue el encargado de abrir el recital del jueves. Un detalle: sólo su caminar, su apostura y el sentarse en los tres últimos centímetros de la silla lo convierten en un ser inimitable. Pero es que luego abre la garganta, la pasea y la convierte en una pluma con la que es capaz de cantar por todos los registros que tiene el flamenco. Pocos son capaces de dolerse como lo hizo por las soleares o en la malagueña, en la que metía la voz hacia dentro y susurraba el cante tan despaciosamente que le salía milimétrico, imposible de descifrar y mucho menos de analizar sin caer en la más espantosa de las presunciones, uno de los mayores riesgos del ejercicio de la crítica.
Chano Lobato es un maestro de los que crean escuela y además, un portento de ternura. El cante flamenco tiene en su persona uno de sus máximos valedores: es capaz de rizar el rizo del academicismo para segundos después ponerse una guayabera blanca, un sombrero panameño, enfilar un habano por las calles de Santiago de Cuba y entonar su “vamonó pa cái, vamonó pa cái...”
Pero además de estos dos maestros, hubo más, mucho más. Juan Habichuela está por encima del bien y del mal. Toma su guitarra y la mece como si se tratara de uno de sus nietos. No da un golpe de más, ni de menos y consigue una sencillez interpretativa tan elegante que debe de ser un placer para un cantaor que alguien como él le acompañe en los tercios. Juan es un maestro para las nuevas generaciones de tocaores porque todo lo que hace lo lleva con una mesura poco acostumbrada en estos tiempos efectistas, en los que se busca más la complejidad técnica que la pura expresión de los sentimientos, y en este terreno, Juan, el viejo, el Habichuela clásico, es un auténtico referente.
Y su hermano, Pepe, no le anduvo a la zaga. Con un toque más enérgico derrochó sabiduría y compás, sobre todo compás. Llevó de su mano a Rancapino y con su guitarra, a veces sincopada y otras más larga, constituía un verdadero placer escuchar cómo iba dando las entradas a los cantaores y la forma en la que se estiraba en las falsetas intermedias.
La nota de color de la noche corrió a cargo de Paco Valdepeñas. Inclasificable artista, pero artista al fin y al cabo. Alguien dijo de él que llevaba cientos de juergas flamencas y correrías a sus espaldas. Y aunque tiene un limitado caudal de voz y un baile corto, cortísimo, posee el ángel necesario para cautivar a base de pinceladas, desplantes e imposibles juegos con su chaqueta.
En fin, una noche flamenca memorable en la que cuatro maestros dejaron tras de sí un manantial de flamencura que nos hizo soñar como nunca.

sábado 8 de mayo de 1999

miércoles, 5 de octubre de 2005

Roberto Domínguez: «Los toros de 'El Juli' no los elegimos nosotros»

Aunque Roberto Domínguez no se considera apoderado, –«nunca lo volveré a ser», asevera–, es desde el principo de esta temporada la persona que se encarga de dirigir la carrera artística de Julián López Escobar, ‘El Juli’. Lo que sucede es que Roberto Domínguez no se considera un apoderado profesional: «Es algo parecido a lo que pasa con muchos críticos taurinos, que ejercen como tales sin ser críticos porque no tienen la carrera de periodismo, carecen de experiencia o irrumpen en esto después de haberse dedicado al teatro. No están especializados. En mi caso, dejaré de ser apoderado cuando acabe mi relación con ‘El Juli’. Ahora, tampoco me consideré crítico taurino cuando comentaba las corridas en Vía Digital. Lo que pasa es que un periodista no le puede decir a un torero por dónde tiene que agarrar la muleta». Roberto Domínguez da su visión sobre las razones que motivan que cuando se anuncia ‘El Juli’ existan problemas con los toros en lo reconocimientos veterinarios: «Sólo hay una razón, su presencia en el cartel». Usted cree –interpela al periodista– que si hubieran estados anunciados tres toreros que no son figuras sucedería igual. Entonces, el interpelado le contesta: «Y usted cree que estarían similares toros con otros toreros». He aquí su respuesta: «Los toros no los elegimos nosotros. Es la empresa la que nos dice las corridas que tienen compradas para Logroño y escogemos lo que teóricamente es de mayor categoría porque el público les va a exigir un toreo especial, por eso están de figuras, no por pegar trapazos». Roberto Domínguez también se explicó sobre el afeitado: «Muchos hablan de toros sospechosos de afeitado, pero yo puedo prometer por lo que se quiera que yo no soy capaz de discernir si un toro está manipulado o no. Lo que sucede ahora es todo lo contrario. A los toros se les saca punta de forma antinatural, con forma de lapicero. Hay un 90 por ciento de toros en estas condiciones. De hecho, le puedo decir que son los más astifinos que he visto en mi vida y he estado 30 años de matador de toros anunciado con las máximas figuras».

Entrevista publicada en San Mateo de 2004

domingo, 2 de octubre de 2005

Torero merced a la globalización

Medhi Savalli es francés, de origen italomarroquí y un ejemplo de que la multiculturalidad ha llegado al toreo


La globalización ha llegado al planeta de los toros y Medhi Savalli lo dejó bien claro ayer en Arnedo. Porque a pesar de que haya habido intentos históricos como el del ‘gringo’ Robert Ryan y su compañero Richard Corey, de que en los años setenta probara suerte ‘El Palestino’, de la campaña de Frank Evans ‘El Inglés’, o del más serio de todos, John Fulton, que tomó la alternativa en Sevilla en 1963, la cosa de los toreros extranjeros y procedentes de culturas lejanas a la tauromaquia no ha pasado casi nunca de la anécdota. Aunque sobrecoja a la memoria el caso de Atsuhiro Shimoyama, ‘El Niño del Sol Naciente’, que vino desde su Japón natal hasta Sevilla para hacerse torero después de quedarse alucinado con Sharon Stone en una versión algo naif de ‘Sangre y Arena’. Lo intentó todo. Incluso se apunto a la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, pero un novillo le partió la columna y quedó impedido para la tauromaquia. Ahora vive en la capital andaluza con el respeto de los aficionados y con numerosos planes para encauzar su vida.
Pero Medhi Savalli es otra cosa. Nació en Arlés, de ascendencia italomarroquí, pero en una de las zonas de Francia con más afición y cantera de jóvenes aspirantes a la carrera taurina. En Arlés, la fiesta del toro se vive con delirio, su coso milenario se llena en casi todas las funciones y cada temporada, un montón de chavales se apuntan a su floreciente escuela taurina.
En el caso de Savalli, su roce con la tauromaquia no es ocasional ni anecdótica, ya que como tantos muchachos de su ciudad, ha vivido el toreo desde pequeño. La cuestión es que como ha nacido en una zona repleta de emigrantes, el caldo de cultivo de las nuevas generaciones de toreros es completamente nuevo e insospechado para la tauromaquia. Por eso, la pureza de los diestros nacidos en Triana, en Jerez, en la Calle Embajadores de Madrid, está dando paso a los nuevos maestros de la globalización.

sábado, 1 de octubre de 2005

El Gallo y los toreros ‘güenos’

La novillada de Miranda y Moreno enterró las ilusiones de los coletudos en la feria de Arnedo

Decía un clásico de la tauromaquia que los toreros para demostrar que eran ‘güenos’ sencillamente tenían que ser ‘güenos’. Lo demás no le importaba a este genio de dicción erudita que respondía al apodo de Rafael ‘El Gallo’, del que se decía que por conseguir una frase genial no le cortaba sacrificar a un buen amigo, a un compañero torero o al mismísimo Juan Belmonte, con el que alternó en los últimos años de su dilatada vida. Por cierto, Belmonte le protegió con el mismo calor con el que lo hubiera hecho su hermano, el desaparecido ‘Rey de los toreros’ y su máximo rival en los ruedos, hasta que la muerte se lo llevó una aciaga tarde en Talavera de la Reina.
De todas formas, los novilleros de ayer en Arnedo no hubieran podido ni demostrar a ‘El Gallo’ nada más que sus deseos, su férrea voluntad de ser toreros, ese afán desmedido con el que, por ejemplo, se fajó el valenciano David Esteve –surgido del ‘bous al carrer’ (los toros en la calle que concitan a miles de personas en todos los pueblos del levante español)– con el quinto de la tarde.
‘Bertolonito’ estaba marcado con el número 36 y lució una bella estampa. Desde el principio de su lidia se vio que carecía de una de esas virtudes que con desmedido afán buscan los ganaderos: la nobleza; todo lo contrario, campaneó incierto su arboladura desde el capote. En el caballo no se empleó con fijeza y se repuchó en los dos encuentros con el picador. Y lo que es peor: se acostaba por los dos pitones. En el argot taurino, y como aviso a navegantes, el término acostarse no significa exactamente echarse a la bartola en medio del ruedo, ni sestar con pijama y orinal mientras la banda atrona el ‘Paquito el Chocolatero. No. Decir que se acostaba es que se vencía peligrosamente desobedeciendo el capote o muleta. Dirigiendo su embestida al cuerpo del torero con aviesas intenciones. Entonces, David Esteve, que demostró en el ruedo que es un torero valiente, en vez de irse –como hubiera hecho la mayoría– a las tablas a tomar la espada de verdad para quitarse de encima el temible regalito, decidió fajarse con él ante la indiferencia de los espectadores.
Y allí se quedó, más quieto que un palo, pasandose una y otra vez las embestidas del burel a milímetros de la pechera. La plaza no respondió. Quizás lleva esta feria demasiadas decepciones acumuladas y todo el mundo suspira por una faena zapateril, no ‘rodríguez-zapateril’, que ése es otro asunto, sino verdaderamente buena para demostrar que un torero es ‘güeno’, como le gustaban a ‘El Gallo’.

gracias por visitar toroprensa.com

Blog de ideas de Pablo G. Mancha. (Copyleft) –año 2005/06/07/08–

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