viernes, 21 de octubre de 2005

Miguel Ángel Sáinz, el hombre que miraba despacio

La dimensión artística de Miguel Ángel Sáinz no puede desligarse de su forma de entender la vida, una vida que se le escapó en noviembre del 2002, cuando se encontraba en uno de sus momentos creativos más prolíficos y deslumbrantes, aunque estos adjetivos no hubieran hecho más que sonrojarle, porque Miguel Ángel Sáinz era un hombre que se desligaba casi sistemáticamente de aquello que no estuviera relacionado con su mundo creativo y su esfera personal: la vanidad no hacía mella en una escala de valores marcada por su afán religioso, por una fe en Jesús de Nazaret que no podía apartar de su talante artístico. Por eso en la esencia de su obra no había lugar ni para la improvisación ni para la prisa, todo lo que surgía de sus manos creativas estaba marcado por un perfeccionismo que trasladaba de la mente a su obra con precisión matemática. El bodeguero de Quel, Gabriel Pérez, propietario de Bodegas Ontañón, tiene a gala ser una de las personas más cercanas a este artista, que se entregó en cuerpo y alma para el diseño de la bodega museo de Logroño «Miguel Ángel era una persona especial», recuerda. «Lo conocí cuando yo era alcalde de Quel y le pedí su colaboración para decorar nuestro pueblo. De aquella unión profesional surgió una amistad que nos cambió la vida a los dos. Años después nos embarcamos en la realización de la bodega de Logroño, en la que Miguel Ángel aportó toda su creatividad, todas sus creencias y su esfuerzo. Había un objetivo: el vino y su cultura, marcada sobre todas las cosas por los dos aspectos centrales que marcaban su voluntad, su religiosidad (unido al profundo conocimiento que tenía de la Mitología y del arte egipcio) y su recogimiento interior». «Todo ello lo trasladó aquí, y a pesar de la riqueza artística que me ofreció» –relata con un punto de emoción Gabriel Pérez– «lo que más me ha llenado ha sido su amistad, su trato y algo tan hermoso como es compartir las emociones sin ambages». Y añade: «Él me buscaba porque necesitaba alguien con quien hablar para que le trasladara a una esfera diferente de su esencia artística, y yo me refugiaba en él porque me liberaba de la vorágine que dictaban los números, los vaivenes de la empresa y ese laberinto que suponen los negocios. Éramos, cada uno de los dos para el otro, una válvula de escape mutua». Miguel Ángel Sáinz era un hombre aferrado a sus creencias marcadas por una religiosidad alejada de la prosopopeya, casi con un sentimiento de eremita que plasmaba muchas veces en sus obras. En Ontañón se encuentra su obra ‘Epifanía en Monteagudo’, el cuadro preferido por el artista a decir de su esposa, Maite Balmaseda. La obra representa a los Tres Magos de Oriente despojados de cualquier oropel o abalorio, tan solo unas túnicas cubren unas anatomías poderosas pero algo decrépitas y un viñedo invernal marca a las faldas de la poderosa montaña las tres miradas de los magos. Miguel Ángel Sáinz no paraba de crear: «Era una obsesión para él, siempre tenía algo entre las manos y se mostraba muy exigente en el trato hacia su obra. Sé que en ese sentido no permitía ninguna ingerencia del exterior», relata Gabriel Pérez en su despacho de la bodega, con una luz matizada que se cuela casi con pereza a través de una de las vidrieras del artista riojano.

o Artículo publicado en el Diario La Rioja el 9 de junio de 2004, cuando se le concedió a Miguel Ángel Sáinz a título póstumo la Medalla de Oro de La Rioja.

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