Lo más complejo en un artista es ser capaz de crear un lenguaje propio, un estilo que sea único, tuyo y particular. Hacerlo en el flamenco es aún más complicado porque en esta expresión artística la tradición y el respeto a las formas canónicas tiene un peso gigantesco. Sin embargo, en determinadas ocasiones de la historia han aparecido maestros de talla gigantesca que han sido capaces de crear nuevas modulaciones y fórmulas que partiendo del conocimiento de la urdimbre de cada uno de los palos, de sus ritmos y de sus variantes, han evolucionado el arte con sus personales creaciones. Los ha habido en el cante, desde Don Antonio Chacón, Caracol, Camarón, Morente; en el toque: Sabicas, Montoya, Ricardo, Paco y Rafael Riqueni y, desde luego, en el baile. Y el último de ellos, es Israel Galván, que dejó el jueves en el Bretón (en el último concierto del ciclo) una actuación tan intensamente personal como bella y cuajada de momentos verdaderamente mágicos, con el cante de David Lagos y la guitarra absolutamente melismática de su hermano Alfredo, que dio un soberbio recital de elegancia por todos los palos, por soleá, por alegrías, por siguiriya, por donde usted quiera que vaya, Alfredo lo borda, como demostró el año pasado con Rosalía en el Salón de Columnas.
Israel baila, canta y toca la guitarra con su cuerpo. Se deshace en un paseo vibrante por los cantes del flamenco en una sucesión inmarcesible y única de encuentros y desencuentros con su anatomía, que crepita con el misterio de la intensidad, del ritmo frenético, con las disonancias de las reverberaciones de ese tablado negro y conmovedor que parecía que el propio teatro, sus cimientos, se sumaban a su danza negra y luminosa a la vez. Israel es único, diferente a cualquier bailaor de la historia porque su sintaxis es distinta. Baila en el contrapunto, en el alambre de todos los alambres (’Man on wire’) y hace precisamente de su derrumbarse por todos los precipicios sin perder ni un ápice de su personalidad buena parte de su inalcanzable herencia.
Baila en la silla, sentado baila. Se encarama en la silla y baila. Pisa la silla y sigue bailando como un cóctel de todas las danzas. Es puro sincretismo, adIvinación de bailes. No respira. El público respira por él conteniendo sus bocanada de aire cuando se sube por las paredes de la danza y hace que crepiten sus nudillos, la falanges, no existe hueso de su cuerpo que no vibre cuando baila. Su taconeo va más allá del taconeo. No sé si es más rápido que aquel genial Ramírez, pero ametralla a compás como pocos. La Edad de Oro es su mejor obra. La más radical aunque formalmente sea la más parca en motivos. El cantaor, el tocaor, una silla y el negro infinito del escenario. Un juego de luces para romper el fondo inmensamente negro y toda la creatividad gigantesca del más personal de los bailaores. Me cautivó en 2008 con Fernando Terremoto y el jueves nos volvió a dejar a todos entusiasmados.
o XXIII JUEVES FLAMENCOS Obra: La Edad de Oro. Solista de baile: Israel Galván. Cante: David Lagos. Toque: Alfredo Lagos. Séptima a y última gala del abono. Teatro Bretón de los Herreros. Jueves, 11 de abril de 2019.
sábado, 13 de abril de 2019
Pablo García-Mancha (Logroño, 1968). Soy periodista y he trabajado para Diario La Rioja y Diario de Navarra. He publicado mis artículos en otros medios como El País, Navarra Hoy, Diario de Noticias y XL Semanal, Cuadernos de Tauromaquia y en el suplemento de viajes de Abc.
Tengo el premio Nacional de la Academia Española de la Radio y el Premio 'José Lumbreras Periodista', de la Asociación de la Prensa de La Rioja por la obra 'Memoria Riojana del Terrorismo'.
He publicado dos libros en forma de ensayo: 'Santísima Trinidad. Flamenco, toros, vino' (2010) e 'Historia del cultivo del champiñón en La Rioja'(2012).
Acaba de publicarse la obra 'Echaurren, crónica y cocina de una familia', con la editorial Montagud, en la que he tenido el honor de escribir la historia de tan distinguido local gastronómico.
He participado en otras obras como 'Diego Urdiales, retrato de Pureza' (2015), en el que escribí la biografía del diestro y en la redacción del prólogo de la obra 'Toros y tauromaquia. Vivencias' (2019), un monumental tomo con fotografías de Arsenio Rodríguez y Gorka Azpilicueta.
Desde abril de 2020 soy director de Comunicación de la compañía bodeguera Ontañón Familia.
jueves, 11 de abril de 2019
El regreso a la Edad de Oro

El bailaor sevillano vuelve doce años después de presentar esta obra en el Bretón con la voz de Fernando Terremoto
Acaba esta noche (20.30 horas) en el Teatro Bretón la XXIII edición de los Jueves Flamencos, un ciclo que por el nivel de sus protagonistas, categoría artística y respuesta de público se ha consagrado como una de las principales citas de lo jondo en el panorama nacional. Y como no podía ser menos, el cierre de hoy viene por todo lo alto, con la presencia de Israel Galván (Sevilla, 1973), el bailaor que está en las cimas del escalafón de la danza flamenca contemporánea y que no deja a nadie indiferente con su particular visión del baile, en la que afloran perfiles en ocasiones ásperos y tortuosos y momentos extraordinariamente sublimes y únicos.
Galván, que se presentó en Logroño en 2007 con esta misma Edad de Oro, lo hizo de la mano de Fernando Terremoto al cante y Alfredo Lagos a la guitarra. Aquella actuación fue memorable, con el prematuramente desaparecido cantaor de Jerez en absoluta sazón y un Galván en una secuencia de bailes en los que dio la dimensión exacta de lo que supone ser un artista de época. Tan grande es su recorrido y tantos incondicionales tiene en el mundo, que hace tres años la Presidencia de la República Francesa le concedió la insignia oficial en la ‘Orden de las Artes y las Letras’ por los lazos privilegiados que mantiene con Francia y su relevancia al propagar el flamenco en el país vecino.
La realidad es que Israel Galván tiene una forma de bailar que produce un estremecimiento desde la cadera hasta la coronilla, desde el dedo meñique del pie hasta el dedo gordo de la mano. Así explica el propio bailaor las claves de su peculiar estilo: «Es un proceso muy largo. No creo que exista un punto de inflexión. Me di cuenta de que era mi cuerpo el que me hablaba y que mi forma de bailar era la que expresaba mi yo más íntimo. Yo no me expreso hablando, lo hago con el cuerpo».
La Edad de Oro del flamenco corresponde al periodo que va del último tercio del siglo XIX al primer tercio del siglo XX. Y precisamente a esta época histórica se refiere principalmente al cante y al baile, ya que la guitarra tardaría aún muchos años en desarrollar su auténtica valía.
Desde este punto de vista, ningún cantaor o bailaor de hoy, salvo casos excepcionales, podría igualar en calidad, pureza y creatividad, a aquellos que, llevando el flamenco a su apogeo, han firmado esta Edad de Oro. Aparece entonces un declive de los cánones formales del arte flamenco tal y como quedó establecido en esa época dorada: Empobrecimiento, simplificación, mestizajes y fusiones, así como pérdida de contenidos, de sentido y del espíritu que animaba a este arte.
Con David Lagos, cantaor que atesora con mimo los cantes de las épocas doradas, y Alfredo Lagos, el tocaor que acompañó el año pasado a Rosalía en este ciclo, Israel Galván se amarra a las referencias buscando la aproximación a los cánones estilísticos de aquella época pero imprimiendo su personalidad más absoluta. Pedro G. Romero explica que con Israel «siempre se escapa un brazo de su ángulo, se desdibuja el suelo debajo del zapato, el equilibrio está a punto de perderse y casi se ve el cuerpo ya caído, extendido a lo largo del suelo».
Israel recuerda la personalidad de Fernando Terremoto, que tantas veces hizo esta obra con él y que le acompañó en Logroño: «En todos estos años de la Edad de Oro sobrevuela el recuerdo de mi admirado y desaparecido Fernando Terremoto, un recuerdo imborrable porque fue el cantaor que más veces me acompañó con esta obra». Romero ofrece otra clave de esta obra: «Por un lado remite a la época dorada del flamenco y de cualquier arte deberíamos decir, el tiempo áureo. Pero también, por la singularidad del Israel Galván de entonces, –un heterodoxo–, remitía a la famosa película de Luis Buñuel y sus intenciones de hacer protagonistas a los gusanos que devoraban la gran manzana del flamenco». El bailaor lo tiene muy claro: «Busco mi propia libertad, asumo riesgos; lo sé, pero me emociona caminar al lado del precipicio. Quizás sea mi sino», concluye. o Esta entrevista la he publicado en Diario La Rioja
domingo, 7 de abril de 2019
SOÑAR EL FLAMENCO
El concierto tuvo tintes de ensoñación. Fue una de esas noches en las que se junta todo. El cante, el toque, la gente. Una atmósfera increíble para soñar el flamenco en su virtud máxima de belleza, elegancia, fuerza y asombro. Porque fue asombroso el paseo que hizo por las geografías del flamenco Paco del Pozo; del metal de su voz en los cabales a la policromía de una una guajira en la que con Paquito Vidal a la guitarra deslumbraron por los senderos de la más bella sutileza que imaginarse puedan. Hizo Paco orfebrerías con su garganta destilando los tonos por abajo –y por arriba– con la sensación absoluta de que todo era de verdad, sin la más mínima superchería, ni afectación, ni engolamiento. Vidal a la guitarra se salió y entre los dos la obra resultó sencillamente magnífica: los prodigiosos confines de Marchena aguardan de exploradores con el talento de Paco del Pozo para dar gloria a unos cantes a los que los funestos guardianes de la esencia quisieron arrumbar a los pabellones del olvido. Fue hermosísima la malagueña, en la que comenzamos a disfrutar del talento de un Paquito Vidal que fue capaz de poner a todo el público en pie en una de las ovaciones más grandes que se recuerdan en Logroño a un guitarrista. Si la memoria no me falla hay que remontarse a la excelsa actuación de Riqueni con Estrella Morente para sentir un calor así. Paco del Pozo hizo un concierto de figura máxima: bordó las alegrías con aroma a Chano, las dos soleares; aunque la de Triana me pareció conmovedora y todo lo que hizo destiló una clase de cantaor al que le adorna una sabiduría y un compás inabarcable. Es uno de los grandes.
o XXIII JUEVES FLAMENCOS. Cante: Paco del Pozo. Toque: Paco Vidal. Teatro Bretón de los Herreros de Logroño. Sexto concierto del abono (localidades agotadas). Jueves, 4 de abril de 2019.
o XXIII JUEVES FLAMENCOS. Cante: Paco del Pozo. Toque: Paco Vidal. Teatro Bretón de los Herreros de Logroño. Sexto concierto del abono (localidades agotadas). Jueves, 4 de abril de 2019.
jueves, 4 de abril de 2019
«Con veinte años no escuchaba a Marchena, ahora hasta me atrevo a hacer sus cantes»
Ganador de la Lámpara Minera en 1997, Paco del Pozo debutó al año siguiente en Logroño y hoy vuelve con el toque de Paco Vidal
«Ha pasado mucho tiempo desde que me presenté en Logroño, pero la esencia es la misma y la ilusión permanece intacta», explica el cantaor madrileño Paco del Pozo, que actúa esta noche (20.30 horas) en el Teatro Bretón en el penúltimo concierto de los Jueves Flamencos. Paco del Pozo debutó en Logroño en 1998, con su flamante Lámpara Minera y en la segunda edición de un ciclo que encabezó Chano Lobato, con nombres extraordinarios como Pepe Habichuela, Tino di Geraldo, Duquende, y Vicente Soto, entre otros: «Qué gran cartel».
-¿Qué queda de aquel joven cantaor?
-En el fondo soy el mismo, aunque tengo mucha más experiencia y una enorme madurez. Sigo con ese temperamento que me ha definido desde siempre como cantaor.
-¿Qué recuerdos tiene de Logroño desde sus inicios?
-Preciosos, he actuado varias veces en la gira del norte y siempre me quedo con la sensación de que he dejado muchos amigos. Antonio Benamargo me dice siempre que vuelvo es por aclamación popular. Llegué con 23 años a la primera actuación y el público me recibió con un calor especial. La afición de Logroño me gusta porque es agradecida y a la vez exigente. Notas como los oles son siempre a tiempo y se nota que tantos años de ciclo flamenco ha creado una gran base de aficionados.
-¿En qué medida ha evolucionado su expresión artística?
-Siempre digo que el cante no es ajeno a la evolución personal y emocional de cada uno. Hay una cosa que me ha hecho crecer que es mi parte pedagógica. Llevo diez años de profesor en la fundación flamenca ‘Casa Patas’ y tres en el Conservatorio de Madrid dando clases. Este trabajo me ha hecho cambiar mucho porque veo el cante de otra manera; soy mucho más analítico porque tengo que explicarlo a los alumnos. Pero destaco por encima de todo mi evolución personal. Con veinte años no escuchaba a Marchena quizás porque no me sentía identificado con su cante o no me sentía capaz de hacerlo. Sin embargo, ahora le escucho e intento hacer sus cantes. Todo eso tiene un proceso. El cante está vivo y como artista no te puedes cerrar a ninguna influencia. Ahora tengo más registros y puedo cantar de formas diferentes.
-Antes parecía que algo así era un sacrilegio...
-Eso lo dicen hoy en día los que no tienen otra cosa que ofrecer. Quizás los cantaores que no nos hemos desarrollado en entornos absolutamente propicios para el cante nos hemos dado cuenta de que el cante mismo hay que desarrollarlo en todas sus facetas. Fíjese, muchas veces me han dicho que soy un cantaor largo y estudioso. Y la verdad es que yo no he estudiado nunca. Lo he escuchado siempre por gusto, por placer, siempre estoy escuchando cante. Eso es lo que te mantiene y te hace evolucionar.
-Usted es profesor. ¿Se puede aprender a cantar flamenco?
-Desde luego, es un arte trasmitible. Los alumnos que vienen con el perfil de preaficonados tienen mucho ganado. Yo siempre digo que es una música culta que requiere de un cierto acercamiento antes de ponerte a cantar. Todo el mundo puede aprender; yo tengo alumnos de todas las edades. Luego la expresión va dentro de cada uno. Los mitos se van cayendo poco a poco y a las pruebas me remito con muchas de las primeras figuras del cante contemporáneo.
-¿Qué piensa de la crítica?
-Se ha perdido mucho con la digitalización. Me da pena, pero las grandes cabeceras de la prensa española que siempre tenían sus críticos apenas hacen referencia al flamenco. He tenido malas experiencias con alguna crítica y me las tomaba como constructivas para seguir mejorando.
-¿Cómo será el concierto?
-Como una actuación clásica pero con matices diferentes. Se suele cantar por siguiriyas, pero yo haré tres cabales seguidas y diferentes para romper un poco con la tonalidad habitual; o la guajira al calor de la evolución que me llevó a escuchar más a Marchena y a endulzar el cante.
-¿Hay riesgo de convertirse en ‘cantante’, como diría algún crítico?
-José María Gallardo me dijo que yo era un grandísimo cantaor y también un grandísimo cantante. Esas cosas hay que tomárselas con humor, siempre con humor. o Esta entrevista la he publicado en Diario La Rioja
«Ha pasado mucho tiempo desde que me presenté en Logroño, pero la esencia es la misma y la ilusión permanece intacta», explica el cantaor madrileño Paco del Pozo, que actúa esta noche (20.30 horas) en el Teatro Bretón en el penúltimo concierto de los Jueves Flamencos. Paco del Pozo debutó en Logroño en 1998, con su flamante Lámpara Minera y en la segunda edición de un ciclo que encabezó Chano Lobato, con nombres extraordinarios como Pepe Habichuela, Tino di Geraldo, Duquende, y Vicente Soto, entre otros: «Qué gran cartel».
-¿Qué queda de aquel joven cantaor?
-En el fondo soy el mismo, aunque tengo mucha más experiencia y una enorme madurez. Sigo con ese temperamento que me ha definido desde siempre como cantaor.
-¿Qué recuerdos tiene de Logroño desde sus inicios?
-Preciosos, he actuado varias veces en la gira del norte y siempre me quedo con la sensación de que he dejado muchos amigos. Antonio Benamargo me dice siempre que vuelvo es por aclamación popular. Llegué con 23 años a la primera actuación y el público me recibió con un calor especial. La afición de Logroño me gusta porque es agradecida y a la vez exigente. Notas como los oles son siempre a tiempo y se nota que tantos años de ciclo flamenco ha creado una gran base de aficionados.
-¿En qué medida ha evolucionado su expresión artística?
-Siempre digo que el cante no es ajeno a la evolución personal y emocional de cada uno. Hay una cosa que me ha hecho crecer que es mi parte pedagógica. Llevo diez años de profesor en la fundación flamenca ‘Casa Patas’ y tres en el Conservatorio de Madrid dando clases. Este trabajo me ha hecho cambiar mucho porque veo el cante de otra manera; soy mucho más analítico porque tengo que explicarlo a los alumnos. Pero destaco por encima de todo mi evolución personal. Con veinte años no escuchaba a Marchena quizás porque no me sentía identificado con su cante o no me sentía capaz de hacerlo. Sin embargo, ahora le escucho e intento hacer sus cantes. Todo eso tiene un proceso. El cante está vivo y como artista no te puedes cerrar a ninguna influencia. Ahora tengo más registros y puedo cantar de formas diferentes.
-Antes parecía que algo así era un sacrilegio...
-Eso lo dicen hoy en día los que no tienen otra cosa que ofrecer. Quizás los cantaores que no nos hemos desarrollado en entornos absolutamente propicios para el cante nos hemos dado cuenta de que el cante mismo hay que desarrollarlo en todas sus facetas. Fíjese, muchas veces me han dicho que soy un cantaor largo y estudioso. Y la verdad es que yo no he estudiado nunca. Lo he escuchado siempre por gusto, por placer, siempre estoy escuchando cante. Eso es lo que te mantiene y te hace evolucionar.
-Usted es profesor. ¿Se puede aprender a cantar flamenco?
-Desde luego, es un arte trasmitible. Los alumnos que vienen con el perfil de preaficonados tienen mucho ganado. Yo siempre digo que es una música culta que requiere de un cierto acercamiento antes de ponerte a cantar. Todo el mundo puede aprender; yo tengo alumnos de todas las edades. Luego la expresión va dentro de cada uno. Los mitos se van cayendo poco a poco y a las pruebas me remito con muchas de las primeras figuras del cante contemporáneo.
-¿Qué piensa de la crítica?
-Se ha perdido mucho con la digitalización. Me da pena, pero las grandes cabeceras de la prensa española que siempre tenían sus críticos apenas hacen referencia al flamenco. He tenido malas experiencias con alguna crítica y me las tomaba como constructivas para seguir mejorando.
-¿Cómo será el concierto?
-Como una actuación clásica pero con matices diferentes. Se suele cantar por siguiriyas, pero yo haré tres cabales seguidas y diferentes para romper un poco con la tonalidad habitual; o la guajira al calor de la evolución que me llevó a escuchar más a Marchena y a endulzar el cante.
-¿Hay riesgo de convertirse en ‘cantante’, como diría algún crítico?
-José María Gallardo me dijo que yo era un grandísimo cantaor y también un grandísimo cantante. Esas cosas hay que tomárselas con humor, siempre con humor. o Esta entrevista la he publicado en Diario La Rioja
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