jueves, 11 de abril de 2019

El regreso a la Edad de Oro

Israel Galván cierra esta noche los Jueves Flamencos con su obra más excelsa

El bailaor sevillano vuelve doce años después de presentar esta obra en el Bretón con la voz de Fernando Terremoto

Acaba esta noche (20.30 horas) en el Teatro Bretón la XXIII edición de los Jueves Flamencos, un ciclo que por el nivel de sus protagonistas, categoría artística y respuesta de público se ha consagrado como una de las principales citas de lo jondo en el panorama nacional. Y como no podía ser menos, el cierre de hoy viene por todo lo alto, con la presencia de Israel Galván (Sevilla, 1973), el bailaor que está en las cimas del escalafón de la danza flamenca contemporánea y que no deja a nadie indiferente con su particular visión del baile, en la que afloran perfiles en ocasiones ásperos y tortuosos y momentos extraordinariamente sublimes y únicos.

Galván, que se presentó en Logroño en 2007 con esta misma Edad de Oro, lo hizo de la mano de Fernando Terremoto al cante y Alfredo Lagos a la guitarra. Aquella actuación fue memorable, con el prematuramente desaparecido cantaor de Jerez en absoluta sazón y un Galván en una secuencia de bailes en los que dio la dimensión exacta de lo que supone ser un artista de época. Tan grande es su recorrido y tantos incondicionales tiene en el mundo, que hace tres años la Presidencia de la República Francesa le concedió la insignia oficial en la ‘Orden de las Artes y las Letras’ por los lazos privilegiados que mantiene con Francia y su relevancia al propagar el flamenco en el país vecino.
La realidad es que Israel Galván tiene una forma de bailar que produce un estremecimiento desde la cadera hasta la coronilla, desde el dedo meñique del pie hasta el dedo gordo de la mano. Así explica el propio bailaor las claves de su peculiar estilo: «Es un proceso muy largo. No creo que exista un punto de inflexión. Me di cuenta de que era mi cuerpo el que me hablaba y que mi forma de bailar era la que expresaba mi yo más íntimo. Yo no me expreso hablando, lo hago con el cuerpo».

La Edad de Oro del flamenco corresponde al periodo que va del último tercio del siglo XIX al primer tercio del siglo XX. Y precisamente a esta época histórica se refiere principalmente al cante y al baile, ya que la guitarra tardaría aún muchos años en desarrollar su auténtica valía.
Desde este punto de vista, ningún cantaor o bailaor de hoy, salvo casos excepcionales, podría igualar en calidad, pureza y creatividad, a aquellos que, llevando el flamenco a su apogeo, han firmado esta Edad de Oro. Aparece entonces un declive de los cánones formales del arte flamenco tal y como quedó establecido en esa época dorada: Empobrecimiento, simplificación, mestizajes y fusiones, así como pérdida de contenidos, de sentido y del espíritu que animaba a este arte.
Con David Lagos, cantaor que atesora con mimo los cantes de las épocas doradas, y Alfredo Lagos, el tocaor que acompañó el año pasado a Rosalía en este ciclo, Israel Galván se amarra a las referencias buscando la aproximación a los cánones estilísticos de aquella época pero imprimiendo su personalidad más absoluta. Pedro G. Romero explica que con Israel «siempre se escapa un brazo de su ángulo, se desdibuja el suelo debajo del zapato, el equilibrio está a punto de perderse y casi se ve el cuerpo ya caído, extendido a lo largo del suelo».

Israel recuerda la personalidad de Fernando Terremoto, que tantas veces hizo esta obra con él y que le acompañó en Logroño: «En todos estos años de la Edad de Oro sobrevuela el recuerdo de mi admirado y desaparecido Fernando Terremoto, un recuerdo imborrable porque fue el cantaor que más veces me acompañó con esta obra». Romero ofrece otra clave de esta obra: «Por un lado remite a la época dorada del flamenco y de cualquier arte deberíamos decir, el tiempo áureo. Pero también, por la singularidad del Israel Galván de entonces, –un heterodoxo–, remitía a la famosa película de Luis Buñuel y sus intenciones de hacer protagonistas a los gusanos que devoraban la gran manzana del flamenco». El bailaor lo tiene muy claro: «Busco mi propia libertad, asumo riesgos; lo sé, pero me emociona caminar al lado del precipicio. Quizás sea mi sino», concluye. o Esta entrevista la he publicado en Diario La Rioja

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