jueves, 20 de septiembre de 2018

Ginés y la sombra de Roca Rey

Juan José Padilla cortó la única oreja de la tarde ante una corrida vulgar y noble de Zalduendo

Ginés Marín emborronó con la espada la faena de más contenido de la función ante el sexto, el mejor toro con diferencia de la corrida

A veces los toreros parecen movidos y conmovidos por resortes improbables, por mecanismos aleatorios o por escaramuzas antiguas que pueden aparecer en cualquier momento y cuando casi nadie lo espera. Doblaba el segundo toro de Antonio Ferrera y apareció Andrés Roca Rey con uno de sus hombres de confianza buscando un sitio en el callejón. Poco a poco fue avanzando hasta llegar al palco de la empresa, donde Ginés Marín aguardaba impaciente su turno con el sexto. Roca y Ginés protagonizaron hace unos años una batalla torera en el Zapato de Oro de Arnedo. Se lo calzó el extremeño sin salir a hombros y el peruano se fue descalzo pero aupado por los capitalistas tras una faena heroica; eso sí, Ginés había hecho el toreo. Roca jamás lo entendió y ese fulgor íntimo prendió como una mecha en los dos jóvenes espadas desde aquel instante. Esta temporada en Pamplona, el limeño no tuvo piedad y Ginés acusó el castigo en un año que se le estaba comenzando a poner cuesta arriba tras no revalidar la puerta grande de Madrid. Roca se instaló de inmediato en la rampa que lleva hacia la corona de la tauromaquia y Ginés deambulaba sin saber muy bien qué diablos sucedía a su alrededor.  Así que estimulado por la presencia de ese rival que se está escapando de todo el mundo; o vaya usted a saber por qué, se plantó Ginés con el sexto de rodillas tras brindar a Padilla, le sopló dos airosas trincherillas, el pase del desprecio y un molinete cuajado de torería. Se le notaba caliente el torero, que se había percatado de que ‘Botarate’ era bueno de verdad y le iba a permitir expresarse con ese trazo largo y bello de su toreo.
Estuvo templado en redondo en series limpias, con descarada falta de ajuste en los embroques y vaciando la embestida hacia las afueras. La faena fue creciendo en emotividad porque el toro era alegre y respondía a los cites siempre al primer estímulo. Se echó la muleta a la mano izquierda y el zalduendo viajaba más largo y más templado que en las anteriores tandas. Hubo desigualdad, es cierto. Apretaba más en los dos lances finales de cada serie, aunque la sensación que flotaba en el ambiente es que había demasiada velocidad en el conjunto de la faena. Abrochó un mecido circular con sabor con un pase de pecho muy largo, de pitón a rabo. La plaza estaba con él y se rindió completamente con las cuatro bernadinas finales cambiando el viaje en el último momento al toro en la más pura escuela de oca Rey.
La obra había prendido en los tendidos y la desilusión fue mayúscula al fallar con la espada. Ginés buscó la reivindicación y que no había venido a Logroño a pasear su palmito, pero los aceros convirtieron todo el esfuerzo en frustración.
Al final la oreja y el único triunfo ante la plana corrida de Zalduendo fue para Juan José Padilla, que había rozado el triunfo en el primero, un toro en límite de todos los límites: hechuras, pitones y bravura. Eso sí, no paró de moverse en toda la lidia, desde las dos largas cambiadas que le asestó de recibo en el tercio hasta la coda de su desplante final. Un animal plano que planeó al final de la faena en la única serie que le dio por el pitón izquierdo. El jerezano, a destajo puro, lo molió a derechazos de la casa con la muleta dura y tiesa como un pedernal.
Y en el quinto rozó la puerta grande, quizás más por el deseo de la gente de sacarlo en volandas que por los méritos de la obra. No se le puede pedir más a un torero que se entregó desde el primer momento y que apostó por un toro noble en una faena en la que no hubo recato para sus seguidores: rodillazos, desplantes, naturales mirando al tendido..., en fin, el arsenal emotivo de su tauromaquia en los capítulos finales de su carrera.
Antonio Ferrera apenas dispuso de opciones. Con el torancón segundo, de aspecto abueyado, hizo mucho más de lo que nadie podía esperar y con el quinto, noble pero renqueante de atrás, intentó sujetarlo con su armonía. Pero no hubo más, el toro se terminó pronto y la faena se disipó como el conjunto de la tarde.

2ª FERIA DE SAN MATEO  
Toros de Zalduendo, muy desiguales de tipo y romana y en el límite de presentación. El tercero fue un galafate. La corrida cumplió en varas pero acabó mansenado y desfondada. El mejor fue el 6º, un toro noble, repetidor y con clase, el único aplaudido en el arrastre. Juan José Padilla: vuelta y oreja. Antonio Ferrera: ovación y silencio tras aviso. Ginés Marín: silencio y ovación tras aviso Plaza de toros de La Ribera, unos 4.000 espectadores (datos de la empresa). Corrida presidida por Manuel González, asesorado por Salvador Arza y Javier Lamata (vet.). Segunda corrida de feria. 19 de septiembre de 2018. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja, la foto es de Juan Marín

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