domingo, 22 de mayo de 2016

Birlibirloque regresa al anaquel

La Editorial Renacimiento reedita la obra taurina fundamental de José Bergamín

«El arte no puede ser artificial, como el estilo no puede ser estilizado» 

Se acaba de reeditar, y con el prólogo escrito por José Antonio Morante de la Puebla, la obra 'El Arte de Birlibirloque', escrita en 1930 por José Bergamín, escritor, dramaturgo, poeta benjamín de la Generación del 27, exiliado, creador de la revista 'España Peregrina', comunista y antifascista. En esta libro, Bergamín se decanta en el toreo por la figura de Joselito 'El Gallo': «Las virtudes afirmativas del arte del birlibirloque de torear, son: ligereza, agilidad destreza, rapidez, facilidad, flexibilidad y gracia. Virtudes clásicas: Joselito. Contra esas siete virtudes hay, en efecto, siete vicios correspondientes: pesadez, torpeza, esfuerzo, lentitud, dificultad, rigidez y desgarbo. Vicios castizos: Belmonte castizo hasta el esperpentismo más atroz y fenomenal. El predominio de la línea curva y la rapidez son valores vivos de todo arte (Joselito). El de la lentitud (morosidad) y la línea recta, son valores muertos invertidos (Belmonte)». Es decir, en la polémica entre los dos más grandes toreros de la historia, Bergamín se decanta por el 'Rey de los toreros' porque «el arte no puede ser artificial, como el estilo no puede ser estilizado. El arte tiene su propia naturaleza artística, y, naturalmente (artísticamente), su graciosa naturalidad, que es la más pura perfección artística. El artificio, por el contrario, es siempre afectación. En el arte de birlibirloque de torear, Belmonte fue la afectación artificiosa; Joselito, la artística naturalidad; volvía el arte del birlibirloque de 'Pepe-Illo' a su inocencia bella, clásica, anterior a la caída casticista: con toda la fuerza y la gracia primaveral del más nuevo renacimiento». Morante, en su prólogo, termina de interpretar a Bergamín: «El poeta tenía que dejar claro por qué Joselito era el arte real, el verdadero, el que no necesitaba del esfuerzo visible, el que brillaba con luz propia, y que en el toreo de Belmonte existía una tendencia clara a parar el toreo, pero no por valor, que por su puesto lo tenía, sino por sus limitadas condiciones físicas, por lo que el poeta temía que el toreo derivara en un quietismo estático que supusiera la pérdida de todo un arte en movimiento». Morante confiesa en el arranque de su prólogo que al ir leyendo a Bergamín ha ido «poniéndoles palabras» a sus «sentimientos como torero», unos sentimientos que, añade, hasta el momento de esta lectura no había sabido explicar: «Para mí, este libro ha supuesto un despertar espiritual en mi concepción artística», añade el matador para calificar lo que le ha supuesto esta lectura como «una revelación». Publicando este libro en plena apoteosis belmontista, recuerda Morante, Bergamín debió ganarse un número importante de detractores, «pero fue valiente y lo hizo porque le sobraba personalidad». o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

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