lunes, 8 de septiembre de 2008

Y Diego Urdiales se puso a torear

Hay corridas de toros en las que las faenas se van amontonando entre ellas con galbana, incluso con cierta displicencia. Tardes en las que los lidiadores se protegen tras un sentido funcionarial que impide que los lances broten con el ansia inerente a cualquier sentimiento torero que se precie. Y exactamente eso sucedía ayer en Cintruénigo: las peñas, embadurnadas en vino peleón y otros menesteres, trataban de emular con escasa fortuna el indescriptible ambiente de Pamplona por San Fermín: bombos que atronaban sin tregua y cánticos remotamente parecidos al Yo sigo siendo el Rey, pero sin el consabido fulgor de La Monumental. Se cuenta que acontecía esto con exactitud hasta que apareció Diego Urdiales y se puso a torear. Se dice pronto: ponerse a torear. Casi nada, como quien se pone a escribir un poema o las mismísimas Cartas Marruecas. Pero sucede que Diego Urdiales cada día que pasa ahonda más en una tauromaquia profunda y medida y como es un torero que no se parapeta ni tiene un sentido funcionarial de la lidia, toma su muleta y se pone a torear. Y aquello le salió bellísimo en una faena intimista y didáctica en la que se gustó por ambas manos con ese clasicismo suyo que llega inmediatamente a los tendidos. El toro –primero de su lote– tenía un corazón demasiado frágil y por eso convenía embarcarlo con sutileza. Y así obró el torero arnedano para consentirle todas las ventajas. Las dos primeras series con la derecha surgieron dictadas con precisión suiza, sin alambicamiento alguno y con tal ductilidad que el mediocre Astolfi, sin apenas fuerzas, se recreció y fue capaz de seguir la muleta imantado en varios lances hondos y cadenciosos. A Diego se le atisbaba tan feliz que se lanzó a torear con la izquierda –al natural– con todo el empeño. Y de pronto surgió un muletazo de esos incontables, largo, mecido, dictado al ralentí; un natural, en una serie de tres con la zurda, de los que quitan el hipo por su perfección y sentimiento. Urdiales lanzó los vuelos de la pañosa muy por delante y el toro se enganchó y siguió con ritmo el viaje hasta detrás de la cadera del diestro. En argot a esto se llama vaciar y en la realidad, el toro mismo se vació por completo porque cuando se torea así la exigencia es máxima. Tenía sin duda las dos orejas en su esportón pero pinchó arriba y sólo quedó una de ese primero. En el sexto, un toro feble, estuvo decidido, por encima de la situación y con la pena de no poder disfrutar y hacer disfrutar como en el primero. Sacó su cañón y un espadazo le sirvió para lograr otra oreja y seguir sumando triunfos en las estadísticas. Francisco Marco dejó detalles de calidad y nada pudo hacer con el inválido segundo. El rejoneador Roberto Armendáriz, que tomará la alternativa el la feria de San Mateo, estuvo voluntarioso aunque por debajo de los dos toros de Orellana Perdiz que le correspondieron.

o
Feria de la virgen de la
Paz. Dos toros de Orellana Perdiz para rejones; reglamentariamente despuntados, bien presentados. El primero embestía a arreones y el segundo con mejor tranco. Para la lidia a pie se jugaron cuatro astados de Astolfi, terciados, poco ofensivos, manejables, descastados y con escasas fuerzas. El 1º, devuelto. Sobrero del mismo hierro. Del lote de Urdiales destacó el jugado en tercer lugar por su nobleza, aunque como el resto de sus hermanos se acabó demasiado pronto. Roberto Armendáriz: oreja y oreja. Francisco Marco: oreja y saludos. Diego Urdiales: oreja y oreja. Plaza de toros de Cintruénigo (Navarra): algo más de media entrada en tarde soleada. El torero riojano salió a hombros junto al rejoneador Roberto Armendáriz. Actuó como sobresaliente Alberto Román, que quedó inédito. Domingo, 7 de septiembre de 2008.

o La foto, preciosa, es de
Miguel Pérez Aradros, y este artículo ha salido publicado hoy en Diario La Rioja.

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