
Hemingway sentado en una barrera del ocho de la vieja plaza de Logroño. A su derecha Mary Welsh, su cuarta esposa. Más a la derecha, un aviador británico de la RAF, míster Rupert Belleville, aficionado y medio torero, y en el ruedo Antonio Ordóñez. 21 de septiembre de 1956, San Mateo, llovizna y el alcalde Julio Pernas preside la corrida.
Para Migueliyo, crítico taurino de Nueva Rioja (Diario LA RIOJA en la actualidad), la presencia de Ernest Hemingway en Logroño para disfrutar de las dos corridas de aquella feria matea no tuvo más importancia que el faenón de Antonio Ordóñez a un toro de María Montalvo. El crítico iba a lo suyo, pero el nobel norteamericano, con su barba blanca y su corpachón, del que él mismo se pavoneaba diciendo que si le sacaran toda la metralla que llevaba consigo sería posible carrozar un automóvil, no pasó desapercibido para los miles logroñeses que casi llenaron aquella tarde La Manzanera para contemplar a los maestros que copaban el cartel: Litri, Ordóñez y Girón.
La academia sueca le había concedido el premio Nobel de Literatura dos años antes y en 1953 había decidido reaparecer por España. Ya no era aquel joven reportero ni el excombatiente de la Primera Guerra Mundial que había llegado a España treinta años antes para escribir “Fiesta” y quedarse prendado de los toros, del maestro de Ronda Cayetano Ordóñez, “Niño de la Palma” y de Juan Gris.

El Hemingway que visitó Logroño siguiendo los pasos del hijo de Cayetano ya había cazado el oso gris en las tierras de Canadá, probado el azúcar de Cuba, pescado el pez espada en el Caribe e incluso se había asomado a Kenia desde las nieves del Kilimanjaro. Llegó a Logroño en grupo –Hem
ingway nunca viajaba solo– y como si guardara un profundo miedo por la soledad se había hecho acompañar de un hostelero de Pamplona, Juanito Quintana, un piloto de la RAF que degustaba el arte de burlar a los toros quedándose más o menos quieto y su mujer, también norteamericana, periodista y aficionada a la fiesta gracias a sus viajes a Méjico, donde había visto a Manolete en alguna de sus apoteosis.
La fascinación que Hemingway sintió por los toros no fue acompañada casi nunca por un conocimiento exhaustivo ni profundo de las suertes ni del trabazón de la lidia. Hemingway buscaba la presencia constante de la muerte en la fiesta, e incluso en el triunfo de los toreros a él le acompañaba una brizna de muerte.
Hemingway y su séquito llegaron a Logroño con el tiempo justo para la corrida. “Es que habían almorzado en Pamplona con Quintana”, relata Esteban Chapresto, fotógrafo aquellos años del mítico y añorado semanario de información taurina “El Ruedo”, y autor de las fotografías que acompañan este reportaje y que vieron la luz en uno de los números de aquella revista dedicada a las fiestas de Logroño. Juanito Quintana y uno de los hermanos Chapresto consiguieron “no sin esfuerzo” alojamiento para el novelista y su compaña en el Gran Hotel, junto a los toreros y los prohombres que visitaron esos días la ciudad.
Al día siguiente Hemingway dio un paseo por Logroño con Ordóñez y el doctor Tamames. Se entretuvo en degustar vino de Rioja y pasear por el Ebro. Y es que desde 1954, que estuvo en San Isidro y en la feria de Aranjuez, Hemingway no había vuelto a pisar España. Ahora seguía al hijo del protagonista de su primera novela. Con Antonio Ordóñez mantuvo una amistad mucho más serena que con Cayetano: “Eres mejor torero que tu padre”, le dijo. Quizás en el viejo escritor se habían apagado muchos de sus fuegos vitales de antaño y se estableció entre ellos, como señala el biógrafo del diestro, Antonio Abad Ojuel, una “pintoresca sociedad repleta de connotaciones paterno–filiales. Antonio, años adelante, habría de llamarle papá Ernesto y pactó con él una fantástica asociación en la que uno se ocupaba de la literatura y el otro de los toros”.
Hemingway tras las corridas de Logroño fue a Zaragoza a disfrutar de El Pilar, no sin antes confesar a Chapresto que el público riojano estaba muy enterado y dejaba picar los toros como es preciso en el toreo moderno y “sin dar coba ni dejársela dar”.
o Imágenes publicadas en El Ruedo, obra del fotógrafo logroñés Chapresto.