José Tomás


Para Carlos Abella (*)

Llevaba tiempo con ganas de escribir este artículo. De hecho lo tenía pendiente mucho antes de que José Tomás tocara el cielo el jueves cinco de junio en Las Ventas, tarde de la que ya se ha dicho casi todo pero que parece que todavía se tienen que explicar muchas cosas. De hecho, me parece imposible relatar las sensaciones que traspasaron mi piel y mis sentidos y hasta el intelecto mismo porque precisamente ahí reside cualquier emoción artística: la belleza no se puede explicar, hay que soñarla, la belleza no es cuantificable ni se puede pesar ni tiene sentido destruirla con un ansia analítica. Y en el toreo la belleza puede surgir –como cualquier aficionado sabe– en el momento más inesperado. Es más, yo mismo me he 
visto temblando sencillamente por la mirada de un toro, por esa sensación indescriptible y subyugante que posee una embestida profunda y entregada; por la brega de un banderillero como aquel día que aluciné con Jesús Pérez 'El Madrileño' en Arnedo. Qué lección la suya y qué futuro más terrible le aguardaba. La belleza en el toreo es inapelable, claro. Pero no una excusa: para mí no hay belleza sin honestidad, sin vergüenza torera, sin autenticidad. Y precisamente ahí radica el toreo de José Tomás, su encanto. Qué digo su encanto: su fuerza, su pilar, su tremendo potencial comunicativo. Pero más allá de todo esto, que puede sonar puro lirismo o peor, partidismo, me gustaría analizar y ser capaz de poner negro sobre blanco lo que creo de José Tomás, de su tauromaquia y de lo que sucede a su alrededor.
 

o Empiezo por su tauromaquia porque creo que se trata de un toreo de época, por lo menos de mi época. Tengo cuarenta años y diestros como El Viti me cogieron siendo un niño. Pero desde la generación de Capea, Julio Robles, Roberto Domínguez, Ortega Cano y Espartaco –que eran los que estaban arriba cuando empecé a darme cuenta de lo que eran los toros– hasta los toreros actuales: Juli, Ponce, Joselito o César Rincón, unos años antes, no he visto un torero igual, con más capacidad, valor, decisión, técnica, arte y profundidad –sobre todo profundidad– que José Tomás. Su tauromaquia es apabullante por su sencilla complejidad: echa la muleta hacia adelante y se empeña en traerse a los toros enganchados en los vuelos del engaño. El muletazo surge con un trazo impresionante que se engrandece todavía más en los dos siguientes pasos. El primero de ellos es que obliga a los toros en la trayectoria hacia adentro y después, y esto es definitivo, los lleva hasta el final y hasta abajo. No deja la muleta muerta como otros –como si fuera una pantalla donde se protege el torero– sino que deja al toro puesto, colocado. Entonces gira y liga el siguiente muletazo. ¡Coño, el toreo! Pues eso. Otra de sus características es que esto lo hace con casi todos lo toros: los buenos y los malos, los que atienden a los cites y se vienen de largo como con los que recorta distancias para someterlos a su jerarquía. Mucho se ha hablado de los enganchones: al torear con tanta pureza y sin dar toques es normal que te enganchen. Si se torea con el pico o con la parte ecuatorial de la muleta te tocan menos, pero no es lo mismo. Por eso es crucial entender que José Tomás torea con los vuelos…  

Otra de las virtudes de la tauromaquia de José Tomás es su sentido de la lentitud. Es un torero de clase que mima cada lance: su capote cada día es más impresionante: por verónicas torea con una pureza exquisita y creo que en este momento sólo le supera Morante de la Puebla, que con la capa es sencillamente un portento por esa belleza suya que sale de su sentimiento tan peculiar, tan arqueológico. Sin embargo, cuando José Tomás torea por gaoneras, un lance muy complicado técnicamente y para el que se requiere un gran valor, se recrea con el percal como si torease con la propia muleta e imprime e impone al toro una parsimonia sutil muy difícil de superar. Y el valor. Para poner en pie su gran edificio todo se tiene que sustentar en el valor y en al honestidad. Sobre el valor de Tomás se ha escrito mucho y se han dicho monumentales tonterías (que se lo pregunten a Sánchez Dragó); pero José Tomás, tal y como han dicho compañeros suyos, entre ellos Joselito, es un elegido en esta materia. Por eso, como le sobra arrojo es capaz de pensar frente al toro y de ofrecer ese paso crucial que lo diferencia de casi todos sus compañeros. Y ese paso radica en que quiere imponer su toreo a todos los toros, sean de la catadura que sean. Y claro ahí vienen las cornadas y sus gestos y ese aparente desprecio suyo a la vida. Pero es su honestidad la que le mueve a comportarse así. Y eso no es mesianismo, es torería. A veces le cogen los toros buenos: como a todos los grandes toreros; y a veces los malos: como a todos los toreros honestos. El significado de José Tomás: Nadie se puede apropiar de su toreo, ni los aficionados ni los periodistas, ni los puristas, nadie. De hecho, su toreo es universal porque el lenguaje de su tauromaquia se capta por el sentimiento, por esa entrega que emana de su compromiso y de su forma de hacer. Yo no entiendo de escultura y alucino con el David de Miguel Ángel; yo no sé de música clásica y amo a Bach, a Haendel o Malher (ahora mismo escucho su novena sinfonía); tampoco entiendo demasiado de cocina pero soy capaz de comprender la importancia de Ferrán Adriá y lo decisivo de sus aportaciones, de sus sferas. La torería de José Tomás trasciende el ruedo, trasciende las normas y rompe con lo establecido y precisamente por eso es un regenerador que está ofreciendo tardes de gloria memorables.  

Y su compromiso ético. José Tomás es un torero esencialmente subversivo que se ha rebelado contra el sistema caciquil que ordena, informa y deforma el mundo del toro. Se habla de su dinero, de cuánto cobra. ¿Hay alguien que hable de cuánto se lleva el empresario de Las Ventas tras un San Isidro repleto de carteles mediocres y baratos en el que daría vergüenza saber lo que se paga a muchos toreros, derechos de imagen incluidos? ¿Se pregunta alguien por las fortunas amasadas con la sangre de muchos toreros? ¿Por qué para la empresa de Madrid era más rentable que no viniera José Tomás a San Isidro? Pues bien, José Tomás está dignificando una profesión en la que muchos profesionales pasan por el peor de los túneles: el de los enjuagues, el de los silencios cómplices compartidos, el de ese falso tremendismo en los ruedos y su vergonzante y mojigato servilismo de los despachos para no molestar a los poderosos de turno, sean empresarios o periodistas, locutore, apoderados o ponedores, políticos o conseguidores. José Tomás ha podido con todos ellos y desde su independencia ha borrado de un plumazo tanta mediocridad y tanto duermevelas de callejón. Y claro, como no le dominan, lo desprestigian; como no puede con él le insultan, dicen que no sabe torear, que cobra mucho y que es muy raro.
 

o Por último, lo que más desconsuelo me provoca es que muchos buenos aficionados no se están dando cuenta de la hondura de su compromiso, de lo crucial que resulta José Tomás para el toreo y hasta donde está calando en la sociedad su mensaje de entrega apasionada, de autenticidad. Por eso quiero hacer mías unas palabras de Carlos Abella en el prólogo a la preciosa biografía de José Tomás que acaba de publicar y en la que traza con agudeza el compromiso del torero y la honestidad del propio autor: “Este es un libro favorable a José Tomás: porque lo merece, porque creo que es un notable tipo humano, porque es una relevante personalidad de la vida española de estos años y porque es uno de los toreros más importantes de todos los tiempos”.  

(*) Gracias a Carlos Abella por su generosidad, por adelantarse y por ser capaz de comprender y proclamar antes que nadie que “José Tomás es el último torero de leyenda que ha dado el toreo”.

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