sábado, 23 de mayo de 2015

Una trincherilla para Curro Romero

Foto: Carmelo Bayo
Gran dimensión de Urdiales en Las Ventas en una tarde marcada por el desastre de los toros de Núñez del Cuvillo

Curro Romero en un tendido bajo de nueve y diametralmente opuesto en la geografía del coso de Las Ventas, el Rey Emérito, don Juan Carlos: el uno frente al otro en la lejanía descorazonadora de una plaza llena a reventar y un cielo inmaculado y velazqueño que precipitaba sobre el coso una sensación de cierta esperanza. ¿Una alegoría de España?, quizás, pero la realidad suele ser más prosaica. El monarca volvió a ocupar por segundo día consecutivo uno de los butacones de granito de chiqueros y el faraón de Camas se acomodó en las filas más nobles de un tendido de capotes porque había tomado un Ave desde Sevilla para ver a Diego. Un Rey abdicado y un faraón (para muchos el papa laico del toreo) entre las 25.000 almas que acudieron a la primera plaza del mundo para gozar del misterio del toreo, a sabiendas de que el misterio es esquivo y las calendas preelectorales no sean buenas aliadas de la lírica. Por eso, desgraciadamente, lo prosaico de la tarde fue la esperada corrida de Núñez del Cuvillo. Una ruina de principio a fin, un desencuentro mismo con la naturaleza del toro bravo que trajo a Madrid seis hecatombes, seis caos, seis deserciones que echaron por tierra cualquier atisbo de toreo o de lucimiento Una vuelta al ruedo fue el botín numérico que logró Diego Urdiales en su primera comparecencia en la Feria de San Isidro. Tuvo la oreja del cuarto en la mano pero el fallo con el descabello enfrió el rescoldo de una faena profusamente técnica, meritísima y sincera ante un torancón de Cuvillo sin clase, ritmo ni humillación que se venía por dentro casi siempre y que soltaba la cara con feo estilo en el remate de los lances. Fue una labor nacida del corazón de Diego que había brindado a Curro Romero, y en la que fue capaz, de manera inopinada, a pesar del toro nulo que tenía delante, de componer momentos de gran belleza y plasticidad. Salvarse del toro, ésa era la clave; estar por encima de su mediocridad, de su mala baba, de lo imposible que lo estaba poniendo casi todo. Pero Diego Urdiales, que es todo fe, adivinó una rendijilla abierta por el lado derecho del animal, apenas un resquicio y logró engarzar una faena resuelta por los adentros con especial majeza y en la que tuvo tiempo para dibujar auténticos carteles, como esa trincherilla salvaje y descarnada que le regaló a Curro Romero; fue la trincherilla de Curro, la firma de un torero en sazón al que la suerte volvió a dejarle de lado. Y me explico. El toro de la tarde fue el sobrero y se fue para Castella. Toro con una profundidad descomunal, con ese temple natural que buscan los mejores ganaderos y con un ritmo incansable en su embestida por ambos pitones, especialmente por el izquierdo. Toro de dos orejas en Madrid, toro para consagrarse en Las Ventas. Pues bien, el presidente estuvo a punto de sacar el pañuelo verde en el primero de la tarde, con el que Diego se presentó en este San Isidro y que marcó la desgraciada tónica de la corrida. El público lo protestó, Diego lo cuidó con esmero para que no se derrumbara y al final se quedó con él en el ruedo con ínfimas posibilidades de triunfo. Pero Madrid lo esperó, lo vio y lamentó el poco juego de la corrida de Álvaro, quizás descabalada en los corrales, pero muy lejana de la maravillosa tarde que dio hace unas semanas en Sevilla. La lotería le tocó a Castella, que la aprovechó a medias, en una faena basada en la ligazón pero que estuvo muy lejos de alcanzar la calidad que desparramaba el morlaco. Talavante dejó detalles con el tercero, sobre todo al natural. El toro se acabó muy pronto, aunque no tanto como el sexto, que duró exactamente dos verónicas. En ese momento claudicó y es de suponer que el Rey y el faraón hicieron así y lamentaron su mala suerte. En tiempo de elecciones casi nadie embiste.



Diego Urdiales en Madrid (21-05-2015) from Pablo García-Mancha on Vimeo.

 o Feria de San Isidro. Toros de Núñez del Cuvillo, muy desiguales de presencia, en formas y hechuras, descastados, mansos, febles y de pésimo juego. El 5º, devuelto. Sobrero de El Torero, de juego sencillamente extraordinario. Diego Urdiales: Silencio y vuelta al ruedo tras dos avisos. Sebastián Castella: Silencio y oreja tras aviso. Alejandro Talavante: Silencio en ambos. Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid). Lleno en tarde de ‘no hay billetes’. Jueves, 21 de mayo de 2015. El Rey emérito Don Juan Carlos asistió a la corrida. / Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja

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