Paco Sanz (Oyón, 1956) sigue oliendo a fútbol a pesar de los característicos aromas metálicos de la ferretería que regenta desde hace algo más de un año y medio en la calle Jorge Vigón. Huele a fútbol y se sigue sintiendo futbolista por los cuatro costados: «Cuando dejé de jugar iba a Las Gaunas, me sentaba en el graderío y no podía entender las razones por las que no estaba con mis compañeros en el césped; ése era mi sitio, pero mi época había pasado ya», relata aquel aguerrido interior izquierda del Logroñés que vivió en pocos años el ascenso de su equipo desde la Tercera División (el gol definitivo lo metió precisamente él al Burgos Promesas) hasta acariciar el sueño de la Primera. Y es que Paco Sanz dejó el Logroñés el mismo año en el que el equipo capitalino subía por primera vez en su historia a la división de honor del fútbol español, y tuvo que ver el gran triunfo del club de toda su vida desde La Planilla, ya que fue en el Calahorra donde abandonó para siempre el deporte profesional. «Me hubiera encantado participar de ese ascenso», asegura, pero jugar en el Logroñés tantas temporadas le hizo sentirse «siempre un tipo privilegiado», admite, porque «ser futbolista te da unas posibilidades en la vida realmente increíbles, lo que pasa es que cuando estás en el fragor del día a día no valoras las cosas como realmente son», reconoce. Paco Sanz llegó casi de niño al club de Las Gaunas: «Yo jugaba en el Oyonés y mi padre era pelotari, un deporte para el que siempre me han dicho que tenía unas condiciones estupendas. El caso es que me vieron jugar y me trajeron a los juveniles. Tengo muchos recuerdos de aquellos años y especialmente del día que empecé a entrenar con el primer equipo, que en vez de entrar a su vestuario me cambié en el del visitante, que es en el que habitualmente lo hacíamos los chavales. Entró Jesús Belaza, que para mí era algo así como un dios, y me preguntó por qué me estaba cambiando ahí. Cuando accedí a ese vestuario, con aquellos tiarracos, me quedé tan impresionado que no se me va a olvidar nunca. Yo era un niño y tenía todo por demostrar».
Pero, sin duda, uno de los momentos más emocionantes de la vida deportiva de Paco Sanz fue el año del ascenso de Segunda B a Segunda, en 1984: «Aquello fue realmente increíble, por todo, desde cómo lo vivió la ciudad hasta el ambiente tan alucinante que había en el vestuario. Delfín Álvarez tenía algo especial, era gallego, medio brujo y echaba en cada partido sal por debajo de las puertas para ahuyentar las meigas. Lo hacía su mujer, que nunca podía estar en el campo hasta un cuarto de hora después del pitido inicial. El partido del ascenso contra Osasuna fue alucinante, pero lo mejor sucedió la semana anterior en Sabadell. Antes de empezar a jugar nos dijo Delfín en la caseta: eso son anfetaminas, yo no obligo a nadie a tomárselas; el que quiera que lo haga. Creo que nos las tomamos todos y no sé qué podía tener aquello, pero salimos al campo como motos y de vuelta, en el autobús, estábamos patidifusos». Otro momento inolvidable fue la eliminatoria en 1980 de Copa del Rey contra el Real Madrid: «Nos clasificamos gracias a que antes habíamos eliminado al Salamanca de Jorge D'Alessandro. En Las Gaunas llegamos a ir ganando al Madrid con dos goles de Lotina. luego nos remontaron, pero jugar en el Bernabéu fue inolvidable, con los Juanito, Santillana o el pobre Laurie Cunningham». Tras dejar el fútbol entró a trabajar en Permolca y se dedicó a entrenar chavales, aunque no se quiso sacar el título nacional: «Era nuevo en la fábrica y no me podía ir dos meses a Madrid a hacerme entrenador; fue Loti y mira dónde ha llegado», bromea un tipo que se siente feliz y que recuerda a Gabino como uno de los jugadores con más talento de cuantos ha conocido: «Lo tenía todo, pero no supo administrar aquel don».
o «Delfín Álvarez era gallego, medio brujo y cada partido echaba sal por debajo de las puertas para ahuyentar las meigas», recuerda
o QUÉ FUE DE... PACO SANZ es un reportaje que he publicado en Diario La Rioja.