Vino y arquitectura, titanio y tempranillo: Frank O. Gehry, Santiago Calatrava, Philippe Mazières y Zaha Hadid han surcado el Ebro para llenar la DOC Rioja de obras y edificios consagrados al vino
El Ebro serpentea en el mismísimo corazón del Rioja. Dibuja meandros caprichosos. Une y también divide y disecciona. Aflora. En otoño transporta y se escabulle entre carreteras que se aparecen casi como ensoñaciones. Por ejemplo, la que discurre desde Baños de Ebro a San Vicente de la Sonsierra y entra a esta villa por sus espaldas en un recibimiento más meláncolico que la imponente mirada que ofrece desde Briones. Y a su paso, los guardaviñas, esas dificaciones minimalistas de piedra ligadas al cultivo de la vid que se divisan con facilidad desde la carretera y que confieren al paisaje una personalidad irrepetible. El Ebro se acerca y aleja a la vez en una tierra en la que el enoturismo se cita en una sucesión de propuestas que tienen múltiples filosofías: catas, restauración, museos, hoteles en bodegas, bodegas con hotel, restaurantes sobre los calados, paseos en globo y a caballo entre viñedos y ahora, como últimísima novedad, la increíble concurrencia en apenas cincuenta kilómetros a la redonda de arquitectos de renombre universal: Zaha Hadid, Frank O. Ghery, Santiago Calatrava o Philippe Mazières, como si de un congreso se tratara. El apelotonamiento de maestros del hormigón, el titanio o las novísimas aleaciones metálicas han provocado túneles que confluyen en una tina de 56 metros de diámetro, como los excavados en la bodega Viña Real de CVNE en Laguardia; los 1.800 m2 de titanio traídos desde el Japón hasta la bodega Marqués de Riscal en Elciego y en la que Fran O. Ghery ha reinterpretado el Guggenheim y a sí mismo a través de la desafiante silueta de una viña que se encarama sobre el cielo en volutas indescriptibles de tres tonalidades vitivinícolas. El decantador Y en Haro, Zaha Hadid, con una atrevida forma que de frente parece un decantador y que de perfil se asemeja a un transbordador espacial varado sobre las barricas centenarias y que alberga todo un icono del Rioja Supemo, el expositor modernista que López Heredia llevó a la Exposición Universal de Bruselas de 1910. Y en todas las obras... el vino como protagonista, como referencia y eje delicado. Madera noble y una aleación sintética y metálica; titanio japonés y tempranillo; túneles en roca viva y procedimientos por gravedad en Regalía de Ollauri, donde un balcón sale de la montaña y se adivina el apilamiento de las barricas en las estancias donde se sumergen en el sueño eterno (pero breve) donde los taninos y polífenoles realizan esa magia química llamada envejecimiento, maceración posfermentativa y fermentaciones malolácticas y criomaceraciones. En Ollauri también está la magnífica bodega de Paternina, a la que muchos conocen como la Capilla Sixtina del Vino. Enclavada en la parte más alta del macizo montañoso en que se sitúa el pueblo, cuenta con calados excavados en roca viva a 40 metros de profundidad, los más antiguos datan de finales del siglo XVI. El vino se encarama en un ritmo que parece inagotable en Ysios –Laguardia– fastuosa bodega en la que Santiago Calatrava propone un cielo sinuoso y metálico que a unos pasos del poblado de la Hoya sugiere mil sensaciones en una bodega diferente pero hermana de la de Juan Alcorta, de Logroño, un verdadero maná del vino diseñado por el arquitecto Ignacio Quemada (colaborador de Moneo en los noventa) que alberga la mayor sala de barricas conocida: una inmensidad de 70.000 cubas apiladas en filas de seis.El edificio se ubica en el paraje conocido como la Rada de Santa Cruz y está sumergido en una grandiosa vaguada que se asoma al Ebro –otra vez el río– a través de uno de los meandros con los que comienza a bañar Logroño. Sin embargo, por fuera no se puede ver nada más que la gran cubierta horizontal y un extenso muro rojizo que salva el tremendo desnivel, logrando conciliar la producción enológica con un sistema de impecable funcionalidad: todo funciona por esa fuerza llamada gravedad, como en Antión, como en Finca Allende –de Miguel Ángel de Gregorio–, que tiene ahora una parte de sus empeños colocados en el Palacio Ibarra, una mole renacentista del XVI. De Gregorio y los paisajes donde cultiva en pagos diferentes sus vinos de Finca Allende, con el microclima local y las variedades autóctonas como principal argumento. El vino, otra vez, al final del todo... como Marqués de Murrieta (fundada en 1877 –es decir en los principos–), y que posee todos los atributos de una explotación con reminiscencias bordelesas, donde las instalaciones de elaboración se integran con el viñedo gracias a su magnífico château. De hecho, la entrada muestra un rancio arco y un paseo de aire melancólico que lleva a los edificios de la bodega –el antiguo Castillo de Ygay– que está emboscado en el seno de 180 hectáreas de viñedos en ladera configurando un rico paisaje de múltiples valores cromáticos, sobre todo en ahora, en otoño, cuando las hojas del tempranillo se pintan en todas las gamas posibles del ocre. El río no parece abandonar nunca un camino de tempranillo y cielos de acero recortados para el deleite de los enoturistas que vienen a La Rioja a deleitar los sentidos.
o Artículo publicado en el especial Vinos de Rioja de Diario La Rioja. La foto es de Fernando Díaz