sábado, 1 de enero de 2005

Paseíllo hacia la memoria

87 años después de que el arquitecto riojano Fermín Álamo viera cómo Joselito y Belmonte hacían el paseíllo inaugural de la plaza que acababa de construir, una enorme pala excavadora empezó el pasado martes a convertir en memoria el viejo coso de Logroño, popularmente conocido como ‘La Manzanera’.
Esta coqueta vasija arquitectónica fue sufragada por una sociedad anónima logroñesa a mediados de 1915, después de quemarse el anterior recinto. Tras sólo 104 días de obra, el nuevo inmueble se levantó flamante y neomudéjar como un auténtico templo donde se iba a consumar buena parte de la intrahistoria de la ciudad, y no sólo en el aspecto taurino, ya que sus ahora desaparecidos graderíos vivieron con singular intensidad los multitudinarios mítines de la transición y los conciertos reivindicativos de la autonomía riojana. Además, de su parte más oscura, todavía se recuerda su utilización durante la Guerra Civil como campo de prisioneros por parte del ejército franquista.
María Inmaculada Cerrillo, en su libro ‘Tradición y modernidad en la arquitectura de Fermín Álamo’, describe este recinto como “un anillo formado por planta baja y piso, del que sobresale un rectángulo correspondiente al cuerpo de entrada, formado por dos torreones que albergan la puerta principal, concebida a modo de arco triunfal. El planteamiento de esta fachada recuerda a la Puerta del Sol de Toledo, obra mudéjar muy significativa”.
Novedad técnica
La novedad técnica que presentó esta plaza de toros fue la pionera utilización del cemento armado en España para lograr, según indicaba el propio Fermín Álamo en la memoria del proyecto, que “los tendidos vengan sostenidos por pilares de hormigón armado en dos órdenes concéntricos y un muro circular que es el de contrabarrera. Sobre estos pilares, y sobre este muro, se apoyan jácenas de hormigón con la pendiente necesaria que sirve de apoyo a las graderías y al tendido”. La plaza tenía un aforo de casi 10.000 espectadores, con la singularidad de que las localidades de sombra eran cinco centímetros más amplias que las de sol.
A finales de 1999, la empresa del recientemente fallecido empresario donostiarra Manuel Martínez Flamarique ‘Chopera’, que venía gestionando el coso desde mediados del pasado siglo, compró la totalidad de las acciones de ‘La Manzanera’ y firmó un convenio urbanístico con el Ayuntamiento de Logroño, con el fin de recalificar el solar y construir viviendas en el mismo. A cambio, el consistorio logroñés cedió unos terrenos muy cercanos, donde la empresa de ‘Chopera’ ha construido la nueva plaza cubierta.
No han sido muchas las voces que se han oído en la ciudad cuestionando el derribo de ‘La Manzanera’ teniendo en cuenta que la obra de Fermín Álamo resulta clave para entender el entramado arquitectónico de Logroño. Sin embargo, como recuerdo al espacio que ahora desaparece, el nuevo edificio de 243 viviendas se ordenará en torno a una plaza circular ajardinada que llevará el nombre de Manuel Martínez Flamarique 'Chopera’, en honor al empresario taurino recientemente fallecido y como recuerdo de la vieja plaza de toros ahora en trance de su definitiva desaparición.

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