domingo, 18 de marzo de 2018

Urdiales hizo del toreo un sueño

Media verónica. Jonathan Herreros
Tomás Campos arrebató con una faena enorme y profunda al quinto y Padilla pasó sin pena ni gloria

Diego Urdiales en estado puro; es decir, en el estado natural de su prestancia como torero, como ceñido a otra época, cincelando el toreo con una plasticidad ausente de retórica. Dibujó un faenón al segundo de la tarde con tres series en redondo dictadas al ralentí, muletazos con la cintura rota, largos en el tiempo, deteniendo las manecillas del reloj cuando le pasaban los pitones por las espinillas. La suerte cargada sin aspavientos, reunidos el hombre y la bestia al compás de los oles roncos, de los oles que brotan de mucho más abajo de la garganta. Ya no se puede hablar de la reivindicación del toreo perdido, es algo más íntimo que tiene que ver con la personalidad de un diestro distinto que marca la diferencia entre el sentimiento y la mecánica vulgaridad. Se dicen tres series con la derecha, pero también una media verónica esculpida en el aire congelado que se cernía sobre la plaza desde las cumbrecillas nevadas del Isasa; o un fajo de chicuelinas con el capote sosteniéndose en el ruedo como las ondas de un lirio para soltar la mano y dejar un remate circular y bello, tan lentamente dictado como el poema ‘Lento pero viene’ de Mario Benedetti: ‘El futuro se acerca despacio pero viene’. Toro y torero en el abismo para rematar la obra con naturales finales con el toro exprimido en su bravura. Faenón y constancia. Urdiales magnífico y con un punto de magnanimidad sobre la fiesta. No pudo redondear la tarde porque el torvo ‘Jaquetón’, que hizo quinto, traicionó la bravura y se convirtió en puro estafermo. Lo veroniqueó con empaque pero no hubo más. Se negó a embestir y abrevió el riojano. Y salió el sexto. Y a por él se fue Tomás Campos, que lo bordó, que se puso en ese sitio donde escuecen las plantas de los pies para cuajarlo al natural en series largas y precisas, con el vuelo muy bajo, con el corazón muy alto y con ese valor suyo que no se ve, que esconde a los tendidos, pero que se precipitó sobre el estupendo y bravo burel de Luis Algarra –el mejor de la tarde– para hacer una declaración de toreo sin ambages. Tomás estuvo realmente hondo, con mucho compás, con un trazo cristalino que reflejó las virtudes de uno de los grandes tapados de la tauromaquia. Faena de dos orejas perdidas por el descabello. Antes, en el tercero, un toro que fue un enorme galimatías sobre el ruedo, se la jugó a carta cabal. Fue violentamente cogido en un pase de pecho y remató la obra con una serie de mondoñinas con el cuerpo oblicuo al toro pasándoselo por la barriga y sin un toque de más. Valor de basalto y toreo grande en este extremeño con corazón arnedano. Padilla estuvo en Padilla: entregado, variado, acelerado, mecanizado, desdibujado y, en cierto modo, hasta un punto cansado. Oreja de poco fuste en el primero, un toro noble con el que no se acabó de entender; y silencio con el astracanado cuarto. Al fina de la tarde Urdiales y Campos se fueron a hombros con el calor de Arnedo en una tarde de brutal tiritona en lo meteorológico.

o 1ª de Feria de San José Toros de Luis Algarra, bien presentados y cómodos de cara; los más feos, los lidiados en 4º y 5º turno. De buen juego en líneas generales. Destacó el 6º, muy en el tipo y con un gran pitón izquierdo. El lote de Padilla fue manejable y el peor del encierro fue el quinto de la corrida. El 3º desarrolló genio pero tuvo emoción. Juan José Padilla: oreja tras aviso y silencio tras aviso. Diego Urdiales: dos orejas tras aviso y palmas. Tomás Campos: oreja y oreja tras aviso. Arnedo Arena: dos tercios de entrada (unos 3.000 espectadores). Tarde siberiana. Diego Urdiales y Tomás Campos salieron a hombros por la puerta grande del coso. Sábado, 17 de marzo de 2018. Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

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