jueves, 24 de agosto de 2017

El torero de las armonías

Diego Urdiales suma una nueva oreja en Bilbao en una tarde en la que toreó al ralentí y en tono de belleza a un victorino

Continúa el idilio entre el toreo de Diego Urdiales y la plaza de Bilbao, su plaza, el redondel taurino donde acostumbra a dejar sus mejores tardes y en la que se siente comprendido como en ningún otro coso. Ayer volvía con el peso de la púrpura en la chaquetilla azul cielo con la que había compartido la última tarde con Iván Fandiño. Y para él fue el primer brindis a la eternidad. Emotivo, trágico, tan roto y tan desgarrador por dentro como áspero de todas asperezas iba a resultar el victorino que abría la función, una clásica alimaña gris que se tuvo que llevar a la boca así, de primeras, para entrar en contacto con una plaza que le adora y que le tributó al romper el paseíllo una conmovedora ovación. Diego conoce Bilbao y desde los primeros lances a ‘Bohonero’ se dio cuenta que el toro era de sílex, fiero, humillador pero sin el más mínimo recorrido. Se lo sacó con guapeza con el capote a los medios y la plaza estalló en la primera ovación. Y no fue la única con semejante material puesto que anduvo muy firme con él en una faena que tuvo esos ribetes dieciochescos del toreo sobre las piernas dejando claro en el ruedo que el que allí mandaba era él. El público esperaba el milagro y fue un milagro que en uno de sus derrotes al pecho no le cogiera de mala manera. Lo mató de una buena estocada y aunque no hubo triunfo ahí había quedado, para el que lo supiera ver, la firma de un torero en sazón. El triunfo, presagiado y perseguido, iba a llegar en el cuarto, un cárdeno de Victorino llamado ‘Botijero’ y que estaba en aquel lote frustrado por los veterinarios de Madrid. Vaya petardo, puesto que el toro, de bellísima lámina y armado con dos pitones que quitaban el hipo, tuvo recorrido y nobleza aunque le faltaron finales y cierta humillación. El de Arendo lo cuajó en el capote con un recibo de altos vuelos. Hubo tres verónicas colosales abrochadas con una de esas medias al ralentí marca de la casa. El riojano cuidó todos los detalles de la lidia y el toro acudió solícito al caballo en dos puyazos sin demasiado castigo. Lo quitó Escribano por chicuelinas y Urdiales comenzó a hacer el torero. Se lo sacó a los medios con suavidad y comenzó a torear en redondo con una gran templanza y muy rotas las muñecas. Pero lo mejor estaba por llegar en dos extraordinarias series al natural, en la que el astado ya salía a su aire de los vuelos. El público coreaba cada muletazo con esos oles roncos de faena grande. Toreo caro de Urdiales en el platillo de Vista Alegre que llegó a su punto máximo en una serie con la derecha en la mismísima boca de riego. Enorme diferencia en su toreo, compás de elegancia y naturalidad, de cante grande. El toro, a partir de ahí, se vino abajo, y la faena continuó a buen nivel por el pitón izquierdo en otra serie de profundo aliento. Se lo llevó a las tablas, intentó abrochar la obra con naturales ya muy suaves y un pinchazo antes de la estocada no fue óbice para que Bilbao le pidiera la oreja, la enésima en esta plaza y la que sellaba su reencuentro con los astados de Albaserrada. El mejor toro de la corrida fue el quinto, ‘Mecatero’, un ejemplar extraordinario en todos los sentidos al que incomprensiblemente no se le premio con la vuelta al ruedo. Escribano facturó una faena irregular con un espadazo de premio. Se le pidió la segunda oreja, pero Matías tenía claro que no se la iba dar. Bronca enorme para un presidente que sí le había concedido merecidamente la primera de la tarde a Ureña, que se la jugó a carta cabal con el tercero de la corrida. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja 

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