domingo, 30 de abril de 2017

ROCÍO SE INSTALA EN LA CÚSPIDE

Rocío Molina se proclamó el jueves, en la última función de uno de los ciclos más importantes y redondos de los 21 años de andadura de este evento, como una de las más grandes bailaoras del flamenco contemporáneo. No digo la más grande porque no conozco a todas las demás y trato de escaparme como de la peste de las proclamaciones maximalistas que tanto se llevan en la siempre resbaladiza esfera de la crítica. Rocío es una mujer inconformista que rezuma inquietud por todos sus costados; una inquietud que brota de su personalidad y de una fuerza salvaje sobre el escenario, de una asombrosa capacidad para romper moldes sin deshacerse lo más mínimo de la estructura fundamental del alma que informa y conforma cada latido del cante grande. Suma su danza con una naturalidad envidiable y es capaz de crear escenas musicales en las que su cuerpo, poderoso y extremadamente frágil a la vez, convive con las constelaciones de las más grandes de este arte. Carmen Amaya como cúspide y destino de su arquitectura de bailaora, y Ute Lemper como musa fugaz de acentos cabareteros de entreguerras, como en ese maravilloso y sutilísimo garrotín, donde destiló y consumó ese paraíso que es la gracia sin caer ni una sola vez en la sobreactuación o lo innecesario. Caída del cielo es una obra arriesgadísima en su configuración estética: el juego de matices y de referencias es brutal y contradictorio. Y no se configura como un alarde de técnica, sino que mucho más allá de ser un ejercicio de estilo, es como una especie de juego de muñecas rusas a través de un camino en el que Rocío va desnudando y despojándose de todas las almas que la habitan. El inicio es sorprendente, con un vestido largo con una cola que la hace bailar suspendida mientras ella parece ingrávida y le bailan las pestañas. Sonidos de aparente incoherencia, digitales y sintéticos que nos llevan después al mítico ‘Asesinado por cielo’ para penetrar en los terrenos donde no vale ningún subterfugio. Increíble la voz por fandangos de José Miguel Carmona y las armonías genéricas de un grupo que pasa de Paco de Lucía a la Leyenda del Tiempo para hacer que Rocío hable con su cuerpo en hora y media absolutamente frenética, cuajada de todos los ritmos, de los sonidos olorosos del cante grande y también del chico de los romanós de los ochenta. Ella se configura como una diosa de la escena, como una flamenca universal que busca el lenguaje más puro y exacto asomándose a todos los precipicios y sin despeñarse ni una sola vez. Si nos entusiasmó hace cinco años con ‘Danzaora’, que estrenó en esta plaza, la noche del jueves confirmó que se ha instalado en la cúspide. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

XXI JUEVES FLAMENCOS. ‘Caída del cielo’. Baile: Rocío Molina. Elenco: José Manuel Ramos ‘Oruco’ (Compás y percusiones); José Ángel Carmona (cante y bajo eléctrico); Eduardo Trassierra (guitarra flamenca y eléctrica); Pablo Martín Jones (Percusiones y electrónica). Última gala de la XXI edición de los Jueves Flamencos. Teatro Bretón de los Herreros. Jueves, 27 de abril de 2017.

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