viernes, 15 de julio de 2016

ODIO

Cuando ETA asesinó al periodista José Luis López de Lacalle, los muros de Andoáin se llenaron de pintadas brutales jaleando la matanza de aquel hombre que había bajado de casa con su paraguas a comprar el pan. No era la primera vez que el sañudo entorno etarra alentaba el desprecio de la memoria de un muerto, pero aquella deshumanización me pareció la expresión más inequívoca del odio que había visto en mi vida. Odio descarnado, odio sin contemplaciones, odio como materia tangible de la absoluta falta de compasión, de la más mínima brizna de humanidad. Odio sin fronteras, sin excusas, sin otra cosa que no fuera odio en sí mismo; odio destilado en puro odio, odio inconcebible pero odio nacido y mecido por la vileza de aquella gente, de un entorno putrefacto y endogámico. Estos días, asomándome a twitter, he tenido el mismo escalofrío que sentí al leer las pintadas sobre José Luis López de Lacalle. Odio, bajeza moral e intelectual para escribir –mejor dicho, vomitar– toda suerte de salvajadas, insultos y aberraciones en las redes sociales hacia la memoria de Víctor Barrio o de su propia viuda, una mujer que ha demostrado una entereza sencillamente colosal. ¿Pero de dónde surge tanta vileza? Cómo es posible que en una sociedad conectada, interconectada y con todos los accesos posibles a la cultura y el conocimiento se concentre tanta rabia y las mismas toneladas de odio que aquel entorno cerrado y concentrado del más agobiante Gohierri pro-etarra guipuzcoano. Es el mismo fenómeno: la alabanza de la muerte y el desprecio al muerto, la intoxicación como arma de destrucción masiva, la estupidez congénita como referente de la basura más reaccionaria. Y no son ‘trolls’, los tipos lo firman con nombres, apellidos y ponen su carita para que quede todo bien clarito. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

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