martes, 8 de septiembre de 2015
QUÉ BELLO ES SOÑAR
He de reconocer que todavía ando un poco transfigurado o desfigurado (según se mire), que vivo anclado a una nube, subido a un peldaño entre el suelo y el infinito, asido a un clavo que ardió pero que continúa caliente como la baba de un bebé. Me siento como pez en el agua, como el capitán Habab de Herman Melville en pos de Moby Dick en su viejo ballenero Pequod; un poco Max Estrella en Luces de Bohemia pero sin el Callejón del Gato, sin la muerte, pero como la estilográfica de Valle, rubicunda y sedosa como me la imagino que blandía en Sonata de Primavera. Si me tañen sueno genial, incluso mejor que las guitarras Lucille y Gerundina; por la mañana siego el césped de mi jardín y por la noche cuento los nenúfares de un estanque cotidiano mientras gloso a Rubén Darío porque «plural ha sido la celeste historia de mi corazón». Hay tanto que escribir que los dedos se me hacen huérfanos y confundo la palabra dada con la palabra trasegada. Hace tan poco tiempo que ha sucedido que creo que llevo sin dormir casi una semana, descontando las horas como si fueran naturales, trincherillas o molinetes invertidos. Es tal mi contento y desconcierto, que cuando caigo rendido y se me cierran -al fin- los ojos, se me aparece Matías con un pañuelo en cada mano. «!Para ti!», me grita desde un palco rodeado de ocho ninfas de judea, tres serafines y un par angelotes gorditos y sanos. «No tengas miedo», me dice alborozado mientras unos mexicanos, muy cerquita, juegan al mus con un viejo arrantzale de Lequeitio con unas copas de vino como única apuesta. La arena negra se convierte en un río de miel, los alguacilillos montan unicornios y los picadores han transformado sus rutinarios caballos en pegasos alados. Y al fondo Urdiales, toreando despacito, tan lentamente que el sueño no ha hecho nada más que empezar. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja