El diestro de Arnedo llega a San Mateo con el eco de su histórica faena en Bilbao y con el horizonte de sus compromisos de Madrid y Zaragoza
«Torear en Logroño es uno de los momentos que más espero durante todo el año; es mi plaza, la que me dio la oportunidad de salir del ostracismo y la que marcó el despegue de mi carrera con el indulto de ‘Molinito’. Logroño es parte fundamental de mi vida», relata Diego Urdiales horas antes de hacer el paseíllo en La Ribera el mismo día de San Mateo.
-¿Llega a Logroño en su mejor temporada?
-Todas estas cuestiones conviene relativizarlas al máximo. No sé si es mi mejor temporada, pero llego en el momento de mi máxima expresión artística, con muchas batallas en el cuerpo y con una necesidad clara de sentir cada corrida como algo único. Luego están las cuestiones estadísticas, las orejas o el número de paseíllos. Los toreros somos artistas, al menos así concibo yo mi profesión, y lo que busco está en relación con eso.
-Pero hay que cortar orejas...
-Sin duda, lo que sucede es que lo que no puede ser es que todo pase por la cuestión de las orejas. En ocasiones se sacrifica el toreo por las orejas, se va a por el recurso más espectacular por encima del propio toreo y eso lo que hace es desvirtuar un poco todo. Ojo, yo respeto todas las concepciones de la tauromaquia, pero yo me identifico más con un modelo que con otro.
-¿Qué ha supuesto el triunfo de Bilbao?
-Interiormente ha sido maravilloso. No cambio por nada lo que sentí toreando tan despacio a ‘Favorito’. Ésa es una sensación única, inolvidable y que me acompañará toda mi vida. Percibí con absoluta nitidez los olés de los aficionados y cómo estaban disfrutando. Para mi carrera ha sido un punto de inflexión. Estaba siendo una temporada rara, con buen toreo pero sin triunfos y eso me estaba poniendo todo muy complicado. Se habían dicho y escrito cosas muy bonitas sobre mi toreo y los resultados no estaban siendo como en realidad queríamos. De alguna manera, Bilbao ha lo cambiado todo, la percepción de unos y la entrada en carteles como el mano a mano de la Feria de Otoño o la corrida de Zaragoza con dos máximas figuras.
-Se habla de su irregularidad con la espada, pero en Bilbao fue un cañón...
-Hay veces que me atasco, como todo el mundo. Quiero matar los toros por arriba de la misma forma en la que los toreo. Pero todo el mundo pincha y como todos los toreros tenemos nuestras rachas y nuestros momentos. Hay días en los que todo va rodado y otros en los que las cosas se ponen más cuesta arriba.
-Hoy se celebra el centenario de la inauguración de la plaza vieja. ¿La echa de menos?
-Más que echarla de menos la recuerdo con cariño. Para mí en un momento determinado era lo máximo y me llena de orgullo haber podido torear y triunfar en ella. Me acuerdo de mi presentación como matador con una corrida de Manolo González muy seria y aquella primera salida a hombros. Era muy hermosa, complicada, con fama entre los toreros y con mucho prestigio entre los aficionados. Era bonita y tenía una enorme personalidad. Me acuerdo de ella mucho.
-¿Y el público ha cambiado?
-Es que ha cambiado todo, pero no sólo en el toreo, ha cambiado la sociedad y lo que sucede en los toros es un reflejo total y absoluto de lo que pasa en la vida. Nada es como era; en muchas cosas ha sido para bien y en otras no tanto.
-Tiene su propia escuela... ¿Quiere sacar toreros?
-No, en absoluto. Eso es algo realmente serio y complicado. Nuestra Aula Taurina lo que quiere es ser un vivero de aficionados; enseñar a los chicos los valores del toreo y el propio toreo. Esto es una escuela de vida, de superación, de esfuerzo. Ésta es la base; a partir de ahí se conoce en qué consiste la tauromaquia, la suertes, el comportamiento del animal, las querencias. Pero lo importante es lo primero.
-¿Entiende a los antitaurinos?
-Claro, lo que no entiendo es la manía prohibir y el acoso al que se está sometiendo a la tauromaquia. Creo que estamos hablando de la libertad y de prioridades. o Entrevista para Diario La Rioja