viernes, 20 de marzo de 2015

DIEGO URDIALES MARCA DIFERENCIAS CON SU TOREO

En mitad de un páramo de vulgaridad se apareció la figura de Diego Urdiales y se puso a torear. La planta quieta de toda lentitud, acumulando silencios en el fragor de una Valencia congelada (sin rastro del ‘caloret) y ruidosa de petardos y de fallas gigantescas a la espera de la noche más hermosa. Había un torero en el ruedo que marcaba diferencias. De Arnedo, para más señas, sobrio, firme, mandón, poseedor de todas las sutilezas, de aromas impropios del toreo contemporáneo, toreo antiguo, de muñecas desmayadas, de imperiosas necesidades de sentir lo que hace en cada lance, casi a cada paso, a pesar del frío, de los cohetes, de las prisas, de los toros ruinosos. Todo en él es un alegato contra lo preconcebido; el valor de lo imprevisible es la magia de su toreo, huérfano de cualquier atisbo de impostura. Salió con la muleta y se puso a torear al primero de su lote por abajo, doblones iniciales como surgidos de una nebulosa pero dichos con tal naturalidad que parecían, por su asombrosa profundidad, nacidos de otro tiempo, casi imposibles, como si flotara el toreo por encima del propio toro, un animal sin clase alguna al que dibujó la faena más hermosa de la tarde y de muchas tardes. Diego siguió con la mano derecha en dos series de trazo limpio, sin obligar al toro para mantener su resuello a la espera de lo que tan sólo él sabía que estaba a punto de suceder. Tomó la franela con la mano izquierda y comenzó a brotar la luminosidad del natural interminable: la tela casi muerta, adormecida, pegada al albero. La colocación acentuada en el sitio pero sin la más mínima afectación, el vuelo, los vuelos, el engaño en los belfos y el viaje consumado en tres series impresionantes, mecidas por el rumor del toreo más clásico, más desusado; el toreo jondo, el toreo que en la actualidad está en las manos de dos o tres elegidos. No más, se lo juro. Urdiales en sazón. El toreo puro como un clamoroso llanto de melancolía. Toro y torero hechos de la misma materia, sin frugalidades, sin banalidades. Valencia lo vio, toda España fue testigo de que la pureza ahora, en la tauromaquia, ha tomado carta de naturaleza en un diestro de Arnedo que es capaz, como nadie, de desafiar al tiempo, de caminar por un alambre tan fino, tan arriesgado, tan sin asideros, que marca las diferencias entre él y casi el resto. Un pinchazo le privó de una oreja, un pinchazo; como un descabello en el sexto después de una estocada en la cruz al cinqueño sexto, reunido de pitones, basto de hechuras, huidizo, pero al que le sopló un saludo por verónicas sencillamente impresionante, especialmente dos lapas por el izquierdo de una enorme dimensión. Grandísima tarde en Valencia, más allá de las estadísticas, de las orejas. Amigo lector, al que no conozco, permítame avisarle de que nos esperan este año tardes de gloria, veladas de toreo único, emociones que contarán con el valor de la imprevisibilidad, del toreo inusitado de Urdiales. Y eso que la corrida de Alcurrucén apenas dio opciones. El primero fue, de largo, el mejor. Padilla estuvo como en él es habitual, afanoso, voluntarioso, decoroso, pero aburridamente profesional. Un toro noble en extremo al que muleteó despegado y precavido y al que no quiso poner banderillas. Se resarció en el cuarto en el tercio de las frías, kilométrico y entregado. Pero hasta ahí, el toro evidenció su falta de raza y acabó echándose. Miguel Abellán volvía a Valencia con su habitual terno blanco y plata y sólo este detalle resultó reconocible en su tauromaquia. Con el segundo de la tarde, el otro astado manejable de la tarde, guardó en exceso sus ropajes y se manifestó en la periferia de las embestidas, fuera de sitio, con la muleta volandera, y con demasiados pocos argumentos para convencer. El público, festivalero, le premio con una vuelta al ruedo a todas luces excesivas. Tampoco anduvo mucho mejor en el quinto, un manso de libro que sacó motor y con el que se le vieron, desgraciadamente todas las costuras. Decepcionante Miguel Abellán al que le esperan tres tardes en San Isidro. Lo mejor de la corrida vino de la mano de Diego Urdiales, que sin lograr un triunfo numérico, dejó constancia de que ahora mismo marca las diferencias, que su toreo es el más puro e íntimo de la torería. Dicen que fue ‘Trendic Topic’. Pues eso, a un paso de la cima.

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