sábado, 16 de agosto de 2014

PABLO HERMOSO DE MENDOZA LO HIZO BELLO

El toreo es un paseo entre la vida y la muerte, en el momento más inesperado puede aparecer la sombra del drama, el obtuso aroma de la tragedia. En las corridas de rejones suele suceder que la espectacularidad de este arte flamígero de caballos y toros suele estar reñida con la profundidad del rito y en la mayoría de las ocasiones, con el peligro. Y yo ayer me asusté en Alfaro cuando Andrés Romero recibió en la cara un violentísimo pitonazo del toro cuando se adornada ante él, rodilla en tierra, esperando que doblara a sus pies. Pero el toro bravo, aunque esté a punto de morir, es capaz en el último estertor de lanzar un derrote asesino. Y lo hizo exactamente en el pómulo de un Andrés Romero que quedó tendido inconsciente sobre el albero en el mismo instante que el toro caía yerto. Toro y torero echados en el suelo; el toro muerto y el rejoneador, desmadejado. Como un rayo aparecieron sus compañeros para llevárselo a la enfermería. Apenas unos minutos después, y por su propio pie, despejó todas las dudas: estaba bien, magullado, pero entero. El drama se transformó en anécdota y el toreo bueno, una vez más, lo trajo a La Rioja Pablo Hermoso de Mendoza. Es impresionante la forma que tiene de hacer las cosas y la infinita diferencia que existe entre él y los demás: se llamen Armedáriz, Romero o Diego Ventura. La sutileza de su toreo, la pausa, el temple, la dialéctica que entabla con sus oponentes convierten cada una de sus faenas en singulares discursos del método: sus caballos galopan pero parece que flotan, su toreo se mastica en cada uno de los embroques, en cada una de las batidas, sin una violencia, sin la menor afectación. A Pablo Hermoso de Mendoza el toreo le fluye con una corriente aparentemente mansa pero por dentro su corazón palpita como un tsunami, como si no llevara 25 años de alternativa, como si mañana (por hoy) no toreara en un pueblecito manchego y como si no le esperaran Enrique Ponce en Bilbao y José Tomás en La Malagueta. A su favor se puede decir que el primer toro fue el mejor del encierro, noble, suave, con esa embestida templada basada en un galope sostenido que le dejó a lomos de ‘Disparate’ ensayar sus famosas ‘hermosinas’. Es decir, una suerte nueva que consiste llevar al toro cosido al estribo desplazándose el caballo de costado perpendicular a las tablas y, girando la anatomía del equino para ofrecerse al toro por cada lado del caballo. Tremendo. ‘Disparate’ estuvo a una altura sencillamente memorable. Después salió ‘Beluga’ y al estilo de los inolvidables ‘Ícaro’ y ‘Campogrande’, jugársela en circular con la cara metida literalmente entre los pitones. Al final, Pablo tiró de ‘Pirata’, banderillas cortas espaciadas y un gran rejón de muerte. Grandísima faena de Hermoso, la mejor de la tarde, ante un toro de los hermanos Gallón que a la postre fue el mejor del encierro. Desde ese momento, y aunque la corrida aumentó exponencialmente en el número de orejas cortadas, la realidad es que ya todo tuvo poco que ver. Armendáriz demostró su ambición y técnica y Andrés Romero salió a no perder la pelea. Pero el toreo bueno, el caro, fue obra del de siempre. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

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