lunes, 21 de julio de 2014

Triunfo ‘gran reserva’ en Francia

Grandísima tarde de Urdiales con serios victorinos en Mont de Marsan en la que salió a hombros tras cortar dos orejas. Las fotos son de André Viard

Diego Urdiales protagonizó ayer una tarde inconmensurable en Mont de Marsan ante una impresionante corrida de Victorino Martín en la que cuajó a sus dos toros, se jugó la vida como si mo existiera el porvenir y salió a hombros del abarrotado coso francés tras demostrar, una vez más, que el toreo que siente y vive es un verdadero ejercicio del alma. El diestro riojano puso la plaza como una olla a presión desde que recibió a su primer astado con el capote, un impresionante morlaco de Victorino que dejó claro desde el primer momento que iba a vender cara, muy cara, su piel. Diego cuidó de forma exquisita todos los detalles de la lidia para plantearle después una faena que tuvo varias tramas y diversas estrategias. Se sacó al toro a los medios con pases genuflexos pero vaciando la embestida con suavidad por arriba para guardar toda la pólvora del victorino. Depués, dibujó tres tandas en redondo en los mismos medios marcadas por la ligazón de los lances y la tremebunda reunión con el toro para cargar de mayor intensidad y belleza cada muletazo. Y al final llegaría lo mejor al natural con varias series sencillamente memorables. Era el primer toro de la corrida y Mont de Marsan rugía ante la entrega y el toreo auténtico de un diestro en sazón que hace de cada muletazo uno verdadero canto a la torería más desusada, sin un aspaviento, sin una mota de afectación, toreo desnudo, toreo gran reserva, como le espetó desde el corazón de los tendidos un aficionado francés. Diego tenía las dos orejas en la mano, cerró al toro en el tercio de nuevo por abajo y en el mismo lugar donde había iniciado la faena lo cuadró para entrar a matar. Se tiró como un jabato y pinchó en todo lo alto. Pero lejos de venirse abajo, se lanzó en el segundo encuentro con toda esa fe que es capaz de mover una montaña. Enterró la espada y en ese preciso instante el toro de victorino lo volteó como un pelele lanzándolo al suelo y volviéndolo a levantar como un auténtico muñeco de trapo. Ni se miró el bravísimo torero a la espera que el duro astado de victorino se rindiera a sus pies. Milagrosamente no hubo cornada y la afición francesa pidió con descomunal fuerza la oreja. La vuelta al ruedo con el trofeo fue apoteósica y Diego Urdiales la saboreó porque no había sido herido por el toro y porque sabía en el fondo de su corazón que además de tener medio abierta la puerta grande, la dimensión que había ofrecido en el ruedo estaba al alcance de muy pocos toreros. Y es que el toro de Victorino no había sido nada fácil y cada muletazo valía un Potosí. El cuarto de la tarde fue el toro más parado del gran encierro enviado por Victorino Martín. Hondo y abierto de cuerna tuvo en la humillación su mejor virtud, aunque desde el primer momento dejó claras sus intenciones de agarrarse al piso como si fuera de mármol de Carrara. Lo toreó con extrema suavidad con el capote y el tercio de varas se hizo infinito. La gente quería que el toro fuera de largo al caballo, pero el astado no estaba por la labor. Tanto es así que terminó aquerenciándose en los medios y en ese espacio jugó la faena con la esperanza puesta en que sacara su fondo de bravo. No fue así y Urdiales se la volvió a jugar a carta cabal para inventárse un trasteo en esa raya misma dónde la vida se pone a prueba casi en cada paso, en cada embestida, en cada latido del corazón. Y sin sonar la música, la faena fue creciendo hasta llegar al momento clave de la tarde: la estocada. Urdiales volvió a lanzarse como un cañón y despenó al toro sin puntilla. La puerta grande estaba en la mano y el toreo, consumado. La corrida de Victorino fue sensacional con dos toros de los que crean afición. El primero de Alberto Aguilar (que estuvo hecho un torerazo y perdió el t riunfo por la espada) y el segundo del lote del sevillano Manuel Escribano. Un toro éste para soñar el toreo. Desgraciadamente Escribano no estuvo a la altura y la oreja fue tibiamente protestada por una afición que disfrutó de una histórica tarde de toros. Y es que hubo emoción, verdad supina, entrega, torería, bravura y un pequeño torero nacido en La Rioja que se ha convertido en el mundo en referencia del toreo más clásico, ése que duele. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja.

o Feria de la Madeleine. Toros de Victorino Martín, muy bien presentados, serios, con cuajo y pitones. Los mejores fueron el tercero y el quinto, sencillamente extraordinarios. Diego Urdiales: Oreja y oreja (Salió a hombros). Manuel Escribano: Silencio y oreja. Alberto Aguilar: Vuelta y saludos. Plaza de toros de Mont de Marsan: Llenazo en tarde de calor africano.

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