sábado, 10 de agosto de 2013

Ha muerto la genética del toreo trágico

Muere en Madrid Antonio Corbacho, el «gran hacedor» de José Tomás, como le definió Salvador Boix 

El miércoles falleció en Madrid Antonio Corbacho; un personaje tan irrepetible como extraordinario que desde algo menos que en la sombra forjó no una inmensa figura del toreo (a José Tomás) sino algo tan excepcional como lo primero, una filosofía, un sentido trágico del toreo en el que se define la identidad del torero como aquel que lo da todo sobre la arena y que a la vez es capaz de defender sus intereses con total libertad, sin las ataduras de las empresas, los antojos de los intereses mediáticos y corporativos y con la dignidad como absoluta bandera. Es decir, José Tomás, su gran obra, el torero más irrepetible de cuantos han nacido Salvador Boix, el último apoderado conocido del mito de Galapagar, definió hace unos días a Corbacho como el «gran hacedor»: Corbacho, diáfano, conocedor, torero, el gran hacedor, el visionario... Escribía Boix de un personaje que cuando le llamaba por teléfono y le preguntaba dónde estaba le contestaba: «Por el mundo». Aquella respuesta «siempre me pareció una respuesta sensata, sincera, cabal. Y torera», recalcó el propio Boix. En una entrevista que le concedió hace algo más de un año a Patricia Navarro, Corbacho dijo que lo que faltaba en la fiesta era «dignidad entre los toreros. Ahí está la prueba de los derechos de imagen y al final todo para nada. Acaban convirtiéndose en títeres». Antonio Corbacho nació en Madrid el 18 de septiembre de 1951 y en mayo de 1975, cuando toreó por primera vez, resultó corneado muy grave en la zona escrotal por un novillo. En 1985 volvió a resultar herido en la Maestranza y decidió pasarse del oro a la plata, actuando a las órdenes de Roberto Domínguez, David Luguillano y Sergio Sánchez. Por su amistad con Victorino Martín hijo, Corbacho comenzó a preparar a un becerrista de Galapagar que era pariente del ganadero. Su nombre era José Tomás, con el que se fue a México y vivió una relación tan quebradiza como fructífera. En realidad no fue su apoderado, sino la persona que siempre estaba detrás de él como maestro, como ejemplo absoluto y como codificador de ese sentido inquebrantable que encontraba en la tauromaquia. Corbacho se identificó con el método de los guerreros japonenses, los samuráis, y con dicha filosofía de búsqueda de la perfección y entrega radical basó la preparación de sus toreros. Tras la retirada de José Tomás en 2002 apoderó a otros toreros como Víctor Puerto pero fue con Alejandro Talavante con el que revivió las luces de José Tomás. Cuenta la leyenda que un día Corbacho y Talavante fueron a comprar unos zapatos. El maestro no se decidía entre los siete u ocho pares que más le gustaban . Y Corbacho le dijo al matador: «Una figura del toreo no puede dudar ni en una zapatería». Y se compró todos. Su último descubrimiento fue el colombiano Sebastián Ritter, un novillero que asustó al mismísimo miedo en Las Ventas en la última feria de San Isidro. / Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

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