martes, 26 de marzo de 2013

URDIALES COQUETEA CON LO IMPOSIBLE


Miguel Pérez-Aradros

Diego Urdiales vuelve a estrellarse en Madrid ante dos toros que no le dieron las más mínimas opciones de triunfo


Ni el jabonero ni el galafate; ni el primero ni el cuarto, ni el de Torrestrella ni el de Torrealta, ni al que protestaron de salida por su poca presencia, ni con el que gritaron ¡ohhh! por su imponente anatomía de cinqueño revirado con dos velas y 650 kilos de envergadura. Dos toros más inservibles para Diego Urdiales en Madrid y a este cronista ya se le ha olvidado el número de animales imposibles con los que ha pechado en Las Ventas sin la más mínima oportunidad de triunfo. Es desesperante; sí, pero de este color viste la cruda realidad de su paso por Madrid en las últimas temporadas, sabor de hierba seca en la garganta, de copazo de coñac de madrugada, de saeta final de Semana Santa. Era Domingo de Ramos, la primera corrida de la temporada en el foro, aquello de que cuando casi nadie lo espera va la liebre y salta. Pero no. Ésta es la historia de una desesperación, de un desencuentro entre un torero y su porvenir, entre los sueños nocturnos de naturales infinitos y la crudelísima realidad de lo imposible. Un aserto a la incontinencia, un canto final a la nocturnidad y alevosía. Debe de haber toros que embistan, seguro. Pero a Diego Urdiales parece que se la prohibido catarlos. Ni por asomo le mete la cara uno media docena de veces para demostrar que es torero y que se viste para triunfar. La corrida nació destrozada casi desde por la mañana, cuando se confirmó que no iba a lidiarse completa y que algunos de los toros titulares se habían salvado por la campana de los veterinarios. Se remendó con dos ejemplares de Torrealta, el cuarto, lidiado por el riojano; y el que hizo sexto, una prenda que le correspondió a Antonio Nazaré, quien con el primero de su lote había dibujado una interesantísima faena -a todas luces de oreja- que el presidente le arrebató de una manera injustificable. El primer astado del riojano, el jabonero de Torrestrella, se vio que no tenía faena casi desde que pisó el ruedo. Se salvó por su pelaje de las airadas protestas del ‘7’, se le cuidó en varas con mimo y, sencillamente, se negó a embestir. Cuando perseguía el engaño de Diego lo hacía a tarascadas, metiéndose por dentro y cabeceando con un incómodo calamocheo. Urdiales lo intentó por ambas manos, dejó un trincherazo de bella factura, se colocó entre los pitones y acabó pasando sin pena ni gloria ante la infumable condición del bichejo. Dos pinchazos, una media y varios descabellos rubricaron su actuación.
El cuarto causó admiración porque parecía un transatlántico: de la proa a la popa era un señor toro, gigante, enorme, hondo como un pantano y con alergia a la bravura. Se fue al caballo como un cohete, derribó en la puerta y salió de najas al sentir el hierro. En el segundo puyazo apretó mentiroso, se fue y Diego lo intentó en un quite por chicuelinas en el que se vio que se movía sin entrega. El riojano hizo una faena larga, generosa en entrega para buscar la única tecla del toro. Y acertó al natural en algún muletazo de trazo muy largo y mandón, pero el astado careció de ese fondo necesario para repetir y entregarse. La porfía tuvo mérito por el valor y por no venirse abajo el torero a pesar de que el toro podía acabar engañando a los tendidos. Los aficionados de la cátedra venteña espetaron a un Urdiales que se volvió a mostrar inseguro con la espada pero que se quedó muy quieto para ligar los muletazos a pesar de que sabía que el toro a partir del segundo lance pasaba por los tobillos arrollando sin entrega. Otra vez será. Lo mejor de la tarde llegó de manos de Antonio Nazaré con el tercero, una faena basada en la mano izquierda que en San Isidro le habría valido una oreja segura. Pero la frialdad del ambiente y la lluvia hizo que el público se resguardara del aguacero antes que ver torear al valiente sevillano. Lo mató de un estoconazo y el señor presidente se hizo el sueco, aunque por el aspecto parecía de Chamberí. Eduardo Gallo estuvo muy firme toda la tarde, especialmente con su primero, un animal que se movió sin humillar y con el que se quedó muy quieto. Falló a espadas y perdió la oreja. En el cuarto se fajó con entrega, pero el toro se acabó demasiado pronto y echó la persiana cuando lo quiso someter.

PLAZA DE LAS VENTAS / Toros de Torrestrella (1º, 2º, 3º y 5º) de presencia y juego desigual; el mejor fue el tercero, cariavacado pero de buenas embestidas, y de Torrealta (4º y 6º), más hondos. El de Urdiales, noble, pero sin fondo; y el que cerró la corrida, muy deslucido y peligroso. Diego Urdiales: silencio tras aviso y silencio tras dos avisos. Eduardo Gallo: ovación tras aviso y ovación. Antonio Nazaré: vuelta al ruedo y silencio. Plaza de toros de Las Ventas. Primera corrida de la temporada. Un cuarto de entrada en una tarde fría, lluviosa y en la que el viento volvió a molestar. El presidente negó una merecida oreja a Antonio Nazaré en el tercero. / Esta crónica la publiqué el lunes en Diario La Rioja; la foto es de Miguel Pérez Aradros.

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