domingo, 4 de marzo de 2012

UNA TARDE INOLVIDABLE



Una corrida como la de ayer es de las que no se olvida, de las que permanecerán indelebles en nuestra memoria de aficionados para siempre. Y es que las sensaciones que se vivieron desde que a eso de las cinco de la tarde los tres toreros rompieron el paseo hasta que acabó el festejo fueron invertebradamente hermosas: no había un guión preestablecido y por eso la memoria, los recuerdos y la realidad vivida se conjuraron al unísono para que todo resultara una fiesta, por momentos una fantasía, como cuando Pedro Carra cuajó al cuarto o ‘El Víctor’ destiló un acento profundamente artista toreando con el alma en dos o tres muletazos dictados al ralentí… O ese José Antonio Pérez Vitoria, delgado como un papelillo de fumar, dejando ese aroma suyo tan particular y tan auténtico, de tanto valor, de tanta entrega. Es cierto que la perfección no existe y que en los toros, en ocasiones, se antoja hasta insultante, pero ayer, en La Planilla se sintieron cosas extraordinarias en las que pudimos asistir al reencuentro de tres toreros con su afición, con sus amigos, con su pasado y también, con ese desafío al presente que supone calzarse una taleguilla, volver a respirar en torero y no desordenarse ni un ápice ante las complicadas embestidas de un lote de astados de ‘Los Recitales’ que apenas regalaron nada y que exigían máxima concentración por su constante querencia hacia los adentros y sus irregulares embestidas. El mejor, de largo, fue el corrido en cuarto lugar. Con este utrero Pedro Carra rozó el cielo y sólo sus fallos con la espada le imposibilitaron cortar los máximos trofeos tras una faena maciza, redonda y profunda. Víctor García ‘El Víctor’ estuvo sencillamente cumbre con su primer toro: es decir, que toreó de cine, con compás, con elegancia, con clasicismo logrando naturales y redondos plenos de empaque en los que se le vio disfrutar de veras, sentirse torero y desplegar también un arsenal de valor impropio para un torero en sus circunstancias. José Antonio Pérez Vitoria no tuvo suerte en su lote pero no fue óbice en ningún momento para exponer al máximo, pisar los terrenos que duelen con consistencia y sobreponerse a lo dificultoso de las embestidas de los dos utreros de la divisa de Constantina. La tarde fue una fiesta y sólo el defectuoso manejo de la espada y un evidente punto de frialdad de la presidencia evitó que se cortaran alguna que otra oreja más, por ejemplo, las dos de Pedro Carra en su segunda faena, o la segunda de ‘El Víctor’ en el tercero de la tarde. En este tipo de festejos el balance numérico de trofeos no tiene la menor importancia pero es una pena, una gran pena, que el acero se llevara por delante una clamorosa salida a hombros de los tres de su plaza. Una de las mejores sensaciones de la tarde es que este festejo, junto con la buena feria del año pasado, puede poner las bases reales del reencuentro de Calahorra con la fiesta de los toros, con todo lo que puede pasar alrededor de un espectáculo inmemorial como es éste en el que tres hombres se reencontraron con los tres niños que fueron y volvieron a salir juntos de la mano.  

o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja; las fotos son de Miguel Pérez-Aradros.

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