lunes, 10 de octubre de 2011

MENOS QUE UNA VACA, por David Gistau

LA PERIODISTA Julia Otero suele decir que no entiende cómo la misma persona que va a los toros luego puede abrazar a sus hijos con cariño. No te cuento si el que va a los toros es para matarlos. Tan sorprendente, ¿no?, como enterarse de que en los einsatzgruppen de las SS había exquisitos melómanos y doctores en filosofía que al terminar la matanza se invitaban a té. Estaríamos ante un estereotipo que deshumaniza al taurino hasta el punto de considerarle incapaz de sentir amor por sus propios hijos, como si lo lógico fuera que les infligiera el mismo trato que el del toro recién aplaudido en la plaza, corte de orejas incluido. Total, se empieza comprando una entrada para los toros y, por pura inercia degenerativa, se acaba practicando la antropofagia con escolares robados en el parque e incluso votando al PP.

Admito el matiz demagógico si ahora propongo a la señora Otero sorprenderse aún más con el rasgo de humanidad de un taurino de acuerdo a la siguiente información: según testimonios, el torero Padilla, mientras era transportado en volandas con la cara destruida y el ojo fuera de su órbita, además de «¡No veo!», dijo «¡Mis niños, mis niños...!». El relato obliga a sospechar que, en ocasiones, Padilla puede incluso haber sido capaz de abrazarlos, aun dedicándose profesionalmente a matar toros. ¿Resulta que el monstruo toca el piano?

La escalofriante cogida de Juan José Padilla ha vuelto a destapar un fenómeno del cual Julia Otero por supuesto no es culpable, pero que sí perfecciona con maldad, con sorna cruel, su aberrante estereotipo. El torero tan definitivamente cosificado que su desgracia se festeja como una revancha del toro. Los animales hablan, como nos enseñó Disney, y preguntan por su mamá. De los taurinos sorprende que tengan síntomas de humanidad, y en todo caso éstos no han de interrumpir el festival del humor que nos inspira su atroz dolor de torturador con el que se ha hecho justicia. Hasta hace poco, y aun comprendiendo el rechazo a las corridas, la exageración del argumentario animalista que a uno le revolvía era la elevación del animal, no ya a mascota urbana, sino a categoría humana, igualado hasta en derechos.

Es obvio que las cosas están ahora peor, cuando se hace necesario vindicar al hombre, incluso al taurino, que ha sido degradado a una condición inferior en la que no merece ni siquiera la misma compasión que el toro. Ni siquiera cuando lo sacan de la plaza con el rostro triturado y el ojo fuera de su órbita. Que sí. Que abrazan a sus hijos. Y si les pinchas, sangran. Y no merecen ser víctimas de una inversión de valores tan delirante como para que su vida no valga la de una vaca. / VÍA EL MUNDO.

o Lo que dijo Julia Otero: "A mí me cuesta creer que haya seres humanos, compatriotas nuestros, que abrazarán a sus hijos por la noche y los llevarán al cole por la mañana; que se divierta con eso. Me da asco pensar en esa gente, porque viven aquí al lado, son compatriotas nuestros".

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