Foto: Juan Marín |
Había figuras y el toro decreció como una ecuación cada vez más inevitable
La estocada de Manzanares al segundo fue de las que no se olvidan
El valor es pasarse los cuernos de los toros a milímetros de las espinillas; lentamente, sin importarte nada, absolutamente abandonado del cuerpo pero con el espíritu por las nubes, como alejado de uno mismo, de su porvenir material para elvevarse a los cielos en un éxtasis personal que va mucho más allá de la supervivencia... Y volar, tocar el infinito y rebosarse con él en esa geometría compulsiva y dramática que supone el toreo: el diálogo entre la muleta inteligente y la embestida primigenia, casi como un gemido, como un alarido, como un poema para nada confuso. Así es a veces el toreo y así lo dictó ayer Miguel Ángel Perera en el sexto juanpedro de la tarde. Se llamaba ‘Imperial’, de preciosa estampa negra y mulata, corniapretado y astifino, largo y un punto más serio que el resto de sus hermanos, algunos un tanto anovillados, algunos en el límite de sus fuerzas y de la presentación de una plaza que presume de un rigor cada vez más exigüo, cada vez más lejano y que depende casi siempre de la categoría de los toreros que habiten la terna. Ayer había figuras y el toro decrecía como una ecuación cada vez más inevitable y previsible. Miguel Ángel Perera comenzó la faena con pases cambiados por la espalda y fue capaz de mantener la tensión de su obra desde el principio hasta el final a pesar de que por el pitón izquierdo el toro no terminaba los muletazos con el mismo tesón. Hubo derechazos pulidos y redondos, muy largos, muy obligados, un fajo de esos en los que suele crujir la bravura cuando ésta es más aparente que real, más artificiosa que auténtica. Y después de varias series de este tenor, el arrimón inmarcesible. Los pitones astifinos coqueteando con los alamares, rozándolos, persuadiéndolos pero sin causar el menor asomo de temor, de debilidad. Una y otra vez, como una ruleta rusa incontenible. Como si el Perera poderoso de hacía unos instantes necesitara apurar la copa del toro hasta no dejar ni una gota intacta. Se llevó toda la bravura en volandas tras un estoconazo más entregado que canónico. Pero daba igual, la disposición del torero extremeño había sido tan rotunda que los especialistas en paralelogramos estaban de sobra.Manzanares fue todo elegancia y le recetó al segundo de la tarde una estocada recibiendo sin despegar los pies del suelo.
o Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja y la foto es de Juan Marín