viernes, 27 de mayo de 2011

UN TRATADO SOBRE LA MALA SUERTE

Miguel Pérez -Aradros
Diego Urdiales se estrella en su primera corrida de San Isidro con dos toros imposibles que no le dieron opción ni a jugarse la vida

Al toro bobo cuarto le robó algún natural excelente, pero no le hicieron el menor caso


A Diego Urdiales le ha mirado un tuerto; y además, detenidamente. Parece casi una broma de mal gusto tener tanta mala suerte en Las Ventas y precipitarse en el silencio de tal número de astados imposibles, de tantos toros febles, de semejante racimo de cornúpetas malhadados. A este cronista le resulta una tarea imposible enumerar a estas alturas los especímenes inútiles que ha tenido que sortear en Las Ventas en los últimos tres años: el que no se ha caído se ha parado, el que no se ha tumbado a mitad de la lidia ha frenado en seco sus embestidas hasta convertirse en mármol, y el que no se ha muerto en pie se ha convertido en un pastelito de mazapán incapaz de tirar una cornada al aire pegajoso de un Madrid primaveral y ventoso que elude en Las Ventas la crisis que nos mortifica. El país paralizado y la plaza a tope, como si dentro del fabuloso circo el tiempo se hubiera detenido en los años de bonanza, sin parados, sin recortes y sin descalabros electorales. En Las Ventas, para ser más exactos, ayer sólo se derrumbó el toreo. Y digo bien, porque Diego Urdiales, que es un especialista de la constancia, seguro que ya anda buscando repliegues en su alma para la corrida del siete de junio. Él es así, se lo aseguro, inasequible a los desconsuelos, toduzo como una mula y con un lado salvaje que en estos tiempos de medianías acudirá a rescatarle de la poca moral que le quedará a cualquiera de sus seguidores, de ese grupo de aficionados que sabe que en su muleta no brotan los lances como artefactos mecánicos. Y si tienen ustedes alguna duda, esperen –háganme caso- a que discurra el tiempo y se conjuren los astros para que pueda explicar su parsimonia como él sabe y como en varias ocasiones ha demostrado en Madrid.
El primer toro de la corrida, pelín abierto de cuerna, hizo presagiar lo peor desde el principio. Se frenó en el capote y encima el dios Eolo se autoconvidó a la tarde. Se iba siempre suelto y tras una lamentable pelea en varas se vino abajo literalmente en la muleta. El toro parecía escachifollado sin haber sido picado. Apenas pudo estirarse el riojano que veía, con impotencias, cómo se le escapaba el primer cartucho de las manos. Pinchó dos veces antes de pasaportar al animalito con cara de pocos amigos; es más, desde el tendido se adivinaba en Diego ese rostro que lleva a medias la indignación y el desaliento, el desconsuelo y la arbitrariedad. El cuarto de la tarde, segundo del lote del riojano, era también colorao, acaramelado de cuerna, lavadito de cara y con poca presencia para Madrid. El tendido siete lo protestó con razón porque además de su escasa lámina andaba justo de casi todo: descastado, afligido, huidizo y finalmente, aquerenciado. La suerte de varas fue un mero trámite y aunque estuvo siempre en el peor filo de la navaja, Julio Martínez, el presidente, decidió mantenerlo en el ruedo a pesar de las protestas de la plaza. No se caía pero tampoco se sostenía en pie. Eso sí, el toro era noble, obedecía a los toques pero en Madrid, en una tarde así, iba a ser imposible cualquier lucimiento. Diego se lo sacó a los medios con la mano derecha y empezó a acariciarlo con el afán de sostenerlo, de equilibrar su informales andares. El riojano, ésa es la verdad, obtuvo algún muletazo suelto excelente. Sin embargo, la imposible ligazón de los lances hacía que la faena se fuera diluyendo entre los bostezos de un público que había desconectado de la corrida desde hacía mucho tiempo. Al final, en chiqueros, Urdiales obtuvo algún natural que parecía casi imposible por su delicadeza, muletazos por bajo de impecable factura y un estoconazo que mandó sin remedio a las mulillas al toro desalmado aquel. El mejor toro de la tarde fue el segundo, al que Morenito de Aranda le compuso una faena media con la mano izquierda. Quizás el burgalés estuvo demasiado rápido y se le fue la oreja tras una estocada atravesada y fallar con el descabello. Miguel Tendero tuvo el mejor lote pero no pudo con el ansia en la muleta del tercero ni aguantó con aplomo el sexto, un toro con el que había la opción de apostar, el astado más serio de la corrida que sin ser ninguna maravilla dio alguna opción al albaceteño.

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17ª Feria de San Isidro. Toros de El Cortijillo (encaste Núñez), desiguales, sosos y mansos. Diego Urdiales: silencio en su lote (Aviso en el segundo). Morenito de Aranda: saludos con aviso y silencio. Miguel Tendero: pititos en ambos. Plaza de Toros de Las Ventas (lleno) en tarde cálida y ventosa. Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja; la foto es Miguel Pérez-Aradros.

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