domingo, 26 de septiembre de 2010

RONDA Y GALLITO, TAN TORERA Y TAN GITANO

Sergio Domínguez cuajó su mejor faena en La Ribera en una tarde en la que Pablo Hermoso de Mendoza tiró de su alma y Joao Moura bordó el toreo en su primero

Existen tardes claves en la vida de un torero, momentos en los que mucho más allá de las orejas o de los triunfos, se definen por ser o no ser capaz de sobreponerse a las circunstancias, a los muchos envites que asesta una temporada y a la inseguridad que puede apoderarse de uno mismo cuando montado en un caballo hay que superar todos los malos recuerdos, y en el momento culminante de una corrida ¬–el del tercio final, sin duda–, clavar en todo lo alto para reafirmase interiormente en que el camino emprendido no tenía vuelta atrás. Y ayer, Sergio Domínguez, tras la mejor faena que ha realizado en toda su vida en Logroño, dejó una estocada superior, precedida de un pinchazo, que le supo a gloria y que va a servirle para empezar a eliminar de una vez por todas esos terribles fantasmas que le atosigaban cuando asía el rejón de muerte. Sergio, que no había tenido suerte con el primer astado del noble y terciado encierro de Luis Terrón, cautivó a la afición de La Ribera en una faena cimentada en dos caballos, la peculiar Ronda, tan torera, y en Gallito, tan gitano. La primera cocinó las embestidas del bello Narciso, que así se llamaba el toro, con ceñidas batidas en las que sin obligar mucho al murubeño ejemplar, fue poco a poco consintiendo y dejando al animal con un punto de velocidad en la embestida perfecta para que saliera Gallito y con sus mágicas pinceladas, su quiebros en el abismo, y ese alma de hoplita que de cuando en vez aflora, emocionar a los espectadores en un tercio notabilísimo, en el que abundó la entrega, el ritmo y la perfección en los embroques y la colocación de las banderillas. Sergio se sintió y cuando un torero atraviesa ese momento de gracia, el público conecta de inmediato. Y exactamente eso es lo que sucedió ayer: conexión y torería. Antonio González Superviola no le concedió la segunda oreja; el precedente de El Juli pesaba mucho y el palco, una vez más, se mantuvo en su sitio salvaguardando el prestigio de una plaza que todavía quiere ser seria. Pablo Hermoso de Mendoza tiró de todo su arsenal anímico para que no se le fuera la feria tras haber sucedido lo inaudito: tres silencios en sus últimos toros en La Ribera. Sin embargo, con el primer astado, noble pero venido a menos, había vuelto a dar una lección de sutileza a lomos de Chenel, cuánta belleza desparrame este caballo, cuánto compás, cuánta hondura... Pablo se alió con Pirata para levantar una faena que sólo alguien con su tesón es capaz de remontar. No sería justo olvidar que quizás, los momentos de más empaque de la tarde los había dado Joao Moura en su primero con Marlboro y Castella. Resulta casi imposible torear mejor a caballo. Y le llaman viejo...

o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja y la foto es de Miguel Herreros.

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