martes, 17 de agosto de 2010

LOS ANTITAURINOS ESTÁN EN CASA

Los antitaurinos están dentro de casa, clamaban los aficionados alfareños con el discurrir de la tristísima corrida de ayer. Los antitaurinos, es decir, los que mutilan los cuernos de los toros sin compasión y exigen ponerse delante de animalillos de corazón impreciso que ni vagamente recuerdan el espíritu indómito de este maravilloso animal, consumaron ayer en la bella plaza de Alfaro un atentado de lesa tauromaquia. Toda la corrida estaba afeitada, desde el primero al último, pasando por el sobrero, y especialmente clamorosa la aniquilación de las defensas del tercero, un animalito al que daba grima contemplar con sus cuernos sangrantes por el ruedo de las cigüeñas.
Vale que Alfaro es una plaza de tercera categoría y que nadie pide el toro de Madrid o de Bilbao, ni el de Logroño, ni siquiera el del Puerto de Santa María, pero lo de ayer fue un abuso, una vergüenza, un sinsentido que sólo carga de razones a los enemigos de la fiesta, pero puestos todos y cada uno de los argumentos por las criaturas humanas que exigen y dirigen este cotarro de la fiesta.
Es inconcebible que en la situación que vive el toreo, con una subvención de por medio, se permita un espectáculo tan lamentable como el de ayer, un espectáculo propiciado por buscar el máximo rendimiento sin exponer lo más mínimo.
Decoro, no sólo decoro, hace falta ya una profunda reflexión para que nos demos cuenta de una vez por todas de que este espectáculo tiene que basar su grandeza en la integridad, en el respeto, en la confianza, en el contrato que firma cada espectador con el empresario a la hora de comprar la entrada. A partir de ese momento todo debería ser sagrado. Pero no, corazón.
Ayer había anunciada una corrida de Baltasar Ibán y no se sabe muy bien por qué cuando los toros estaban ya en el camión una llamada paralizó el viaje. Los toros de Ibán suelen embestir con nobleza, los toros del Cortijo Wellington tienen fama de serios, incluso de sensatos...
Al final, por los chiqueros de Alfaro compareció un batiburrillo de astados -es un decir- de Martín Lorca y Martín Escribano impresentable, toros regordíos, alguno como hinchado, toros con corpachón de corcho y alma de alhelí que se derrumbaban sin solución de continuidad, que no eran capaces de aguantar tres muletazos seguidos por abajo y que cuando les intentaban obligar caían rendidos como ositos de peluche sin alma.
A pesar de todo, me gustó el lote de Talavante y el segundo de Miguel Abellán, con más ritmo en sus embestidas pero que cuando les obligaban tres veces, quizás dos, soltaban la cabeza desentendiéndose de los engaños.
Diego Urdiales pechó con un lote realmente infame, con un primero sin alma y un segundo sin espíritu. Con el desalmado dibujó preciosos muletazos al ralentí en un final de faena elegantísimo. Con el capote paró dos toros con ese reposo tan personal que luce en las verónicas y en los delantales. Con el quinto, el toro que carecía de espíritu, no pudo dar ni un solo muletazo.
Y su cara era un poema, en su gesto se reflejaban todas las impotencias; quizás las mismas que siento yo al escribir de los antitaurinos que tenemos en casa.


o Esta crónica la he escrito hoy en Diario La Rioja.

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