domingo, 27 de diciembre de 2009

José Antonio Pérez Vitoria, el torero de los maratones

A veces cuando pienso en mi etapa como torero veo a otra persona; casi no me acuerdo de aquel chaval que lo sacrificó todo para torear, parece como si fuera otro», confiesa José Antonio Pérez Vitoria, el introvertido y a veces misterioso diestro calagurritano que se retiró en 1997, «triste y decepcionado con demasiadas cosas» y que decidió reiniciar su vida con un trabajo «más normal», una familia y una pasión que siempre había latido en su corazón, el atletismo: «Me había gustado correr desde niño y ahora hasta compito con afán de divertirme en maratones, fondo y cosas así», sonríe a sabiendas de que su estampa a la carrera es más que conocida por casi todos sus vecinos. «Mira, ahí va el torero de los maratones», dicen al verle trotando por avenidas y callejuelas.

Pérez Vitoria ingresó en la Escuela Taurina de Calahorra con quince años y allí coincidió con un grupo de muchachos que aspiraba a la gloria, entre los que destacaron tres (algo inaudito en una localidad tan pequeña) que a la postre lograrían a tomar la alternativa: Pedro Carra, Víctor García y él mismo, que fue el último en doctorarse: «Fue un desastre porque yo admiraba a Dámaso González o a El Capea y me hubiera gustado que uno de los dos me hubiera dado la alternativa; pero todo fue al revés, apenas disfruté de oportunidades y no tuve la ocasión ni de torear en Logroño. Enseguida me di cuenta de que era imposible para mí salir del pozo en el que estaba; torear una o dos corridas por temporada era algo muy difícil de soportar y en cuanto pude me escapé porque el futuro no era algo incierto, era algo realmente imposible y no estaba por la labor de amargarme la vida». A José Antonio no le decepcionó el toro; le falló la gente: «Sentí demasiados vacíos a mi alrededor y me esfumé, así de claro». Cuenta, incluso, que cuando trabajaba en el Balneario de Arnedillo coincidió con el entonces empresario de la plaza de Logroño, Manolo Chopera, que había ido a pasar unos días tras una feria matea: «Yo estaba en activo y cuando le vi llegar casi no me lo podía creer; hablé con él y me dijo que en San Mateo siempre ponía a un torero de Calahorra, pero que prefería no meterse en cuál; que eso lo decidía otro. Nadie puede imaginarse cómo me decepcioné».

José Antonio acaba de ser padre y vive totalmente alejado de la tauromaquia: «Si no me hubiera casado a lo mejor sería banderillero, pero no, ahora estoy totalmente fuera. Sufrí mucho, pero me decepcioné mucho más». Dicen las crónicas que era un torero muy serio: «Hay mucha gente que me comenta que le recordaba a José Tomás; no lo sé, yo toreaba como lo sentía por dentro». Y precisamente fue en ese interior suyo donde algo muy íntimo le rompió un novillo de Cortijoliva en Arnedo en 1993, cuando le infirió una brutal cornada en el cuello. «Llevaba dos años esperando aquella oportunidad, para mí era crucial, y en el primer lance casi me mata. Tengo un sabor muy amargo de aquel trance porque lo pasé muy mal y se me vinieron abajo casi todos los sueños».

Pero no todo es tristeza en sus recuerdos: «Fue alucinante que llenáramos varias veces la plaza de Calahorra Pedro, Víctor y yo, para nosotros era lo máximo. Ahora somos amigos porque hay muchas historias compartidas y le acabo de poner la cocina a Víctor», bromea a la vez que se siente «más que sorprendido» por la pareja que forman Diego Urdiales y su banderillero calagurritano: «Eran dos rebeldes, dos caracteres y ahora han cambiado tanto... Y me quedo asombrado con lo que ha conseguido Urdiales porque nunca se ha venido abajo, tiene un mérito increíble; le admiro». Y aunque está alejado del toreo, a veces, «cojo en mi taller la muleta y me pongo a torear, eso no lo puedo evitar porque está muy dentro de mí».

o QUÉ FUE DE... JOSÉ ANTONIO PÉREZ VITORIA es un reportaje que he publicado en Diario La Rioja con fotos de Antonio Díaz Uriel.

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