viernes, 25 de septiembre de 2009

A pesar de todo, el toreo es grandeza

El toreo tiene tardes imponentes y ayer fue una de ellas: la vida coqueteó con la muerte, la desgracia, la suerte y la fatalidad, todo en dos horas impresionantes donde el toro de lidia auténtico –con sus problemas y sus virtudes– se enseñoreó del ruedo de ‘La Ribera’ en una corrida vivida a golpe de corazón, de gallardía y de la generosidad inherente a los hombres que se visten de luces, que es mucho mayor que lo que la gente piensa y que está por encima de absurdos vetos (o lo que fuera que fuese) y de muchas estrategias que ni comprendo y que además, me traen al pairo. El toreo es grandeza, tituló a una deliciosa novelita el inolvidable Joaquín Vidal. Y ayer, la corrida estuvo llena de detalles que reconcilian al aficionado con su pasión: la muleta poderosa de Miguel Ángel Perera, el capote de Diego Urdiales –primoroso, por cierto en su saludo al toro que tan feamente lo volteó–, o el amor propio del banderillero Joselito Gutiérrez (de un torero de plata, pero torero al fin y al cabo) que ni se miró tras recibir una brutal cogida en el sexto en la que los pitones le subrayaron la yugular en unos segundos indecibles. Es el toreo, amigos, una realidad que no tiene vuelta de hoja y que cuando se muestra con la crudeza de ayer quizás no tenga parangón con nada.

Me sorprendió gratamente el envío de Torrealta, bien presentados todos excepto el escuchimizado segundo, y con varios ejemplares notables, como el del éxtasis de Perera o el que se fracturó la mano derecha cuando la faena de Urdiales se estaba materializando al natural. Eso es mala suerte, quizás; pero la ración de buena había llegado antes al salir prácticamente indemne de una cogida terrible al entrar a matar con absoluta rectitud al toro más exigente de la feria. Y además, desagradecido.
Perera estuvo a punto de tocar el cielo y a pesar de que el público vibró con el primer trasteo –un faenón–, me gustó mucho más la hondura de sus naturales al lesionado sexto, un colorado que metía la cara entre las manos pero que tuvo una profundidad increíble en sus embestidas.

o Feria de San Mateo. Toros de Torrealta, bien presentados excepto el lamentable segundo, feo y anovillado; manejables pero con muchos matices: 1º encastado sin humillar; 2º mansito pero con clase; 3º con recorrido, fijeza y mucha duración en la muleta (premiado con la vuelta al ruedo); 4º, bueno hasta que se partió la mano; 5º manejable y 6º, más parado pero humilló mucho. Diego Urdiales: silencio tras aviso y silencio; José María Manzanares: silencio en su lote; Miguel Ángel Perera: oreja y ovación. Plaza de Toros de La Ribera; 5ª de la feria, más de tres cuartos de entrada. Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja y la foto es de Juan Marín y se pueden ver más aquí en una galería de www.larioja.com
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