jueves, 24 de septiembre de 2009

La vulgaridad impone su castigo

Cuando una corrida de toros se convierte en un ejercicio de vulgaridad parece que se citen en el ruedo todas las pesadumbres, todas los inconvenientes. Los toros malos tienen el defecto de acumularse como los años y son capaces de surcar en una tarde la frente de arrugas inconmovibles. Pero cabe preguntarse algunas cuestiones. Por ejemplo, por qué cuando El Juli conduce las embestidas con un mimo técnico sorprendente no le hace nadie el menor caso, y cuando se suelta el pelo con circulares, invertidos, faroles y demás recursos retóricos la plaza ruge como si estuviera descubriendo el quinto misterio de Fátima.

O... por qué se empeña Sebastián Castella, –un espigado francés que anda siempre a la búsqueda de su estilo– en alargar las faenas hasta los remotos confines del hartazgo a pesar de que nadie, absolutamente nadie en todos los tendidos le echaba media cuenta a su afanoso bregar citando con la parte de arriba de la muleta en una sucesión de toques repetitivos y técnicamente nefastos.


También me pregunto las razones por las que un año más han vuelto los toros de Zalduendo a Logroño. Su descastamiento es atroz, su sosería repele y sus hechuras, algo que se suele pagar a precio de oro, no están a la altura de los precios de los tendidos de Logroño. El envío del año pasdo fue aún peor en ese sentido lo que me indica que en algo estamos mejorando.
Y como colofón dos cuestiones referidas a la díscola personalidad de ‘La Ribera’. Tenemos una banda de música que en ocasiones nadie sabe las razones por la que ataca el pasodoble... ni por las que lo termina. Y para colmo, ayer en el sexto, esos olés lamentables y a coro sostenido que acompañaron ese triste final con Daniel Luque al aparato.

o Feria de San Mateo. Toros de Zalduendo, presentados en escalera, sobrados de carnes e inofensivos de cara. Mansos, descastados, febles y rajados. El Juli: oreja y silencio; Sebastián Castella: palmitas tras aviso y silencio tras aviso; Daniel Luque: silencio en ambos. Plaza de Toros de La Ribera; 4ª de la feria, menos de tres cuartos de entrada. La foto es obra de Juan Marín.

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