domingo, 10 de mayo de 2009

Iván Vicente o la melancolía

Un torero, dos buenos toros y un silencio de piedra. Iván vio venir el tren, pasar a su lado tan despacio como para subirse y se quedó en el apeadero. Sin mirarse, sin parecer contrariado y con un gélido gesto de indiferencia, acaso melancolía o quizás aburrimiento.

Iván Vicente, torero finísimo, delgado y leve como un papelillo de fumar, armado con un capote ciclopeo y una muleta de luz de luna que no se enfada, que no coge ni vuelo ni compás, que pasa por la plaza con suma ligereza, con desencanto, con una inercia que sólo provoca silencios de piedra y basalto.

Y como Iván no se enfada, parece un torero sin aliento, terco en los enganchones, pródigo en los desconsuelos. Ni se crispa, ni se arrebata ni se cruza. Allí en el ruedo con dos toros bonancibles que van y vienen, que humillan y se dejan torear. Y él como si nada... O como si le trajera al pairo el toro y el toreo, como si no llevara todo el invierno preparando esta tarde. ¿Habrá otra como ésta?

Foto: las-ventas.com

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