domingo, 3 de mayo de 2009

Diego Urdiales golpea de nuevo en Madrid

Diego Urdiales vuelve a triunfar en Las Ventas tras una gran faena a su primer toro, al que cuajó al natural y con el que demostró un singular sentido del temple y del compás (La foto es de Carmelo Bayo, quien por cierto, me ha prometido muchas más)

Diego Urdiales volvió a triunfar ayer en Madrid merced a una extraordinaria faena al primer toro de su lote, un buen mozo de 638 kilos, al que entendió de principio a fin y con el que dibujó una labor marcada por la quietud, el compás y una despaciosidad que cautivó a la afición de Las Ventas. Diego toreó, echó la muleta a los belfos y llevó la embestida siempre donde mandan los cánones, por abajo, gustándose y consintiendo que los pitones pasaran lentamente al lado de sus femorales. El matador riojano, que debutaba esta temporada (su última corrida del año pasado fue en este mismo coso en la feria de Otoño, en la que cortó una oreja a un victorino), parecía más cuajado y seguro de sí mismo que nunca y dejó sobre el albero de la plaza más importante del mundo el aroma de una torería desusada, de un sabor añejo que maceró su actuación tanto en ese primer toro como en el sobrero cinqueño, de aviesa catadura, que le tenía guardado el destino. Este toro se comportó como un auténtico cazador, como un animal imposible que en el primer muletazo se le vino directamente al pecho y que desarboló después a cuantos banderilleros salieron en auxilio de Diego. El animal, de imponente lámina y de gran alzada, hizo cosas de haber sido toreado. Urdiales agarró la espada y de forma muy habilidosa logró una estocada en la yema que le sirvió para salir victorioso de un trance amargo que le impidió redondear la tarde como él anhelaba. No hubo puerta grande, pero el diestro riojano volvió a golpear en Las Ventas a pesar de la hiel y del peligro infinito de su segundo oponente, un toro con guasa. Sin embargo, el toreo grande ya lo había explicado antes con Camorrista, un burel de media arrancada, noblote y justo de raza pero que agradeció que le hicieran las cosas con tanta armonía. Y es que al toro le costó mucho centrarse en la lidia, y como el resto de la corrida desarrolló mansedumbre en los primeros tercios y sólo tras el segundo puyazo pareció calmar ese querer irse a las tablas buscando la escapatoria. Tras un meritorio quite de Luis Bolívar por gaoneras, compareció Urdiales con el engaño rastrero sacando al toro por bajo hasta el tercio en unos muletazos plenos de expresividad y poder. La pierna que toreaba levemente genuflexa para embarcar la embestida con ductilidad y mucho temple, un temple que ya no le abandonaría en todo el festejo. Diego, ya fuera de las rayas, comenzó con la derecha en dos excelentes tandas consintiendo mucho al toro, dejando la pañosa muerta en cada lance para ligar el siguiente muletazo con un sutil toque. Ligereza en el vuelo, armonía, empaque en la planta de un torero que sabía que el triunfo colgaba del incierto pitón izquierdo. Antes, hubo preciosos remates por abajo y sentimiento en las codas de cada serie. Diego se iba sintiendo torero por momentos y Madrid comprendió que aquello le surgía del corazón. Para toreal al natural, el riojano se fue al platillo. Y allí brotó lo mejor de su tarde. Naturales hondos y ceñidos, en los que el toro protestaba y se paraba, como una vez en la que le lanzó un derrote al cuello en un terrorífico frenazo. Ni se inmutó un coletudo que en ese momento ya tenía la plaza toda en el bolsillo. Y ahondó más por un pitón que momentos antes parecía imposible. Cambió la espada y por la derecha, con gusto, temple y hondura, se trajo el astado a las rayas para rematar la faena con uno de esos estoconazos inapelables con los que suele jalonar sus actuaciones en esta plaza. El toro rodó sin puntilla a los pies de un torero que había rozado la perfección y que había vuelto a imponer otra vez su sentimiento en Madrid, cuatro tardes en dos años y tres orejas. Casi nada. El mejor burel de la corrida salió el último y le correspondió a Luis Bolívar, que tras una faena con altibajos pero en la que hizo de las distancias su principal baza, logró una gran estocada. El resto careció de historia: Abellán pasó como de puntillas y Javier San José se libró de una cornada tras una espeluznante voltereta.

o Corrida Goyesca: Toros de Carmen Segovia, muy bien presentados, con cuajo, remate y pitones (algunos fuera de tipo); mansos en distintos grados y alguno manejable. El mejor de la corrida, el sexto de lidia ordinaria. El primero de Diego Urdiales, soso, aunque humilló; y el segundo, sobrero y de cinco años imposible por peligroso y avisado. Para rejones se lidió uno, reglamentariamente despuntado de Guadalest (o al menos eso es lo que ponía en el programa oficial de la plaza, que ayer no dio una), manso pero muy encastado. Javier San José: bronca tras tres avisos. Dramáticamente volteado, pasó a la enfermería, y su cuadrilla fue incapaz de matar al toro. Miguel Abellán: Silencio en ambos. Diego Urdiales: Oreja tras aviso y saludos. Luis Bolívar: Saludos y oreja. Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid): Más de media entrada en tarde soleada y de temperatura agradable. (Crónica publicada hoy en Diario La Rioja).

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