viernes, 12 de diciembre de 2008

Cuando me la imagino que un sol perezoso se atreve, no sin temor, a despertarla...

o El miércoles en Pamplona tuve la suerte de presentar el libro Hay cosas que conviene no preguntar, escrito por la periodista Maite Esparza, compañera de muchas historias inolvidables, pero sobre todo amiga. (Aquí dejo lo que dicen que dije...)

o Las fotos son obra del incombustible Patxi Cascante y en el acto, celebrado en la librería Elkar, de Pamplona, se dieron cita buenos amigos tales como Guren, Ana, Javi, Txanpi (el primer detenido de la Monarquía), Eduardo, etc...


Maite Esparza dibuja con múltiples escorzos un singular repertorio de personajes y tristezas, de historias, desencuentros y situaciones a veces imposibles en las que la imaginación se disputa contra la ternura el ritmo inapelable de sus palabras, el sedoso abanico de unos ecos en los que se apura por momentos el trazo firme y los perfiles de una mujer absolutamente poderosa que impregna el aroma de todo el libro de una rara sencillez habitada por ese punto de sofisticación que como una nube la rodea desde por las mañanas, cuando me la imagino que un sol perezoso se atreve, no sin temor, a despertarla después de una noche desenfrenada… de literatura, de Offenbach y REM. Al leer los cuentos, las historias, los relatos breves y las dispares aventuras que se aliteran con una radiante frescura en ‘Hay cosas que conviene no preguntar’, no he podido evitar poner el acento más personal e íntimo en los diferentes narradores y ejes de las dieciséis historias magistralmente entreveradas por la autora, que se convierte en hombre o nieto, en mujer madura, joven o gris oficinista, con tal desparpajo que cada narración parece mecida por una mano diferente en la que el hilo conductor se aprecia con nitidez en la inteligencia femenina que construye con suavidad pero sin temor al ocaso frases tan brillantes tales como 'Laia se agachó ante mí y acercó su cara a mi entrepierna como si fuese a abrir una nueva puerta en nuestra relación de amigas". También me ha emocionado el acento poético de muchas de sus miradas: "Las rocas de aristas afiladas, la espuma susurrando su nombre y un agua llena de invierno. Y un estruendo amortiguado por la bravura ensordecedora del mar. Después, todo negro". Pero me atrevo a subrayar con especial fuerza ese desdén suyo tan particular que brota sin artificios casi en cada una de las historias, en la piel de Avelio, en la dulzura tenue de María, aquella desdichada mujer que veía crecer torres de tostadas o en la doctora Aguirre.

Pero no he venido aquí para realizar un catálogo de su eficaz habilidad narrativa disgregada a través de personajes, protagonistas, papeles secundarios y amigos que relatan sus pasiones -altas, medianas y bajas-, sus miedos o, sencillamente, semblanzas de amor sostenido como la de Andrea y Pablo ("Me estoy poniendo preciosa. Así no tendrás que mirar a nadie más por la calle"). No. He venido impulsado por el afán que sólo puede inocular la certeza que abriga la amistad y no he podido resistir escuchar
su compás de narradora y sus detalles en cada uno de los bellos artificios que como una hidra ha ido componiendo en un libro divertido y frágil en el que no queda resquicio alguno para la improvisación. Por eso no me ha costado nada adivinar entre sus adjetivos a esa jovencísima aprendiz de periodista que conocí hace algo así como quince años en una Pamplona de escritos y sueños (que glosara José Antonio Iturri), en una ciudad que se alumbraba a sí misma cada día y en el que agonizaba un periódico que nos dio cobijo y sustento, que nos hizo entender que el periodismo no tiene margen para la literatura pero que el periodista si se quita su miedo a crecer puede acceder a algo tan increíble como penetrar en el soliloquio donde se encierran los temores del ser humano, sus odios, sus espantos, pero también las esquinas y los salones donde se desenvuelven la ternura y el cariño, el oficio y la amistad. Suelo desconfiar de las personas desapasionadas, me dan miedo, me interrogo con qué conmueven su epidermis cuando cierran los ojos y por eso, quizás, soy incapaz de pasar un día sin leer. Habla Maite de Milan Kundera, hace unos días lo querían hundir en los periódicos, y él nos enseñó que "la gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad, el futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo". Así somos cada uno de nosotros, como piedras que chocan cada día contra su porvenir y pretenden esquivarlo y esquivarse a sí mismas, quizás como Teresa, la del otro día, la del bar; quizás como Ione, que descubre atribulada que como San Agustín, ella era otra y estaba en las dos al completo. No sé, pero hay en los textos de Maite una sutil disquisición entre la vida y la desesperanza, como si ambos conceptos tuvieran que estar siempre separados por el rubor del tiempo. A veces, nos alcanza la amnesia y pensamos que al cerrar los ojos el resto puede desaparecer como por ensalmo. Pero lo cotidiano sigue sobre la mesa de forma inevitable y como en ella siempre ha existido un desasosiego continuo, una pasión con ausencia de visceralidad, las historias no son como los años que tienen el defecto de acumularse –ahora parafraseo a otra vez a Iturri– si no que van aupándonos una a una a una escritora sensible que capta con ironía la muerte y la vida pero que cuando le da gana es capaz de hacer aflorar en sus renglones galeradas de tinta cargadas de una singular ternura, como cuando habla de la abuela aquella que tejía como Mariana Pineda una manga interminable en una madrugada de lana.

Maite Esparza escribe con ritmo cinematográfico, con tensión de película, pero también con la precisión de un cuento borgiano al estilo del fabuloso libro de los seres imaginarios. Y eso se nota al describir imágenes para crear conceptos, lugares extraños o cielos de piedra. Los personajes van de dentro hacia afuera casi siempre y a pesar de la brevedad y de la aparente inconexión entre las historias, ha sido capaz de tejer una asombrosa urdimbre de retratos de la realidad y de sus protagonistas. Quizás esta sensación que ahora brota en mi no es más que un presagio certero de que Maite tiene un recorrido aún insondable como escritora, como mujer, y si me permitís decirlo, también como amiga mía del alma.

o (En Pamplona, 10 diciembre de 2008).

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