viernes, 26 de septiembre de 2008

Petardo de Victorino Martín en Logroño

No me cabe la más mínima duda de que Victorino Martín es el mejor ganadero del mundo. Posiblemente, la fiesta de los toros en los últimos treinta años no se pueda entender sin la aportación magnífica de sus astados en tardes memorables de un sinfín de excelentes diestros como Andrés Vázquez, Ruiz Miguel, Luis Francisco Esplá, ‘El Tato’, Manuel Caballero y singularmente ‘El Cid’, que quizás ha sido el que ha cuajado los momentos más intensos de toreo en un manojo irrepetible de tardes macizas y bellas en plazas como Bilbao, Sevilla y Madrid. Por todo esto y, especialmente por el mimo que suele depositar en la presencia de sus morlacos en cosos del relieve del nuestro, la corrida de ayer fue un auténtico petardo, una sucesión de animales mal presentados, en ocasiones paupérrimamente armados, y de juego manifiestamente mejorable. Hubo de todo y abundó lo malo: descastamiento, pocas fuerzas, nula pelea en varas de casi todos y algún especimen tan manso que decidió tomar el olivo obteniendo así el momento de mayor emoción de la tarde, un momentico único en nuestro coso porque ha sido la primera vez que un toro salta al callejón en la funcional Ribera. El quinto, fue una criatura larga y playerona, basta de hechuras y con esa papada degollada tan clásica de la casa. Salió enterándose de los chiqueros y sin amagar apenas se precipitó al callejón en un salto limpio, medido y atlético que levantó al público de sus asientos. Fue la gran conmoción de la tarde, acaso la única. Otro de los momentos curiosos de la corrida fue el que propició ‘Plantador’, el primero. Salió como un loco de los chiqueros y de un brutal topetazo contra la barrera se rompió un cuerno por la cepa. El golpe sonó estremecedor y fue tan violento que el animal quedó desmadejado. El presidente lo devolvió sin pensárselo dos veces –como no le dieron un solo capotazo le asistía toda la legalidad– y compareció un sobrero de una ganadería desconocida. No le gustó a Liria y se alivió. Lo mismo le pasó con el de su despedida: volvió a aliviarse y se marchó como vino, en silencio. Ferrera banderilleó con su peculiar estilo, con esa amalgama de saltos y carreritas y dibujó varios naturales buenos al sexto. Y Diego Urdiales volvió a pechar con dos astados deslucidos y no logró casi nunca ese acoplamiento que le obsesiona.

o La foto que ilustra el artículo es de mi amigo Justo Rodríguez, que por cierto, mantiene una bitácora preciosa. Pinchad aquí para disfrutarla.

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