sábado, 19 de julio de 2008

La mirada de Antonio

Había en la mirada de Antonio León una brizna de niño que trataba de asomarse entre la sempiterna nube de humo de tabaco negro que rodeaba su cabeza de senador romano. Habitaba en él un peculiar instinto de muchacho que no quería saber nada de desconsuelos ni de incertidumbres a pesar del halo de derrota que acompañaba su delgadísima figura. El cuerpo de Antonio León estaba zurcido por un sinfín de cornadas de toro –más de cincuenta– y un infinito de unas mucho peores: las que asesta la vida, las que atraviesan el alma y las que no encuentran manos de ningún cirujano que las reparen. Sin embargo, el maestro –qué bella palabra– hablaba lentamente, con esa peculiar dulzura de los artistas y no sé si por pudor o desengaño prefería no comentar ninguno de sus triunfos en Las Ventas, ni las impresionantes y ajadas fotos que había traído para la ocasión un emocionado Paquito Milla: «Eso ya no importa a nadie», regurgitaba entre calada y calada mientras Diego Urdiales clavaba sus ojos como espadas en la cara de Antonio León, en un natural de bronce o en aquella estocada a uno de Prieto de la Cal que lo envió muy grave a la enfermería. Era verano en Arnedo, el calor apretaba y el maestro iba a coger un capote para sentir de nuevo el carraspeo duro de la engomada tela, de su peso, y del dolor de sus frágiles articulaciones para dibujar una media verónica escrita con el mismo ritmo de su lenguaje lento. Diego, al fondo, con su muleta y Paquito Milla llorandose por dentro. Había en aquella escena un cierto poso de despedida, un aroma de naufragio de un hombre que permanecía pero que se quería ir, que de hecho se estaba yendo con el vuelo de aquel primoroso lance. Después, tiró el capote. Lo hizo sin genio pero con ese orgullo tan genuino de Antonio León. Y encendió un cigarro. Y miró de nuevo a Urdiales en silencio y volvió a aflorar la sonrisa del niño que el As de Espadas llevaba dentro.

o Este artículo lo publiqué ayer en Diario La Rioja y es el primero de una serie que aparecerá los jueves bajo el epígrafe de Mira por donde.

o La extraordinaria foto es obra de Antonio Díaz Uriel y apareció en un reportaje publicado en septiembre del año pasado al que se puede acceder pinchando aquí o aquí.

o Antonio León fue el primer diestro riojano en tomar la alternativa, doctorándose como matador de toros el 23 de septiembre de 1962, en Logroño, con Curro Romero como padrino y Paco Camino como testigo. Adquirió gran fama en la década de los 50 y los 60 por su gran estilo en la ejecución de la suerte suprema al volapié, gracias a lo cual adquirió numerosos reconocimientos tanto de aficionados como de profesionales. Una vez retirado del circuito en activo, León siguió muy ligado el mundo de los toros, siendo uno de los grandes impulsores en la creación del prestigioso certamen de novilleros 'El Zapato de Oro', de Arnedo, su localidad natal. Aunque después de retirarse de los ruedos fijó su residencia en Madrid, había regresado a Arnedo, su localidad natal, a cuyo tanatorio ha sido trasladado desde la Fundación Hospital de Calahorra, donde la pasada semana se sometió a una operación y donde falleció el pasado sábado 12 de julio.


La Espada de Arnedo

(artículo aparecido el día 13 de julio en Diario La Rioja)

El torero riojano Antonio León falleció ayer en Calahorra a los 78 años de edad. Antonio León Fernández Velilla fue uno de los primeros matadores y de los más importantes que surgieron en La Rioja en los años sesenta, cuando llegó a ser una de las «figuras» de la tauromaquia española compartiendo carteles con maestros de la talla de Curro Romero o Paco Camino, entre otros. También se le recuerda como uno de los impulsores de la fiesta taurina en su localidad natal, Arnedo, donde contribuyó a crear la feria de novilleros del Zapato de Oro, una de las principales de España. Aunque después de retirarse de los ruedos fijó su residencia en Madrid, recientemente había regresado a Arnedo, donde había nacido en 1930, a cuyo tanatorio ha sido trasladado desde la Fundación Hospital de Calahorra, donde la pasada semana se sometió a una operación quirúrgica. Torero de arte y fama, recibió un merecido homenaje junto a su paisano Diego Urdiales en octubre del año pasado, con motivo de la feria de las novilladas. Durante años fue uno de los preferidos de la afición madrileña, que le puso el apodo del As de Espadas, aunque quien colocó la guinda de su maestría fue el gran gurú de la crítica taurina, Joaquín Vidal, en un memorable artículo titulado La espada de Arnedo: «Y sucedió: el espigadillo muchacho (por Antonio León) montó la espada, se aupó a punta de pie, arqueó la pierna izquierda, adelantó abajo la muleta... Del volapié, ejecutado con toda la lentitud y el esmero que reclama su pureza, salió el novillo rodado, listo para las mulillas. Los aficionados cruzaban atónitas miradas. Don Mariano se puso en pie e invocaba a los padres de la tauromaquia. No era usual ya entonces, y menos en novilleros, matar así». El crítico Pablo García Mancha ha afirmado sobre Antonio León que «ha sido uno de los estoqueadores más puros de la historia de la tauromaquia, a la altura, por ejemplo, de Rafael Ortega. Tanto es así que en Las Ventas estaban deseando que pinchara para volverle a ver realizar el osado volapié, ése por el que más de una vez se había dejado taladrar los muslos, como le sucedió en las más de cincuenta cornadas que jaspean su anatomía». Pero ¿cuál era su técnica? -se le pregunta al maestro. Y Antonio León cierra los ojos y habla levemente mientras aspira el humo de sus incesantes cigarrillos: «Yo lo hacía con el corazón, sabía que lo iba a lograr y me tiraba con el alma, con todo mi sentimiento. ¿Técnica? Eso no sé lo que es; me salía así y no lo puedo explicar». Había tomado la alternativa en Logroño el 23 de septiembre de 1962 de la mano de Curro Romero y con Paco Camino como testigo. En Madrid ganó varios trofeos por su habilidad a la hora del estoque, en el que fue un maestro.

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