miércoles, 9 de julio de 2008

Cebada Gago lidia en Pamplona una moruchada infame

No hay bula posible para los toros de ayer de Cebada Gago. No hay perdón para una ganadería que ha lidiado en La Monumental pamplonesa toros inolvidables, astados bravos y correosos que perseguían la muleta con fiereza, humillación y entrega, que vendían cara su piel no entre gañafones y derrotes traicioneros, sino con embestidas profundas que se comían los engaños, con esa fijeza y encastada nobleza que durante tantos años se ha parido en los predios de La Zorrera. Por eso, daba grima ver esas inmensas catedrales, esas torres inapelables, ir sucumbiendo, uno tras otro, en el inmenso callejón de la peor noticia que puede asolar una ganadería: el genio perruno, la absoluta falta de entrega y la nula casta. El toro vacío de sí mismo, poderoso y altivo sólo porque habita esa anatomía impresionante que lucen los que corren por la Estafeta, pero podrido, incapaz de soportar ni un solo muletazo templado, ni un natural con hondura. Sin embargo, no faltará quien diga que la corrida tuvo casta, poder e incluso fiereza, pero me gustaría explicar por ello alguno de estos conceptos.

¿Qué es la casta?
Yo entiendo la casta con dos vertientes. La positiva, que es la que buscan los buenos ganaderos, es la del toro que embiste con fijeza, hondura y ritmo; la del toro que pide distancia –media o larga– y que cuando lo citan se arranca alegre, pidiendo el carné porque aúna en su embestida dosis de violencia, cierta aspereza y repetición. El toro encastado en bueno admite muletazos largos y cuanto más atrás lo rematan, más se entrega en su viaje. Por el contrario la casta mala es sinónimo de genio, que es lo primero que brota en una ganadería cuando se busca cierto picante tras muchos años de selección equivocada. El genio es calamocheo, es arrancarse de forma inopinada, es soltar gañafones cuando ven que no pueden alcanzar la muleta, es salir rebotado de los caballos buscando sin remedio el refugio de las tablas. Y exactamente así se comportaron los seis cebadagagos que se lidiaron en Pamplona.
Los tres primeros en un tono pelín más manejables, los tres finales lamentables en todas sus circunstancias: peligro evidente, descastamiento y sórdidas embestidas imposibles.

Me gustó Urdiales

Me gustó el planteamiento de la primera faena de Urdiales. El toro, mentirosillo y sin terminar nunca de embestir de verdad, fue manejable a media distancia. Urdiales le lanzó con honradez los vuelos a media altura para tratar de confiar al animalito. Pero en vez de responder con franqueza, el astado empezó a calamochear y le enganchó un par de veces la muleta. Diego pisó esos terrenos complicados del pitón contrario, toreó como él sabe: con extrema pureza y si alguien esperaba alardes ficticios o rodillazos de otro coté estaba equivocado. Tras pinchar arriba dejó una estocada con parsimonia que tiró al toro sin puntilla. El cuarto fue sencillamente lamentable: astifinísimo, grandón y peligroso. Un toro muy complicado para un matador tan poco placeado. Y Diego, en vez de amilanarse, anduvo sobrado con él para probarlo por ambos pitones, machetearlo y quitárselo de encima con dignidad, con oficio y con torería.


Las estrategias de Luis Bolívar
Me encantó Luis Bolívar por su valor aunque creó que no acertó con las estrategias, sobre todo en el tercero de la tarde, al que saludó en el inicio de faena con pases cambiados por la espalda, que si bien significan un auténtico alarde de arrestos, son absolutamente inapropiados para toros de esta calaña. Las faenas se le vinieron abajo en un periquete y la efímera ilusión tornó pronto en ese desastre impuesto por estos lamentables borricos de Medina Sidonia.


Sánchez Vara o la incapacidad
Dejo para el final a Sánchez Vara y su lamentable cuadrilla de picadores y banderilleros. Este torero, tan falto de clase como de recursos, protagonizó una tarde lamentable en la que naufragó en todas y cada una de sus apariciones: vulgarísimo con el capote, saliéndose para afuera pero echando la pata atrás en cada uno de los lances; infumable con las banderillas (vaya mitin) y torpe con la muleta: mal colocado, dando respingos y llevando el engaño siempre en uve para enganchar descaradamente las embestidas con el pico y vaciarlas hacia afuera. No se salvó ni con la espada, con la que dio un recital de inoperancia y ventajismo, de entrar a paso de banderillas y de clavar saliéndose clamorosamente de la suerte. Desconozco qué méritos ha hecho este hombre para navegar por las ferias, para anunciarse día sí y día también aquí, allí y acullá. Me cuentan cosas muy graves y penosas, pero como nadie las confirma me las voy a callar, bastante tiene él con torear así, tan bruto, tan bestia y tan mal. De lo que me alegro es de que no le pasara nada cuando el segundo de la tarde le arreó un gañafón del que por poco le arranca la cabeza de cuajo. Me felicito, y mucho, de que San Fermín sacara el capotillo en ese lance y salvara a este torero de la Alcarria, una tierra pródiga en sabores, en olor a miel y espliego, poseedora de ricos corderos y de unos prometedores vinos de Mondéjar.


o Con el llenazo habitual se han lidiado en Pamplona toros de Cebada Gago, astifinos y muy serios; muy complicados, mansos, descastados y con peligro. Diego Urdiales: ovación y silencio; Sánchez Vara: silencio y silencio; Luís Bolívar: silencio y silencio.

o Tuve ayer la inmensa suerte de que Mariano Pascal me invitara a compartir con él la retransmisión de la corrida que cada día realiza para Onda Melodía (Onda Cero Navarra). Volví a La Monumental pamplonesa tras 14 años y gracias a Mariano disfruté de sus buenos amigos, de una brillante comida con un delicioso ajoarriero y de una tarde de toros inolvidable.

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