sábado, 1 de marzo de 2008

Volvió Morante, regresa el toreo íntimo

Morante de la Puebla reivindica en Madrid el sentido íntimo del toreo a la vez que fracasa con rotundidad el histriónico mexicano Rodolfo Rodríguez El Pana

La corrida fue una ensoñación en manos de Morante de la Puebla, una auténtica locura que desembocó e
n el séptimo toro de la noche en dos de las tandas más sublimes que se recuerdan. El de la Puebla –despojado de sí, enterizo como nunca, valiente y sincero–, había pasaportado tres toros con excelentes muletazos y con alguna verónica de ensueño. Sin embargo, habitaba en él ese raro inconformismo que sólo entienden los genios: un desvarío interior que lo han convertido en un torero imprevisible, metafísico. Entonces, sucedió lo inaudito y pidió el sobrero. Los caballos de picar ya estaban en el camión, las banderillas en sus cajas y mucha gente fuera de la plaza. Se desató una tormenta de móviles, un rumor de miradas incrédulas y unas prisas inauditas. Los de barrera, ya sin localidad, se agolpaban en los vomitorios mientras los que confiaban en el último suspiro tuvieron la fortuna de ver el acontecimiento a milímetros del maestro. Dibujó varias verónicas entreveradas de silencio, tres delantales esculpidos al ralentí fijando la embestida con el envés del capotillo y una de esas medias que convierten al toreo en un acontecimiento artístico singular, único. Cogió los palos con desigual acierto y nos hizo soñar después con la muleta. Así que se sacó al toro a los medios barriendo con el engaño los lomos del albero, arrastrando la bamba de la pañosa por el piso con una parsimonia inaudita, con la lentidud que propiciaba la boyantía del Núñez del Cuvillo. Dejó sitio, se echó la tela a la mano derecha y citó sin ambages. Ligó un manojo de muletazos en una serie tan hermosa que parecía imposible: era el toreo, el toreo eterno, el que conmueve y apasiona, el que no se puede describir porque la ilusión hay que soñarla para sentirla. Y dio otra tan bella y tan sublime que cuando la banda arrancó el público sabía que el milagro ya se había producido. El toreo se dicta en silencio porque la música suena por dentro. Mató recibiendo y el acero quedó trasero. Pidieron dos orejas, mas se conformó con una. No importa, había toreado. ¿Qué más se podía pedir? Peor suerte corrió El Pana, que no hizo nada más que merodear lo bufo, un histrionismo absurdo y sin sentido que carece de la naturalidad del toreo. Desperdició un toro de bandera y se perdió en el manoseado oropel de su personalidad extraña. Nadie le echó en cuenta: había vuelto Morante de la Puebla, el torero metafísico, del que dicen que es Morante porque es Morante. (artículo publicado hoy en Diario La Rioja).

o Plaza de toros de Vistalegre (Madrid); algo menos de 3/4 de entrada. Toros de Núñez del Cuvillo, terciados, sospechosos de afeitado y de condición manejable, aunque descastados y de pocas fuerzas. Destacó el quinto por su calidad. El tercero fue devuelto por inválido. El Pana: silencio, división y bronca. Morante de la Puebla: saludos tras aviso, silencio, ovación y una oreja. La foto es obra de José Ramón Lozano.

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