martes, 8 de enero de 2008

Saludo de capote de Morante a Miguelito


Lo que dice la prensa mejicana:

La Jornada: Morante se llevó dos orejas ratoneras y El Pana una cornada, bronca y apoteosis

o Un escalofriante par de Calafia en tablas, un estatuario muletazo del péndulo en el centro del redondel, dos trincherazos con toda la hondura poética del mundo y, al mismo tiempo, en alto contraste, dos señoras broncas por sus yerros ante sus primeros dos enemigos y, como remate, una tremenda cornada en la ingle derecha, ese fue el saldo de la actuación de Rodolfo Rodríguez El Pana, torero de época, ayer en la Plaza México. Por su parte, Morante de la Puebla cuajó una soberbia serie de doblones de oro macizo y una pincelada de antología con la franela en la diestra, y paren ustedes de contar, porque no hubo más en el descolorido mano a mano de los temperamentales diestros, parias cada uno en lo más bajo de la escala social de sus respectivos países, gitano uno, prieto y naco el otro, pero ambos con estatura y talante de príncipes en el reino del arte de Cúchares. Del resto, más valdría mejor ni hablar. El verdadero empresario del coso, el siempre nefasto Rafael Herrerías, trajo un sexteto de mansos rajados y sin cuernos, de la dehesa de Manolo Martínez, que huyeron y rascaron toda la tarde, pero provocaron cinco tumbos debido al trasiego desmedido de Rompun, la droga que se les da a los caballos de pica para facilitar su manejo, y que ayer les fue administrada excesivamente, por lo que se derrumbaron cinco veces patas arriba al primer empujón. Como digno comparsa de tamaña zarzuela, el juez Gilberto Ruiz Torres hizo nuevamente gala de su vocación de servicio en favor de la empresa al aprobar a tan lamentables reses, y hacerse eco del malestar que a la aristocracia le causan los modales de El Pana, castigándolo de la manera más injusta con la devolución de un toro vivo, luego de tocarle un primer aviso a media faena, y con todo rigor los dos restantes cuando la bestia corría desesperada por la arena tratando de escapar con desesperación. En cambio, como de costumbre, no pudo sino hincarse ante los designios patronales y concederle a Morante dos orejas absolutamente ratoneras, una tras la lidia del cuarto y otro a la muerte del sexto, decesos que fueron causados por estocadas defectuosas, y al cabo de faenas de relumbrón, sobre las puntas de los pies, con la muleta a media altura para que no se le cayeran los mansos, y tapándoles la salida para que no se le fueran.
Si todo lo anterior dejó una sensación de oprobio ante tanta impostura, nada fue tan deprimente como el desconocimiento que exhibió la gran mayoría del público al gritar “¡toro, toro!”, al segundo de El Pana, que resultó ser el peor de los seis y que se refugió en toriles desde su salida, y en el tercer tercio se iba trotando de un burladero hasta el otro porque no quería enterarse de nada. Y a esa bazofia con pezuñas y sangre de cabra los señoritos de sombra la llamaban “¡toro!”, al igual que los borrachos de las alturas, y era como si en un pizarrón estuviera escrita la letra “a” y todos los alumnos corearan “beee”, haciéndose los doctos. Quien no podía quedarse atrás, naturalmente, fue el mozo de estoques de Herrerías, Víctor Leal, que se pasó por el arco del triunfo un permiso concedido con todos los sellos y firmas por la delegación Benito Juárez para que el reconocido cantante de ranchero, Valente Pastor, entonara un pasodoble que la banda de música de la plaza pensaba estrenar en honor de El Pana. A fin de impedir que se celebrara el merecido homenaje al poeta de Apizaco, Leal rodeó al cantante con cuatro policías, que no le permitieron ni siquiera ir al baño y mucho menos subir al palco de la banda, y no le importó que el artista hubiera pagado de su bolsillo el boleto de avión en que vino de Guadalajara, ni el permiso oficial que traía, por lo que no debe descartarse que Valente lo demande por daños y perjuicios. Autor: Lumbrera Chico.

La Jornada: El embrujo de Morante

o El sol doraba con sus brillos el mujerío que acudió a la Plaza México, en tarde apacible. En medio del vocerío desbordante y el bullente maremagnum de la fiesta pagana. Fue hasta el tercer toro que apareció el toreo de Morante de la Puebla de dentro de la sangre. El silencio lo abría por el ardor que lo consumía y se resbalaba en esas verónicas cargando la suerte por el lado derecho. En un dolor desatado que le salía del fondo del alma y se continuaba con unos doblones bien rematados que voltearon la plaza al revés. El embrujo de su quehacer torero le llegaba a los cabales que sentían en fusión con él, un estremecimiento en que la piel se estiraba y salían voces de adentro en olés intensos y en el aire llantos de conmoción. El asombro era un clamor en la tarde invernal que se volvía canto. El canto de un capotillo que iba y venía sosegado con fácil primor. ¿Digan los duendes quien tocaba ese capote y esa muleta de milagrería? Sería la gracia rapajolera del torero sevillano que, destrenzaba lo que era poesía infranqueable en segundos y volvía a su lugar. Ese espacio inasible que aromaba el coso torero. Desbordaba majestad Morante en redondos eternos con el signo de la casa deletreando los pases, rematados con el auténtico pase de pecho enroscándose el toro por el corbatín, merced al giro quebrado de lo inesperado, surgido de su mágica muleta. Viendo torear a Morante y a El Pana, uno piensa que el toreo no está en capotes y muletas. Si no más allá y como no hay más allá, ¿dónde está? Esa pereza al lancear que en el aire quiere moverse y nadie la moverá. Chispazos que en el coso se quedaron y dejaron huella y son propio de los temples muralístico. Díganlo esos pares de Calafia de El Pana que cimbraron el coso y levantaron a los cabales de sus asientos, aplaudidos en vuelta al ruedo antes de iniciar su faena en la que un mal fario gitano se ensañó con él. Todo esto en tarde que los toros de los Ébanos, salvo el primero de Morante, fueron bravos con los caballos ocasionando tumbos y dejándose torear el resto. No eran los toros bobalicones de entra y sal y la emoción de sentía en el coso. El Pana visiblemente mermado de facultades dejó huella de su carisma y torería, y presionado por el público y el triunfo de Morante, sacó la casta y acabó en la enfermería con una cornada grande. Mientras los aficionados sacaron a hombros a Morante y se lo llevaron a pasear por Insurgentes, en tarde de brujería. Autor: José Cueli.

Milenio: Morante regresó excelso

o En el Día de Reyes se regaló la exquisitez de José Antonio Morante de la Puebla y a cambio Rodolfo Rodríguez El Pana se llevó una cornada del quinto toro de la décima corrida de la Temporada Grande de la Plaza México. En tarde apacible con mejor ambiente y ante más de media plaza, Miguel Alemán Magnani y Rafael Herrerías enviaron desde el Rancho Los Ébanos, fincado en Abasolo, Tamaulipas, a seis disparejos en tipo y comportamiento que tumbaron cinco veces a los picadores, un tanto gracias a su acometida y otro por la pésima cuadra del Zacatecas. Finalmente permitieron a los toreros a pie dar una espectacular tarde. Morante echó pa’lante. Voluntarioso llegó a la plaza en un peculiar auto descapotable para mostrarse dominador y exquisito en su reaparición. Realizó la mejor faena que hasta ahora hemos visto en esta raquítica Temporada Grande. Poco se le vio en su primero, pero en su segundo comenzó una rodilla en tierra con doblones de 24 kilates. Otras tandas más por la derecha, obligando al morito a rematar por abajo, sometiéndolo. La miel en los labios dejó Morante. En el que cerró plaza, el mérito sólo fue de él, ya que el bicho era muy soso. Lástima que el juez, Gilberto Ruiz Torres, sólo viera media faena en el cuarto toro al premiar con una sola oreja al andaluz y tratar de compensarlo con otra en el sexto. Autor: Octavio X. Lagunes.

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