domingo, 26 de agosto de 2007

Soy El Cid, matador de toros

Acabo de llegar de Bilbao –de su impresionante plaza de toros de Vista Alegre– de ver a un matador cuajado y pleno que ha dejado sobre el negro arenal del Botxo una auténtica lección de torería, de mando y de señorío en el ruedo. Se dice lección de torería pero mejor sería denominarlo manifiesto: "Soy El Cid, matador de toros", sencilllamente. Casi nada. Y es que El Cid se corresponde a la perfección al arquetipo del torero ideal: seriedad, ambición, conocimiento perfecto de las claves de la lidia (terrenos, distancias y encastes), valor y profunda sencillez. Y lo vio Bilbao y es una pena que no lo hubiera podido contemplar todo el mundo a través de la televisión; porque la encerrona de El Cid era uno de los grandes acontecimientos de la temporada. Estuve en Barcelona y soñé el toreo de la mano de José Tomás y hace unos minutos en Bilbao no lo he soñado, lo he palpado gracias al empeño de este sevillano de Salteras que ha ido arañando a lo largo de su carrera cada uno de los peldaños que le han llevado a la cumbre del toreo. El Cid, matador de toros. He aquí la clave de la cuestión: matador de toros, no de burras ni de escarabajos. Toros. Torazos suele sortear El Cid y encima les hace el toreo con asombrosa precisión, con conocimiento milimétrico de la lidia precisa, con un estilo cada vez más depurado que le convierte en profundamente clásico por la derecha y realmente emotivo al natural: goza adelantando la muleta y tiene un imán en los vuelos para someter a la sumisión de su temple –apenas da toques– a toda suerte de toros. Y hablando de toros, salí muy decepcionado de la corrida de Victorino Martín: muy desigual en cuanto a las hechuras a pesar de lo pareja que se mostró en la báscula (de 518 a 548) y de bastante mala nota en su conjunto. Ningún toro peleó de verdad en el caballo, ninguno. La corrida se picó muy mal, por cierto, y al que dejaron de largo –el sexto– cantó la gallina de forma clamorosa. La tónica en el caballo fue dejarse pegar sin más unos o salir suelto de la mona los otros. Casi toda la corrida anduvo muy escasa de fuerzas y aunque la mayoría humilló, todos excepto el sosote tercero acabo recortando espacios en la muleta. Y precisamente en este punto conviene detenerse para resaltar la importancia de la actuación de El Cid, ya que apenas tuvo material y si la corrida del paleto hubiera caído en manos de muchos de los que todos sabemos el festejo se hubiera saldado con seis silencios de impresión, seis silencios melancólicos como los toros de la A coronada. Tuvo suerte Victorino y un buen amigo en el tendido espetó: "El Cid indultó a Victorino". Y qué verdad porque incomprensiblemente una parte de la plaza casi hace saludar a un ganadero que sigue viviendo de una leyenda mítica que poco o nada se parece a la actualidad. Y en ésas, se le apareció El Cid que se jugó el corbatín para dejar claro que es un matador de toros ahora que las figuras se nombran solas. Cortó cuatro orejas; al quinto lo despenó de una maravillosa estocada que impresionó al bueno de Matías que sacó los dos pañuelos a la vez, para no andarse con chiquitas ni con remilgos. A eso se le llama sensibilidad. Qué gran presidente. (Digo)
o Foto: Maurice Berho, vía mundotoro.com

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