lunes, 4 de junio de 2007

Manolo Muga en el corazón

El emotivo recuerdo al empresario Manolo Muga marcó la jornada y la corrida de toros celebrada el sábado en la centenaria plaza de Haro

Manolo Muga fue el sábado una constante en Haro, una necesidad expresada por todo el mundo de rendirle cariño, respeto y admiración. Tras el apartado, se descubrió una placa en su honor en la puerta principal de coso. A la distancia de un abrazo, o mejor dicho, de un cite, se encuentra la que hace unos años colocaron en memoria de Antonio Ordóñez, uno de los toreros a los que más admiró. «Ahora ya están los dos juntos», dijo uno de los asistentes al acto. Segundos después, cuando se mostró la placa brotó el pasodoble, su pasodoble. Fue un acto sencillo, emotivo, hondo, como las palabras de uno de sus grandes amigos: Antonio Briones, que con precisión y sensibilidad dibujó un bellísimo perfil del gran taurino desaparecido: «Había muchos Manolos porque su personalidad era tan rica como compleja, era un ser fascinante. De joven le apasionaba el fútbol y llegó a jugar hasta el Haro Deportivo y el Chamberí. Sin embargo, hubo un momento en el que nació su afición a los toros, con los años, y en gran medida gracias al Club Taurino de Haro. También le apasionaba el vino, su bodega y su fuerza aglutinadora resultó crucial en el amor por su ciudad y en la gran aventura que emprendió como empresario taurino». Antonio Briones, que llegó a recordar momentos de la infancia de ambos, también destacó su calidad humana y su entrega en cualquiera de las empresas que capitaneó: «Para mí es un orgullo haber podido disfrutar de su amistad». Una cerrada ovación por parte de las centenares de personas cerró la primera parte del homenaje con la presencia de su mujer, hijos y del resto de la familia, con su hermano Isaac a la cabeza. En sus rostros había emoción, pero también se dibujaba la fuerza amable que les inspiraba el recuerdo de Manolo Muga. Después, hubo un concierto con un manojo de sus pasodobles preferidos y como colofón de la mañana, una comida en la entraña de la bodega, a un paso de su despacho. Y como tantas veces, después había que ir a los toros. Y el paseíllo fue en silencio y por eso quizá más luminoso que nunca, como el minuto que se le dedicó a continuación. En su burladero el hueco era tan gigante como imperceptible. La plaza, hermosísima como siempre, rebosaba multicolor, los toros embistieron, en el cartel figuraban los primeros espadas. Todo era perfecto, como lo hacía Manolo Muga.

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