miércoles, 30 de mayo de 2007

Rafaelazo

Rafaelillo es un torero chiquitín y rubio. Tiene el pelo rizado, el perfil recortado, es de Murcia y ayer en Las Ventas se jugó la vida. Se la jugó sin ambages; vino a torear y toreó. Lo anunciaron con una corrida descomunal de Dolores Aguirre y no se anduvo con chiquitas ni remilgos. De hecho, a su segundo toro le bajó la muleta y le endilgó varias series emocionantísimas, varias series que no las van a firmar nunca muchos de los que yo me sé porque ni en sueños se anunciarían con un hierro como éste. Y aunque no mató a la primera, Rafaelillo se tiró por derecho, dejó media espada arriba y estuvo a punto de cortar una de las orejas más merecidas de la feria. Y encima a un toro, a un torazo y por eso ayer, Rafaeillo no fue tal; fue Rafaelazo. La faena tuvo tintes épicos porque Botero II era en primer lugar un tío. A pesar de recibir dos puyazos tremendos, de los que se fue suelto, no paró ni un segundo en toda su lidia, ni de salida ni cuando llevaba media estocada en el morrillo persiguiendo sin remisión a la cuadrilla del torero murciano, que las pasó canutas pero que anduvo con una singular solvencia por el ruedo venteño. El toro-torazo lució dos virtudes: humillar y obedecer los engaños, aunque por el izquierdo radiografiaba a las moscas y daba la sensación de que era capaz, si se lo hubiera propuesto, de hacer encaje de bolillos con dicho pitón, de conectarse a internet; más que un cuerno parecía una antena, un perifollo buscando una red para destriparla, para violarla. Y de pronto, Raelillo, ademán decidido, porte farruco, empezó por bajo, gustándose el tío, estirándose, sometiendo. Y el animalico allá, embistiendo sin parar, sin dejar respirar a un torero que miraba a su cuadrilla a ver si alguien cortaba aquel torrente, porque encima era gazapón. Dos puyazos llevaba, mas hubiera aguantado cinco más. Y siguió por la derecha. Y rugía Madrid. En un detalle de honradez, el torero sacó la zurda y Botero casi lo degüella. No le importó porque segundos antes había escuchado cómo rugen Las Ventas; ése sonido lo quería de nuevo, anhelaba esa ración alucinante de gloria. Y lo consiguió. Y se tiró a morir antes de que Botero buscara la salida. Era manso, con casta y con nobleza. Pero manso al fin, pero toro, no semitoro, ni mediotoro, ni mulotoro. Era un toro manso, con dos pitones, con dos cojones, con casta, con mala leche. ¿Dónde están los toreros?, parecía decir ¡A mí la guardia! Y salió un torero: se anuncia Rafaleillo, pero desde ayer es Rafaelazo. Cuando Botero murió se había consumado el gesto. No hubo oreja pero sí una de esas vueltas al ruedo que demuestran que las estadísticas no tienen alma porque carecen de torería, como el orden del escalafón, como la técnica pegapasista, como tanta necedad que aturde esta fiesta. No. No me gustó la corrida de Doña Dolores. Demasiada mansedumbre; infinito genio. Pero era una corrida por todos los sitios. Y ayer en Las Ventas hubo tres valientes: El Califa, que tuvo el toro más manso que se ha visto en los últimos años; Gómez Escorial –que dio otra lección de pundonor– y Rafaelillo, que ayer fue Rafaelazo.

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