martes, 15 de mayo de 2007

Personal: de bitácoras y repeticiones

Mis corridas (sic) en San Isidro comienzan cuando han terminado. A la hora de los toros ando enfrascado en el fragor de las cenas, los baños y sumido en el jabón lagarto con el que froto la hierba de los parques que se llevan mis enanos puesta en sus pantalones –con esto de las lluvias no os podéis ni imaginar lo terca que se pone y cómo se impregna en la tela azul de los vaqueros–. A la hora de los toros, por San Isidro, me pongo el ipod y escucho, qué sé yo, al Niño Josele (ha grabado un album llamado Paz, que es una selección del repertorio del pianista Bill Evans, para morirse!!!) y me ausento del internet, de la radio y de todos los medios por todos los medios para asistir, a eso de las diez y treinta a la corrida revivida, tres horas y media después, pero la veo íntegra, con los niños en la cama (mi santa lee) y en falso directo, pero con la misma tensión que mis amigos de Toro, torero y afición; con la misma entrega de Bastonito; el cariño de Ghosty; la tensión de Israel, la gracia de Rosa, la distancia de Beti Alai, el corazón torero de Campos y Ruedos, las cornás de Andres Verdeguer Talens, o la sabiduría de Pan y Toros. Son las bitácoras taurinas (seguro que me dejo alguna –mil perdones–) que me mantienen despierto por San Isidro más allá de las tantas. Me dejaba, por ejemplo, la de La Tienta (de obligada lectura siempre).

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