César Rincón o el toreo enterno (y tres apostillas, tres)
Y tras lo de Morante, todavía con las retinas ciegas por la convulsión, llegó el turno del maestro César Rincón, que lo volvió a bordar como lo borda cuando siente el toreo. Estaba en Sevilla, con los Torrestrellas de su devoción y convocaba a los aficionados a su último paseíllo en el coso del Baratillo. Existían, pues, muchos motivos para la esperanza. Y allá que se fue el maestro con el fiero sobrero que el destino le había deparado para la despedida. Y amigos, la cosa fue sencillamente maravillosa porque desde el primer momento César y el toro entraron en un diálogo desafiante, en esa conspiración contra la abulia y el tedio que es la tauromaquia cuando la entrega no se convierte en rutina, sino en cuestión de fe. Y César, con su muleta, es un creyente auténtico. De hecho, los dos pilares de su obra fueron las distancias y esos terrenos que domina como nadie. Se espatarró y por momentos se fundió con la brava catadura del burel. Y llegó la voltereta terrible en tres tiempos, con una tremebunda caída de la que pareció quedar conmocionado. Pero volvió a la cara del toro, sin aspaviento alguno, con esa serenidad exclusiva de los que son capaces de sortear a la muerte sin tapujos, de los que conocen la cicuta de la cornada. Y empezó a templar más que antes, a someter, a ligar muletazos entrelazados. Era de nuevo el César Rincón de las tardes épicas de Las Ventas, de la desmesura sin despeinarse, del torero eterno.
oPrimera apostilla: lo del palco de Sevilla es lamentable, es la Charito, vamos, un carrusel de orejas sin ton ni son. oApostilla segunda: me encanta la cuadra de picar, con sus finos caballos toreros que se mueven con estudiada sobriedad. Qué diferencia con los horribles percherones. oY finalmente quiero apostillar que aunque se han pasado con las orejas a Talavante, me rindo ante su entrega y su espíritu. Además, quiere hacer las cosas muy bien, no se pliega ante nadie y de vez en cuando sopla naturales larguísimos. Qué pensarán de todo esto toreros como Capea o Eduardo Gallo.