domingo, 4 de marzo de 2007

El corazón cosido a su muleta

José Tomás vuelve apoderado por un escritor (Salvador Boix) y sin rehuir ningún compromiso

Nunca en la historia de la tauromaquia la reaparición de un torero había provocado un terremoto similar al suscitado por José Tomás con el mero anuncio de que regresará en junio –en Barcelona– y que aspira a torear 15 ó 20 corridas en lugares de compromiso y sin rehuir a ninguna figura. Tanto es así que la feria de Sevilla (recién presentada) y la de Madrid (todavía en hilvanes) se han quedado casi inertes de un plumazo. Están todos pero faltaba José Tomás, el torero más esperado, el diestro más misterioso.
Y, cuáles son las claves de su enigma; por qué desde que se fue –en septiembre de 2002– y tras comunicárselo sólo a los miembros de su cuadrilla ha generado tantos vacíos en la tauromaquia. (Los toros, sin tus pies en el platillo, saben a Benidorm y a charlotada, escribió Joaquín Sabina).
Su última época en los ruedos fue casi de inmolación, de toreo con los muslos y de un estoicismo tan sobrecogedor que para muchos, aquel tomismo se convirtió casi en una religión: era un torero venerado; el primero que contó con una jefa de prensa para librarse de los periodistas y el que se negaba a que le televisaran las corridas. Años antes, José Tomás decidió irse a México para no entrar en la terrible rueda de pagar por torear. Allí tomó la alternativa y en esa misma temporada asombró a Las Ventas por su valor y por su mano izquierda. Su tauromaquia era terriblemente sencilla y pura. En los cites siempre echaba la muleta por delante –sin toques– y claro, los terrenos que pisaba unidos a su increíble frialdad componían la imagen de un torero que helaba la sangre, que cuando era cogido, jamás hacía el más mínimo ademán. Vivió varias tardes triunfales en Madrid, Sevilla, Pamplona o Bilbao pero en Barcelona logró momentos increíbles: un día cuatro orejas, otro un rabo. Barcelona se enamoró de su toreo y autores como Nuria Amat, Albert Boadella, Víctor Gómez Pin, o Joaquín Sabina le dedicaron un libro. Rompió con su apoderado y confió en Enrique Martín Arranz, mentor de Joselito y hombre de no muy buena reputación entre los aficionados. Y ahí llegó el penúltimo José Tomás, al que muchos críticos acusaron de marienista y de pervertir sus primeras formas. Pero lo más sonado aconteció en Madrid, una tarde en la que se negó a matar un toro de Adolfo Martín: sencillamente se refugió en las tablas y esperó a que sonarán los tres avisos. Unos meses después se había ido en silencio de los ruedos, con el corazón de muchos aficionados cosido a su muleta.
(Artículo publicado hoy en la página temática de toros de Diario La Rioja).

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