domingo, 31 de diciembre de 2006

Con ETA no se puede hablar

La verdad es que estoy un tanto confuso tras todo lo que he leído, visto y escuchado tras el último atentado de los sucios pistoleros de ETA en Madrid. No soy un hombre de certidumbres ni de sólidas e inalterables creencias. Supongo que como todo hijo de vecino tengo mis propios valores, algunas deserciones intelectuales irreconocibles y escasas virtudes en las alforjas de la memoria y el intelecto. Supongo que, como cualquiera, me paralizo con el miedo y tiemblo ante la posibilidad de que un tipo se acerque y en nombre de no se sepa qué, te atize con una patria y te fosilize como ha hecho con los dos pobres ecuatorianos en la T-4 de Madrid. Porque sí, porque les da la gana y porque dicen tener a todo un pueblo sojuzgado detrás. Dios mío. Es terrible que alguien le preste ni medio segundo de atención a Otegui y sus terribles compinches y lo que es peor, que espere conseguir algo que no sea más que otra desolación. Nunca he creído ni media palabra de las que dicen ETA o sus amigos. Ni media. Con ETA sólo he aprendido a ponerme en el peor de los escenarios posibles para reconocer que al final siempre iba a ser ésa la inexorable desembocadura de cualquiera de sus acciones. ETA nunca ha estado en tregua y mucho menos en un proceso de paz. ETA es la muerte misma y la negación más absoluta del hecho que nos convierte en seres humanos: el diálogo, la razón y la ternura. Ellos no sólo desconcen estas palabras, las pisotean y se mean en ellas. Durante la carrera, en Bilbao, conocí a mucha gente de HB –incluso con algunos de ellos trabé cierta amistad– y pensé que era posible el final de un proceso en el que la libertad pudiera imponerse al fin en el País Vasco. Lo malo fue cuando empecé a conocerlos bien, a tratarlos de cerca y a sentir cómo les gustaba humillar todo aquello que no se compareciera con sus opiniones. Trabajé en diferentes medios de comunicación y conocí a la vez a periodistas –muchos– del entorno de KAS. En aquellos tiempos Egin en Navarra agonizaba y los miembros de la redacción llevaban varios meses sin cobrar. Hicieron un plante –nunca se atrevieron a denominarlo huelga– y el periódico aquel de la izquierda socialista popular vasca los despidió a todos y publicó negro sobre blanco lo que había cobrado cada uno de sus periodistas despedidos en concepto de indemnización. Un gran gesto democrático que fue silenciado por todo el mundo periodístico navarro por miedo a meterse con el ogro. Pero ETA siempre ha actuado así. No conoce otro sentido que la muerte o la extorsión y por eso he asistido perplejo en estos últimos meses al tan cacareado proceso de paz. ETA nunca va a rendirse ante las armas de la razón y ni mucho menos va abandonar el camino de la violencia para entrar en cualquier juego democrático. ETA sólo quiere el poder y ella sabe que a través de unas elecciones jamás lo va a conseguir. Pero ETA tiene muchos cómplices en la sociedad vasca y es precisamente ahí donde residen todos los grandes problemas de este terrible damero imposible. ETA es intrínsecamente antiespañola de la misma manera que lo era hace cuarenta años. De hecho, ETA niega que España sea un país libre donde las instituciones emanan de la voluntad popular y donde los ciudadanos son tales, no súbditos. Y esa corriente de pensamiento es la que se impone en un gran número de ciudadanos vascos impelidos a esa idea por un sustrato social dirigido por el nacionalismo que niega toda legitimidad a la idea de España en su Euskalherria mítica e inventada. Hoy el lehendakari Ibarretxe dice que no se ha de romper con el diálogo y en un papel absurdo de mediador vuelve a colocar en un mismo plano a las víctimas y a los verdugos. La sociedad vasca, mientras tanto, no reacciona y prefiere aguardar sin una revuelta cívica clara frente a los asesinos y a los extorsionadores que vuelven a dominar en las calles y que con la misma impunidad pasean sus amarillentos eslóganes ante la tibia mirada de los corderos insumisos. Cuando mataron a Miguel Ángel Blanco la gente salió a la calle y el PNV reaccionó firmando el pacto de Estella/Lizartza. ¿Nadie recuerda ya aquella infamia? ¿A qué callejón nos ha llevado el declarar a asesinos sanguinolentos como representantes de algo o de alguien? No. Da lo mismo. ETA sigue marcando inexorablemente la agenda de la política española –estatal dirían en la ETB– y nadie parece darse cuenta de que con la muerte misma no se puede hablar, sólo derrotarla, pero para ello la sociedad vasca ha de alcanzar un estado de madurez democrática del que ahora mismo carece.

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